Volcados en sus barrios

Experiencias. Raúl Sánchez y Antonio Fernández son botón de muestra de cómo los propios vecinos son los que cosen las costuras de sus barrios. Con 29 y 91 años, respectivamente, comparten la idea de que sólo luchando se logra mejorar

29 nov 2016 / 08:57 h - Actualizado: 29 nov 2016 / 09:00 h.
"Barrios","El auge del movimiento vecinal"
  • La asociación que lidera Raúl Sánchez organiza desde entregas de regalos en Reyes hasta convivencias./ El Correo
    La asociación que lidera Raúl Sánchez organiza desde entregas de regalos en Reyes hasta convivencias./ El Correo

Raúl Sánchez Castillo, Presidente de la AAVV Esperanza Sur

Aunque ahora está a más de 2.000 kilómetros de distancia de su barrio por motivos de trabajo, Raúl Sánchez dirige la asociación La Esperanza del Polígono Sur con el objetivo de minimizar sus carencias y hacerles la vida más digna a sus vecinos

«Hay que motivar a los jóvenes con empleo y formación»

Ejerce como presidente de la asociación de vecinos La Esperanza del Polígono Sur desde que era menor de edad. Hoy, con 29 años, Raúl Sánchez sigue al frente de ella y sigue siendo uno de los líderes vecinales más jóvenes de la ciudad. Lleva más de 13 años trabajando por la barriada Martínez Montañés con el objetivo de que sus vecinos tengan las mismas oportunidades que el resto. Sin embargo, asegura que no encuentran el respaldo de las administraciones públicas y que la implicación de otros jóvenes como él es casi imposible porque faltan oportunidades en forma de empleo o formación. Lo mismo por lo que él lucha cada día, aquí o en Londres, donde se ha tenido que ir unos meses «para salir adelante».

—¿Qué fue lo que le impulsó a participar tan joven en una asociación de vecinos?

—En el instituto veía carteles de manifestaciones en el barrio por la puesta en marcha del Plan Integral del Polígono Sur y me interesé. Participé y decidí implicarme. Empecé a colaborar con 15 o 16 años en la asociación de vecinos La Esperanza en todo tipo de actividades y actos reivindicativos. La Junta directiva de entonces ya estaba muy quemada, de hecho estuvieron a punto de desaparecer y un grupo de mujeres del barrio me animó a hacerme cargo.

—Pero, ¿hasta los 18 no se haría oficial?

—Efectivamente, el problema era que yo con 17 años ya ejercía de presidente y no era legal, así que hasta los 18 no se hizo oficial.

—La asociación La Esperanza está en Martínez Montañés, en la zona más deprimida del Polígono Sur, ¿cuál es el objetivo de su trabajo?

—Nos centramos en realizar actividades por un barrio mejor, queremos vivir dignamente, no como en Simón Verde, pero con servicio de Lipasam, en un barrio en el que se puedan realizar pedidos a domicilio en cualquier supermercado, con reparto de Correos, con actividades lúdicas y con fiestas temáticas, con convivencias para el día de Andalucía o Halloween.

—Ahora está en Londres, ¿puede llevar la asociación desde tan lejos?

—Sí. Es sólo temporal. Mi intención es estar otra vez en Sevilla antes del verano. Llevo dos años parado y hace seis meses que no cobro ya ni el desempleo, así que hace tres me fui a trabajar a un pueblo de Londres. Estoy en una empresa de distribución. Estaré aquí como mucho hasta junio, el verano lo quiero pasar en Sevilla.

—Su caso es muy similar al de los jóvenes del Polígono Sur. Poco trabajo, pocos estudios...

—Yo estudié de mayor. Hace tres años acabé un ciclo superior: animador sociocultural. Y sí, los jóvenes del barrio no tienen mucha salida, sólo estar en la esquina bebiendo cerveza o buscarse la vida vendiendo flores por el centro de la ciudad. La situación es nefasta en formación y empleo. La imagen del joven del barrio con los brazos cruzados y la litrona en la mano está muy presente.

—Quizás sea esa la razón por la que los jóvenes no se implican en las actividades del barrio, ¿no? Porque usted es la excepción que confirma la norma.

—No están implicados porque no están motivados. La razón es la falta de recursos, de caramelos como el poder encontrar un trabajo, poder formarse en un oficio o tener un ocio alternativo. De todo esto no hay nada en el barrio.

—¿Qué aporta la asociación de vecinos La Esperanza a los vecinos del barrio?

—Sobre todo un punto de encuentro para que las vecinas puedan charlar, convivir, compartir penas y alegrías. Además, somos un apoyo institucional. Cuando hay un problema hacemos de mediadores entre los vecinos y la Junta de Andalucía o la empresa de la vivienda. Por ejemplo, en el caso de averías en los bloques.

—¿Cuántos socios son y cómo se financia la asociación?

—Tenemos alrededor de 70 socios que pagan 2,5 euros, además de los socios honoríficos y jubilados que no pagan nada porque tienen una pensión irrisoria. Con el dinero de las cuotas pagamos seguros, agua... y actividades como la convivencia en los pinares de Hinojos en la que ponemos autobuses y los socios no pagan nada. Es gratis para ellos.

—¿Tienen subvención de la Junta de Andalucía?

—No. Desde 2009 o 2010 no pedimos subvenciones. Sobrevivimos con las cuotas de los socios y, la verdad, las estamos pasando canutas. Por el local en el que tenemos el ambigú que gestionan las mujeres, que es el único sitio que hay por la zona para que se puedan reunir, pagamos un alquiler de 140 euros a la Junta. Y no llegamos a tanto. Pagamos las facturas, pero llevamos tres meses sin poder hacer frente al alquiler del local. Las mujeres que lo gestionan quieren tirar la toalla y no sé qué vamos a hacer, pero intentaremos salir adelante. Aportamos bastante al barrio y, sin embargo, contamos con muy pocas ayudas públicas. Incluso llevamos dos años sin poder gestionar la puesta en servicio de autobuses para llevar en verano a los niños del barrio y a sus familias a la playa.

Antonio Fernández Pérez, Presidente de la Asociación de Vecinos Torre del Oro del Arenal

Con 91 años, lleva toda su vida en El Arenal. Con once años salió por primera vez en la prensa, no fue al colegio pero se enorgullece de tener tres carreras y de haber liderado históricas batallas ganadas en la calle y también en los tribunales

«El problema es que el Arenal es una zona saturada de bares»

Pintó pasos de cebra a mano, se sentó en una silla ante el parking del Paseo de Colón para que los vecinos tuvieran sus plazas... Antonio Fernández es uno de los históricos de la lucha vecinal de Sevilla. Y tras 91 años en El Arenal sigue reivindicando mejoras, sobre todo de tráfico, para un barrio que considera parte de su familia. Su lema: Ultra et recte (adelante y por derecho).

—Es usted el Demóstenes del tráfico.

—Yo estuve en Alemania y me traje la idea de la zona azul a Sevilla. Entre 1965 y 1966 pronuncié 27 conferencias sobre los problemas de movilidad y el tráfico rodado. Sí, me llamaban el Demóstenes del tráfico, según la prensa de Madrid. Y me dieron la Medalla del Mérito a la Circulación Vial.

—¿Cuándo fundó la asociación de vecinos?

—Soy cofundador de la Asociación de Vecinos Torre del Oro del Arenal, que nació en 1978, y presidente desde 1997. Hemos conseguido sentencias en contra del Ayuntamiento por los efectos de la movida en el Arenal y, catorce años después, vuelven los problemas, aunque de forma distinta. La sentencia histórica del Arenal fue en 1998. Logramos que condenasen al Ayuntamiento por no tomar medidas y no garantizar el derecho al descanso. Y vamos a tener que ir al Tribunal de Estrasburgo, no nos queda otra cosa, para que condenen al Estado porque sigue sin resolverse.

—¿Y ahora?

—Ahora hay una pequeña botellona en la plazoleta de la calle General Castaño, pero el problema es el rebote de los bares. La gente sale fuera a fumar con la copa en la mano. El Arenal es una zona saturada de bares. Todo lo que se cierra abre como bar. Una camisería, una carnicería, relojería... al final acaba en bar. Y las abacerías venden pan, vinagre, aceite y también alcohol y cante flamenco. En el Paso de Colón pasa igual.

—¿Se resolvieron los problemas de tráfico?

—El tráfico en la zona ya está regulado a 20 kilómetros por hora en las calles estrechas, pero Antonia Díaz es una vía rápida, de salida, y donde se corre mucho con el semáforo en verde. Hemos pedido al delegado del Casco Antiguo que ponga badenes. A mí me atropelló un coche ahí mismo y por eso hay un paso de peatones.

—¿Qué le mueve para seguir al frente de todo esto?

—Este barrio es mi padre y mi madre. Nací aquí y mis hijos también. Quiero a mi barrio, es lógico. Mi afición por el tráfico y el amor por mi ciudad y al barrio me mueven para reclamar lo que no veo justo. Por eso tengo tantas sentencias ganadas. Y no me importa el color político. Hemos ganado sentencias a gobiernos locales de todos los colores. Incluso tengo la medalla de papel del Ayuntamiento –un libro de la historia del Consistorio dedicado por el entonces alcalde Juan Ignacio Zoido por sus «servicios», por su «generosidad» y por ser un ejemplo «de superación y formación»–.

—¿Qué necesita el barrio?

—Lo veo bien ahora, pero los viernes y los sábados se colapsa. Debería colaborar el delegado del Gobierno porque es necesaria la presencia de la Policía Nacional para evitar peleas y también se necesita más presencia de la Local, sólo pasan de largo.

—Su currículum es tan largo como la historia del Arenal.

—Llevo toda la vida en El Arenal. Nací en la calle Valflora, paralela a donde vivo ahora, el 27 de abril, aunque en el registro aparece el 2 de mayo porque mi madre, viuda, tardó en apuntarme. A los trece años empecé a trabajar en el Ejército en recuperación de vehículos por tres pesetas al día. Después, en 1941, pasé a Hytasa. Allí coincidí con Salvador Távora. Y después fui mozo de cubierta en uno de los cuatro buques alemanes que se quedaron atrapados en Sevilla por la guerra internacional. En 1949 gané una plaza de funcionario en el parque móvil de la Universidad de Sevilla y, aunque no fui al colegio, he logrado tener tres carreras: Artes y Oficios, ATS y Derecho –que lo acabó a los 71 años–. Yo estudiaba por mi cuenta mientras era chófer, entraba en las conferencias y aprendía de todos. Tras trabajar en el ya desaparecido hospital universitario de San Pablo fui técnico de gestión de la función administrativa del Macarena y, tras el grave incendio de 1978, me concedieron la invalidez absoluta.