Un domingo de resaca familiar

La calle del Infierno alargó una Feria ya imaginaria en una jornada dominical en el que los cacharros se llenaron de familias. Sobre el albero se amontonaron los farolillos de las casetas vacías

Manuel Pérez manpercor2 /
22 abr 2018 / 20:40 h - Actualizado: 23 abr 2018 / 08:16 h.
"Feria de Abril","Feria de Abril 2018"
  • Los farolillos supervivientes de la semana acabaron tirados sobre el albero. / Reportaje gráfico: Jesús Barrera
    Los farolillos supervivientes de la semana acabaron tirados sobre el albero. / Reportaje gráfico: Jesús Barrera
  • Algunas familias aprovecharon para disfrutar de los cacharritos ayer sin tanta aglomeración.
    Algunas familias aprovecharon para disfrutar de los cacharritos ayer sin tanta aglomeración.
  • Dos montadores retiran parte del mobiliario de una caseta.
    Dos montadores retiran parte del mobiliario de una caseta.
  • Las cajas de las últimas botellas se apilaban ayer a los pies de las casetas.
    Las cajas de las últimas botellas se apilaban ayer a los pies de las casetas.

«El domingo 22 de abril, esta atracción tendrá precios populares». Esto es lo que rezaba un cartel colgado en muchas de las taquillas de los cacharritos de la calle del Infierno, donde aún se respiraba la resaca de una Feria que puso fin la noche anterior con el espectáculo de fuegos artificiales. El formato XXL de la semana de farolillos ha vuelto a permitir que el domingo de resaca fuera un día para vivir en familia.

Precisamente fueron las familias las que llenaron la calle del Infierno, que por segundo año consecutivo se mantuvo en funcionamiento durante el día siguiente al fin de la Feria y con una rebaja de un euro en sus precios. Las escenas que dejaron la gran explanada de las atracciones nada tenían que ver con la que se veían tan solo unas horas atrás. El ambiente que se respiraba era bien distinto. El paseo era tan agradable que alguna que otra familia decidió pasear por la calle del Infierno con su perro, algo impensable durante la semana de farolillos.

Por allí estaban Lola y Paco con sus hijos. Paco lleva toda la semana trabajando en una caseta. «Estoy reventado, pero al menos veo a mis hijos disfrutar de la Feria» comenta con unas ojeras que le llegaban hasta el suelo. Y ahí estaba, haciendo un esfuerzo ímprobo solo por hacer sonreír a sus hijos, que disfrutaban como locos en una de esas atracciones que suben y bajan bajo la atenta mirada de un canguro que, a tenor de la bandera que sostenía en su mano, es más andaluz que Hércules y los leones del escudo.

Las atracciones familiares, las aptas para todos los públicos, fueron las más concurridas. Y es que en familia todo es más divertido. Así, por ejemplo, la Mansión del Terror es de todo, menos de miedo, a pesar de los gritos al estilo de las películas como Psicosis o El resplandor. Gritos que iban seguidos de carcajadas cuando se encontraban con uno de esos muñecos disfrazados de Freddy Krueger o de Niña del Exorcista.

Al otro lado, un crío de unos cuatro o cinco años saltaba con efusividad sobre una cama elástica. Gracias al arnés que lo sujetaba y los elásticos que le servían para tomar impulso, aquel menudo cuerpo cogía una altura que, cuando llegaba a la lona tensa, apenas llegaba con las puntas de los pies para dar el salto. Su hermana y su padre, como es lógico, se reían de la cómica situación, si bien tiraban de vez en cuando de una cuerda anudada al arnés para ayudar al crío.

Y si en la calle del Infierno aún parecía que era Feria, en cuanto se cruza esa frontera invisible que la separa del Real todo cambia. El aire, el sonido, las vistas... Todo era diferente más allá de Costillares. Con el eco de las canciones que aún resonaban en las atracciones, en las calles de toreros solo se escuchaban martillazos y trompos que desatornillaban los tablones de madera, las celosías, lámparas y la profusa decoración de las casetas. Muchas de ellas ya eran un amasijo amorfo de tubos de hierros, de otras solo quedaba el esqueleto aún en pie y otras tantas ya habían vaciado su interior, donde se respiraba la melancolía y donde aún resonaba el eco de las sevillanas y los taconeos que hoy eran golpes de desmontajes.

Hasta no hace mucho eran las herraduras de los caballos los que trotaban y golpeaban el adoquín del Real de la Feria. Este domingo, la elegancia equina dio paso al ruido de los grandes camiones y furgonetas que accedían para cargar los bártulos de unas casetas a cuyas puertas se amontonaban farolillos, bolsas llenas de flores de papel, botellas vacías y hasta algún que otro ejemplar atrasado, raído y sucio de El Correo de Andalucía como fiel testigo del tiempo consumido entre palmas, sevillanas y manzanilla. Todo se ha consumado y Sevilla se refugia en su nostalgia a la espera de volver a encender sus farolillos.

El apunte

Dos casetas afectadas por un incendio durante el desmontaje

Un problema eléctrico pudo haber originado este domingo un incendio en dos casetas de la calle Juan Belmonte, concretamente los números 95 y 97, mientras se realizaban las labores de desmontaje de las mismas. Los hechos sucedieron en torno a las 12 horas del mediodía y fue un vecino, que vio desde su vivienda el fuego, quien alertó al servicio de Emergencias 112 Andalucía. Los efectivos de Bomberos de Sevilla acudieron al lugar y extinguieron el incendio con rapidez. Asimismo, fuentes municipales aseguraron que los daños causados son «menores» y no hay que lamentar heridos.