Una ciudad mustia

Es Sevilla hoy por hoy una ciudad que, como todos los años, se engalana para salir a sabiendas de que en éste lo tiene complicado y eso complica un carácter ya de por sí difícil.

12 mar 2020 / 15:27 h - Actualizado: 12 mar 2020 / 15:31 h.
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El aplazamiento del Sevilla-Betis del próximo domingo en el Sánchez Pizjuán supone la pérdida de uno de los hitos que marca anualmente y cada dos veces la vida de la capital y también de la provincia sevillana, escindida radicalmente en dos hemistiquios que marcan los colores blanco y verdiblanco.

El sevillano aficionado al fútbol tiene motivos más que sobrados para estar mustio porque el domingo no hay Sevilla-Betis a causa de la pandemia de coronavirus, una situación inédita que deja sin el 'maná' de la rivalidad y la guasa a las dos aficiones de la ciudad que, a falta de mejores sucedáneos, tendrán que recurrir a vídeos pretéritos o a la bicicleta de montaña.

Sevilla vive hoy de certezas negativas, como el aplazamiento del derbi, y de incertidumbres de índole parecida, si no idéntica, derivadas de los plazos y previsiones de la pandemia, como si podrá vivir sus ritos gozosos anuales de la Semana Santa, la Feria de Abril o su cita en La Maestranza para ir a los toros.

No son magnitudes comparables porque todas son complementarias en una ciudad que, sobre todo desde el Miércoles de Ceniza que marca el comienzo de la Cuaresma, responde fielmente a un calendario no escrito en el que sí figuran con letras de oro fechas como el Viernes de Dolores, el Domingo de Ramos, el Jueves y Viernes Santo y, ya con pena porque se acaba, el Domingo de Resurrección.

El fútbol entra siempre en este almanaque personal porque es raro, muy raro, el sevillano que no rinde devoción a unos de los colores junto a otras como a las de su hermandad de Penitencia en los siete días que van entre el Domingo de Ramos y el de Resurrección, otra fecha de oro para los taurinos porque es en ese día cuando se abre La Maestranza.

Todo transcurre en estos días en la ciudad como en los años en los que no pasa nada extraordinario, con los preparativos de todo como si fuera a celebrarse como siempre, aunque el ánimo del sevillano sufre aldabonazos de atención que indican que no todo es igual que todos los años.

La suspensión del Sevilla-Betis es uno de ellos, como anteriormente lo fue la de los ensayos de costaleros de algunas cofradías, como las inéditas medidas de prevención para el culto a las imágenes de Semana Santa en besamanos y besapiés, triduos, quinarios, septenarios, traslados y pregones; y las restricciones que también empiezan a vivirse en El Rocío.

La suspensión, o el eufemismo del aplazamiento a fechas en las que no parece muy posible aplazar, suponen un golpe en las ilusiones de una ciudad que, mientras tanto, sigue su ritmo aunque con menos bríos que en otros años ante las certezas de lo que ya se le anuncia desde diversas instancias de variada índole.

Mientras afectados como los hosteleros ya trabajan con la previsión menos halagüeña, la ciudad sigue como un ente vivo con un trantrán en ocasiones cansino y de poca fe para dar cumplimiento al ritual de que todo esté en perfectas condiciones para cuando toque o, en el peor de los casos, para cuando tocara.

Los palcos de la Plaza de San Francisco, aledaños a su Ayuntamiento y por los que transcurren todas las cofradías en la carrera oficial, prosiguen su construcción como la principal, aunque efímera, zona de la ciudad, aunque el escepticismo de parte de la ciudadanía sobre que vayan a terminarse es creciente conforme evoluciona la pandemia.

Los 'tantanes' de una posible suspensión ya llegan de otros acontecimientos multitudinarios como Las Fallas o la Feria de la Magdalena de Castellón y, pese a que el alcalde de la ciudad, Juan Espadas, ha manifestado que su lo tendría que comunicar la OMS, la sensación de que la Semana Santa y la Feria podrían no celebrarse está más que instalada en la capital hispalense.

A ello contribuye, además, la imagen desoladora de los coches de caballos turísticos parados, un Alcázar en el que nadie guarda cola cuando las habituales suelen ser kilométricas, los medios públicos con menos gente, alguna que otra mascarilla por el centro y, por si faltara poco, la suspensión del derbi, 'alimento espiritual' para tantos.

En el antiguo arrabal de Los Remedios, el Real de la Feria va tomando forma desde la estructura de su portada hasta el esqueleto más que avanzado de sus más de mil casetas distribuidas en una superficie de un millón doscientos mil metros cuadrados, 120 hectáreas por las que pasan diariamente medio millón de personas durante la semana de vida de esta enorme ciudad efímera, este año del 26 de abril al 2 de mayo

La plaza de toros, por su parte, sigue también un rito anual por el que su propiedad, la Real Maestranza de Caballería, la deja nueva todos los años, fuera con la cal, el almagre (rojo) y la calamocha (ocre) que definen su perfil; y dentro, con las barreras y burladeros de escuela de carpintería y el renovado amarillo del albero de la vecina de Alcalá de Guadaira.

Es Sevilla hoy por hoy una ciudad que, como todos los años, se engalana para salir a sabiendas de que en éste lo tiene complicado y eso complica un carácter ya de por sí difícil.