Una inyección de optimismo

Un accidente de moto dejó a Carlos Escalona graves secuelas, entre ellas la afasia. Este es el tercer año que viene a Sevilla, desde Toledo, para seguir mejorando sus capacidades en ARPA

07 jul 2017 / 22:57 h - Actualizado: 07 jul 2017 / 23:00 h.
"Salud","Afasia"
  • Urbano Escalona y Pili Fernández junto a su hijo Carlos, afectado de afasia como secuela tras un grave accidente. / Jesús Barrera
    Urbano Escalona y Pili Fernández junto a su hijo Carlos, afectado de afasia como secuela tras un grave accidente. / Jesús Barrera
  • Carlos Escalona, en el interior de la sede de ARPA. / Jesús Barrera
    Carlos Escalona, en el interior de la sede de ARPA. / Jesús Barrera
  • Neuropsicólogos y logopedas trabajan con Carlos en ARPA. / Jesús Barrera
    Neuropsicólogos y logopedas trabajan con Carlos en ARPA. / Jesús Barrera

Una decena de accidentes graves de circulación se produjeron la semana pasada. Números dolorosos, pero números al fin y al cabo. Porque nadie está preparado para asumir las consecuencias de una desgracia mayor hasta que no la tiene ante sí. Urbano Escalona y Pili Fernández recibieron un día de 2012, una llamada. Su hijo Carlos, el mayor de tres hermanos, había sufrido un accidente de moto. «Se lo llevaron en helicóptero a un hospital de Toledo [son de un pueblo de la provincia]; supimos que la situación era gravísima nada más verle. Nos dijeron que se moriría, o que quedaría en estado vegetativo. A los tres días sufrió un ictus debido a las lesiones cerebrales. Esto lo empeoró todo», recuerdan sus padres con la respiración todavía entrecortada.

Esta pasada semana han estado en Sevilla. «Venir aquí para él es una inyección de optimismo, le sienta muy bien», dicen. Por eso este ha sido el tercer año que Carlos ha tenido una semana de sesiones intensivas con neuropsicólogos de la Asociación para la Rehabilitación y Prevención de la Afasia (ARPA), cuya labor lleva tiempo trascendiendo las fronteras hispalenses. «La afasia es quizás la secuela mayor de Carlos, porque él puede aceptar que su movilidad ahora es menor que antes, pero no poder comunicarse es terrible», dice su padre, Urbano.

En la familia Escalona hay margen al optimismo. Mucho. Primero tuvieron que asumir que las cosas serían «más lentas de lo previsto». «Echamos la vista atrás y vemos que nuestro hijo ha hecho avances, y que estos irán a más; pero el proceso es largo, demasiado largo», reconocen. Antes del accidente, Carlos Escalona era autónomo y estaba al frente de una empresa de decoración de interiores; su pasión. «En 2017 él ya se veía pintando, trabajando; ahora asume que tendrá que esperar más, bastante más; sabemos que luchará lo que haga falta, porque él es optimista por naturaleza, es quien nos anima cuando alguna vez nos hemos venido abajo», reconocen.

Sus padres aspiran a que Carlos «pueda llevar una vida normal, en la que se pueda valer por sí mismo». Al calor familiar se le ha de sumar el empeño que en su caso está poniendo un equipo de fisioterapeutas, logopedas, psicólogos y terapeutas; desde luego también los profesionales de ARPA, un centro de referencia en un trastorno que supone «un reseteo, un volver a empezar».

La madre, Pilar, recuerda con orgullo cómo Carlos, en el pasado, incluso se enfrentó a unos ladrones que salieron huyendo de una farmacia a pocos metros donde él estaba trabajando: «Los persiguió e intentó detenerles. Así era él». La anécdota da la medida de su fuerza interior, la misma que le permitirá más pronto que tarde imponerse al trance, vencerle. Desde luego ya ha ganado a la oscuridad; porque su sonrisa y su entusiasmo al llegar a la sede de ARPA le señalan como alguien que saldrá adelante. Tiene 30 años, y sus familiares y terapeutas tienen claro que cada vez está más cerca de saborear el mundo con el paladar de un buen gourmet.