Un alumbrado pensado para los ‘selfies’

Las luces navideñas se encienden en el centro de Sevilla con música, compras y un seguimiento multitudinario por parte del público

01 dic 2017 / 21:51 h - Actualizado: 02 dic 2017 / 08:47 h.
"Navidad","Sevilla alumbra su Navidad"
  • Las bolas gigantes de la plaza de San Francisco, la gran atracción de este año. / Manuel Gómez
    Las bolas gigantes de la plaza de San Francisco, la gran atracción de este año. / Manuel Gómez

Todo empezó como un chascarrillo, pero un año tras otro se va consolidando la idea de que la Navidad se ha convertido en «la nueva Feria». Lo dicen por las quedadas de amigos, parientes y compañeros de trabajo, los almuerzos copiosos y las ebriedades sobrevenidas, pero también porque no hay feria que no empiece con una ceremonia de inauguración del alumbrado como dios manda, concurrida y festiva. Y esta «nueva Feria» no iba a ser una excepción.

Costaba ayer abrirse camino entre la muchedumbre para llegar hasta la plaza de San Francisco. A la altura de El Salvador, el puesto de las castañas asadas humeaba como una chimenea del Titanic, y un orondo vendedor de globos parecía estar a punto de echarse a volar, como en los dibujos animados, con el tirón de su mercancía.


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Ya frente a la fachada plateresca del Ayuntamiento, la atracción eran las bolas gigantes –«para secuoyas de Navidad», murmuró un transeúnte amante de la botánica, divertido– que iban a encenderse de manera inminente. Encendido estaba ya el árbol del vestíbulo de la Fundación Cajasol, y encendida la Giralda ya a esa hora de merienda-cena.

Al inicio de la avenida de la Constitución, un grupo de música descargaba su repertorio en su escenario ante una audiencia multitudinaria. ¿Creen que interpretaban villancicos? ¿Palos de zambomba flamenca? Frío frío. Estaban haciendo pop ochentero para deleite de las masas, que le entran a todo con tal de pasar un buen rato. Del inmortal Girls just want to have fun de Cindy Lauper pasaron al Grease de Frankie Valli, el que habría la banda sonora de la famosa película de John Travolta y Olivia Newton-John, y de ahí al Blame it in the boogie de Michael Jackson, cada uno muy bien cantado y tocado...

Y todo ello mientras no paraba de llegar gente desde los cuatro puntos cardinales, las abuelas en la silla de ruedas, los bebés a hombros de sus progenitores, las parejas que se aman cogidas de la cintura, las que se detestan intercambiando reproches al vuelo, y antes de que pudiéramos darnos cuenta ya estaba un portavoz del grupo de pop-rock navideño micro en mano, anunciando la cuenta atrás –«¡cuatroooo, treeeees, doooos, unoooo....!»– para la iluminación definitiva.

Primero fueron los paneles de la avenida de la Constitución, fantasía geométrica de círculos y estrellas austeras pero muy resultonas. «¿Y las bolas, no funcionan?», preguntó un niño impaciente, y es verdad que tardaron en arrancar, como cuando el neón de la cocina vacila antes de encenderse. Sí, no, sí, parpadeo... y se encendieron, claro, pero con su poquito de suspense. «A mí lo que más me gusta son los naranjos iluminados», dijo una señora de buen gusto, porque los árboles lucían de veras hermosos con apenas cuatro bombillitas por rama, sin necesidad de más voltaje ni más filigrana.

El grupo de pop-rock volvió a tocar, ¿A Belén pastores? ¿Pero mira cómo beben? Frío, frío. Atacaron para casi despedirse un clásico de A-Ha, Take on me, en versión cañera cercana a la de Neil Zaza pero sin tanta floritura. Un grupo de chicas, estudiantes de Erasmus, saltaban y bailaban como si estuvieran en una fiesta de fin de curso. Al preguntarles este medio si su entusiasmo venía de que en sus países de origen –Francia, Alemania– no se iluminan así las calles, respondieron que por supuesto que sí, solo que allí hace tanto frío que nadie logra despegar los pies del suelo.

«Y ahora, ¿qué?», preguntaba un caballero al cesar la música. «Ahora, a meternos en la bola», respondió su compañera siguiendo su plan cuidadosamente planificado. Meterse en la bola supone arracimarse en una cola muy desordenada para, en efecto, atravesar la mayor de las esferas de la Plaza y salir por el otro extremo. No es que haya gran cosa que ver, pero desde la Expo 92 sabemos lo que gusta en Sevilla una cola, y qué demonios, hay que hacerse la foto.

Porque, y eso es algo que nadie discute, la renuncia al famoso mapping –que nadie parece echar de menos– y la nueva propuesta decorativa de esta Navidad está concebida para hacerse selfies. Haciendo morritos, con los dedos en señal de victoria, solo o en familia, lo que asediaba ayer al alumbrado navideño era ese otro alumbrado móvil que son las pantallas de los celulares, más numerosas que las bombillas instaladas en el Ayuntamiento, y hasta que las estrellas visibles en el firmamento sevillano. La masa se iba disolviendo al son de una banda –¿puede faltar una banda en algún evento, chico o grande, de esta ciudad?– que interpretaba Tu carita divina con aire de batucada. Un cuarentón de aire meditabundo se volvió hacia sus acompañantes y, elevando su voz sobre los tambores, les confesó: «Qué ganas tengo de que llegue el ocho de enero».