La isla que alojó la Expo’92 fue concebida como un nuevo espacio de la ciudad. La primera Exposición Universal en la que se proyectaron pabellones permanentes iba a ser el nuevo polo industrial de Andalucía, así se había decidido cuatro años antes de que la Expo de Curro abriese sus puertas. El objetivo era que parte de los pabellones sobreviviesen a los seis meses de la muestra para tejer «un atractivo emplazamiento para centros de investigación y difusión científica y de empresas innovadoras de altas tecnología», cuentan desde el actual Parque Científico y Tecnológico Cartuja (PCT Cartuja).
Grandes compañías como Siemens, Fujitsu o Rank Xerox iban a asumir el papel de empresas tractoras de aquellas pequeñas y medianas firmas locales. De hecho, llegaron a construir pabellones propios. Pero con el apagón de las luces de la muestra universal y la aparición de la recesión de mediados de los 90 (nada en comparación con la vivida hace apenas cuatro días, pero que en aquella época no tenía parangón) toda expectativa empresarial se acabó esfumando.
Sin embargo, un grupo de profesores y empresarios sevillanos se negaron en rotundo a que la Isla de la Cartuja cayese en el olvido como lo hicieron los recintos de Montreal o Bruselas. Así que los promotores de lo que hoy llamaríamos spin off (empresas surgidas en el seno de la universidad) apostaron por salvar el proyecto científico y tecnológico planteado.
La primera en instalarse fue Ayesa, empresa que, además, se había encargado de parte de las infraestructuras de Expo, y que a su cierre pasó a denominarse Cartuja 93 (aunque desde el año 2010 es el Parque Científico y Tecnológico Cartuja).
En sus inicios, el parque acogía a seis empresas y esperaba a otras 28, que estaban en fase de instalación. Todas las previsiones apuntaban que con el parque a pleno rendimiento se podrían crear en torno a 3.000 empleos directos. Sin embargo, cerca de un cuarto de siglo después, las 423 empresas que en la actualidad trabajan en el PCT Cartuja emplean a 16.429 personas y generan una actividad de 1.900 millones de euros.
Ayesa sentía el recinto de la Expo como si fuera su casa, sostiene el presidente y fundador de la compañía, José Luis Manzanares. Por eso, cuando vieron la fuga de las grandes empresas –la única vivida por el recinto– y que la Isla de la Cartuja podía convertirse en un gran desierto, decidieron comprar uno de los pabellones previstos para demolición, el de Checoslovaquia. En torno a la compra del edificio, Manzanares recuerda la anécdota con el Gobierno checo sobre el precio después de convencerle para que no lo destruyera. «No sabíamos que en checo cuando dicen no es que sí, les presentamos varios presupuestos, a cada cual más elevado, sin saber que habían aceptado la primera oferta», relata.
Así que, en noviembre de 1993, las 200 personas que conformaban por entonces la plantilla de Ayesa se mudó de República Argentina a la Cartuja. Un recinto donde la ingeniería se ha hecho grande, tanto hasta llegar a tener más de 4.000 empleados (2.400 de ellos en la capital hispalense) e incluso tener su propio edificio sobre los terrenos que un día sostuvieron el pabellón de Suiza. Finalmente, el pabellón primigenio que ocupó la empresa, el de Checoslovaquia, fue demolido en el año 2008.
Manzanares asegura que apostar por el parque les ha dado «mucha imagen». «Cuando un cliente viene a verte te trata con más respeto», recalca. Pero no sólo le da prestigio a las empresas, también a la propia ciudad. «Sevilla ya es conocida por sus fiestas, y ahora también por su tecnología».
Otra de las pioneras del parque fue Tecnológica, hoy más conocida como Alter Technology. Al igual que hizo Ayesa, esta compañía especializada en microelectrónica de alta fiabilidad vio una oportunidad en el parque. Explica el CEO de Alter Technology, Luis Gómez, que la empresa vivía tras la Expo una fase de crecimiento «y buscaba un edificio para trasladar su sede, ampliar sus laboratorios y poder acoger más empleados».
Así que tras la Exposición Universal y el desarrollo que había vivido la propia ciudad de Sevilla, sobre todo en lo que a infraestructuras se refiere, esta compañía optó por hacer las maletas desde Madrid y trasladar su sede a uno de los «pabellones emblemáticos», sobre todo por sus diseños, «a los que se les quería dar un nuevo uso para albergar compañías tecnológica», apunta Gómez. El elegido fue el de Corea, que en un principio iba a ser una estructura efímera.
A las complicaciones del traslado, se le unió que tuvieron que multiplicar sus esfuerzos para adaptar la plantilla a sus necesidades. «Fue necesario contratar personas, la mayoría técnicos e ingenieros, y formarlos específicamente ya que el sector espacial en general y el modelo de negocio de Alter Technology, en particular, es muy especializado», comenta Gómez. De este modo, una treintena de empleados de la por entonces Tecnológica se trasladaron a lo que hoy es el PCT Cartuja, desde donde hoy trabajan una centenar de personas, cerca de la mitad de la plantilla que tiene la compañía entre sus oficinas de Madrid, Rusia, China, Italia, Francia y Reino Unido. Eso sí, la sede sigue estando en la capital hispalense.
Desde Alter Technology reconocen que «ser pionero siempre es difícil». Aunque el entorno era muy atractivo como seno científico y tecnológico, «al principio no había casi servicios». Sin embargo, con el desarrollo del parque, la propia compañía ha ido creciendo, hasta el día de hoy, en los que cuenta con más de cinco oficinas, la mayoría de ellas internacionales.
Aunque su traslado no fue inmediato, Inerco también ha sido fundamental en el desarrollo del PCT Cartuja, como el parque lo ha sido para la evolución de la propia compañía. De hecho, el consejero delegado de Inerco, José González Jiménez, destaca como «un hito» en su historia su mudanza al parque en el año 2000.
Después de pasar por varia ubicaciones, la empresa optó por trasladarse al por entonces conocido como Cartuja 93 por «coherencia estratégica». «Inerco es una empresa de base tecnológica, con vocación por la innovación y debíamos establecer nuestra sede en un espacio como Cartuja 93», explica González Jiménez.
La compañía se decidió por el antiguo pabellón de Rank Xerox, que les permitió «concentrar a todo el personal en un único espacio con las más avanzadas instalaciones», señala el consejero delegado. Desde entonces, el edificio ha sufrido dos ampliaciones y es «un activo emblemático» para la firma.
Pero el traslado al Parque Científico y Tecnológico fue, sobre todo decisivo, «en el crecimiento» de la compañía, ya que «potenció la expansión nacional y acogió la llegada de los primeros proyectos internacionales», sostiene González Jiménez.
Para las empresas, estar en un recinto como el PCT Cartuja no es sólo sinónimo de imagen, sino también de transferencia. Si por algo destaca el parque es por el feedback que ofrece a sus habitantes. Todas las pioneras reconocen que estar ubicadas en un espacio donde confluyen universidad y empresa es un valor añadido.
En el caso de Inerco, más si cabe, pues la Escuela Técnica Superior de Ingenieros es el germen de esta empresa, como recalca el consejero delegado de la compañía. En este sentido, González Jiménez reconoce que el traslado a Cartuja «también posibilitó estrechar lazos de colaboración con otras empresas de corte tecnológico, así como una mayor cercanía física con la Escuela de Ingenieros, con la que mantenemos un estrecho vínculo de colaboración de forma permanente».
Pero también es un punto de encuentro «con centros de investigación científica de renombre internacional o con universidades en las que se forman los futuros talentos, lo que facilita también el acceso a profesionales altamente cualificados, base esencial de esta apuesta por el desarrollo tecnológico», señala el portavoz de Inerco.
También vio su potencial empresarial la Confederación de Empresarios de Andalucía (CEA). La patronal llegó al parque incluso antes de este fundarse, pues fue la encargada de levantar el que fue el pabellón Plaza de África, explican desde la institución; edificio que ocuparon nada más cerrar las puertas la Expo’92.
Por eso, cuando la directora general de la sociedad gestora, Teresa Sáez, habla de la importancia del PCT Cartuja, no duda en decir que es «la mejora herencia de la Expo’92», que pese a ser un evento de seis meses inolvidable, tiene su mayor legado en el trabajo que hoy desarrollan centros de investigación, empresas y la propia universidad. De ahí que recalque que el parque es «un ejemplo único de reutilización de una Exposición Universal», ya que su rentabilidad es «innegable» para Andalucía «por la cualificación empresarial, investigadora y como área generadora de empleo», sostiene la directora general del PCT Cartuja.
Alter Technology, Inerco o Ayesa fueron las pioneras, las que tuvieron fe y consiguieron relanzar un proyecto que tras la euforia de la Expo’92 parecía que iba a desinflarse de la noche a la mañana. Sin embargo, la apuesta por este recinto de estas empresas, así como de otros centros de investigación o de las propias universidades son las grandes protagonistas de lo que hoy es el Parque Científico y Tecnológico Cartuja.