Un buzo se sumerge en aguas fecales en la depuradora de La Ranilla

A ciegas y cargado con un equipo de más de 50 kilos, el buzo trabajó bajo seis metros de profundidad de agua residual para solventar un problema con una bomba de impulsión

12 jun 2019 / 12:05 h - Actualizado: 12 jun 2019 / 12:13 h.
  • Imagen del momento en que el buzo se sumerge en las aguas residuales.
    Imagen del momento en que el buzo se sumerge en las aguas residuales.

La Estación Depuradora de Aguas Residuales (EDAR) de La Ranilla, en Sevilla, ha sido escenario de una compleja operación de mantenimiento en el pozo de gruesos, la primera parte de la instalación a la que entra el agua fecal sin recibir aún ningún tipo de tratamiento de limpieza previa.

Este pozo, rectangular y de unas grandes dimensiones (6 x 5 metros aproximadamente), va acumulando en su interior todos los residuos que se reciben en la depuradora a través de la red de alcantarillado, y unas potentes bombas los impulsan después hacia la siguiente fase para comenzar el proceso de limpieza del agua, tal y como ha informado a través de un comunicado Aqualia.

A una de estas bombas, instalada en el fondo a seis metros de profundidad, se le había soltado una parte que era necesario recuperar para su reparación. Para hacer esto habría sido necesario vaciar el pozo de gruesos, lo que habría afectado al funcionamiento normal de la planta.

Es por esto que Aqualia, empresa encargada de la gestión y mantenimiento de la planta para Emasesa, decidió realizar esta operación a través de la inmersión de un buzo especializado sin parar el funcionamiento de la instalación.

El equipo estaba formado por 4 personas más, entre las que se encontraba otro buzo igualmente equipado preparado para socorrer a su compañero en caso de que hubiera cualquier incidencia durante la inmersión.

Cargado con un equipo de más de 50 kilos, el especialista trabajó durante más de dos horas en el fondo del pozo de gruesos hasta dar con la pieza que se había soltado de la bomba y a tientas atornilló los 4 anclajes a una cadena con la que se pudo subir dicha pieza mediante una grúa hacia la superficie para proceder a su reparación. Después se encargó de instalar la nueva bomba en el fondo.

El buzo consiguió realizar este trabajo sumergido en las aguas residuales, a seis metros de profundidad y sin ningún tipo de visibilidad, solo ayudado por el tacto y guiándose por las indicaciones de voz que recibía de los técnicos de Aqualia mediante el equipo de comunicaciones.