DANA

Un afectado del municipio valenciano de Aldaia: “Los vecinos hicieron un agujero en el techo para salvar a mi madre”

Aldaia amanece este sábado con un aluvión de voluntarios llegados de toda España pero insuficientes máquinas, bombas y camiones

Un afectado del municipio valenciano de Aldaia : “Los vecinos hicieron un agujero en el techo para salvar a mi madre”

Paco Rojo

Marta Rojo

La madre de Cristina todavía no es consciente de lo cerca que ha estado. Tan cerca como que el agua le llegaba a la altura de la barbilla cuando la sacaron de su casa por un agujero en el techo, en tiempo de descuento, en el municipio de Aldaia. Tiene 84 años y ahora está viviendo en casa de su hija, donde tiene compañía y una cama seca, pero donde no tiene sus fotos enmarcadas ni su cepillo de dientes. “Ayer aún me dijo: mira a ver si me traes del baño el cepillo de dientes, que creo que me lo dejé allí”. Porque, dice su hija, “todavía no es del todo consciente de lo que ha pasado”. Se acuerda de todo pero no quiere ver las noticias, ni leer el periódico, ni ver fotos de su casa inundada. Por eso no sabe que en su baño, y en el resto de la vivienda, hay una marca marrón pasado el metro sesenta de altura, en la pared. Y que no está su cepillo de dientes, ni nada más, porque casi todos los muebles, las fotos, los libros, están en la calle, en una montaña embarrada, esperando a ser recogidos por un camión que los deseche.

“Fui yo la que llamó a los vecinos de arriba”, explica Cristina. La vecina no tardó ni un minuto: bajó a la planta baja, donde vive su madre, y entró en la casa cuando el agua le venía ya por el pecho. En la cocina, rompió el falso techo para dejar al descubierto un respiradero, una rejilla rectangular, que unía el suelo de un piso con el techo del otro. “La rejilla ya estaba, ella puso una pila de muebles debajo, subió a mi madre y, desde arriba, abrieron un agujero más grande y la subieron a casa de los vecinos”, relata. 

Para María Pilar, lo peor ha pasado. Al menos, en cuanto a su casa. Esta mañana están terminando de sacar a la calle los muebles mojados y tiene intención de sacar los coches del garaje, que ya se ve seco desde la calle. “Ahora vendrá más familia a ayudarnos”, explica. Pero aunque en su vivienda está todo más o menos en orden, ahora está recibiendo noticias de personas cercanas, familiares y amigos, que siguen desaparecidos. Con la vista puesta en el teléfono, sigue sacando sus enseres a la calle. A pocos metros, Paqui ayuda a limpiar el garaje de la finca. Dentro, hay gente tirando agua a presión con una máquina y ella, con una escoba, la saca hacia fuera. “Hoy estamos recibiendo patrullas y patrullas de gente joven que ha venido a ayudar, los tenemos aquí desde primera hora de la mañana”, afirma. Es la primera vez que reciben tanta ayuda. “Así que nada, seguiremos limpiando, no pasa nada”, concluye. 

Más manos que máquinas

Las calles inundadas de Aldaia son, este sábado, un río de voluntarios llegados desde toda España. Como, Paula, que espera instrucciones a la puerta de una vivienda para seguir sacando agua. Forma parte de una brigada forestal de Toledo que llegó este viernes por la noche a Paiporta. “Pero los vecinos nos dijeron que nos fuéramos, porque cuando cae el sol, en las casas hay atracos”, asegura. Ha venido con su novio, que forma parte de la misma brigada y trabaja en el Samur de Madrid. “Cuando ya estábamos aquí el Samur pidió a sus efectivos que se movilizaran para venir. Un poco tarde, ¿no?”, se pregunta.

Jesus y Jorge están sentados en la plaza, comiéndose un bocadillo. Llevan cintas con luces en la cabeza. “Somos mineros de toda la vida”, bromea Jesús. Pero no tienen nada que ver con la minería. En Barcelona, desde donde viajaron anoche a las dos de la mañana, Jorge, por ejemplo, trabaja en una tienda de ropa deportiva. “Pero queríamos venir a ayudar”, defiende. Por eso, han parado a descansar después de toda la mañana sacando agua y fango de un garaje.

"Es un clamor: gracias por las manos, pero ahora necesitamos máquinas"

Los voluntarios llegan con comida y bebida, que el pueblo agradece, con palas y escobas y ganas de trabajar, pero en muchas casas no pueden beneficiarse de su ayuda. Celeste y Jezabel, por ejemplo, vienen de València. Este viernes estuvieron en el municipio valenciano de Paiporta: “ayudamos a mucha gente, pero hoy hemos ido a la Policía Local de Aldaiac que nos ha dicho que nos iba a llevar a un punto específico donde hacía falta mucha ayuda”. Al llegar, se han dado cuenta de que lo que se necesitan son bombas para achicar agua y camiones para retirar los enseres de las calles. “Vamos preguntando por todas las casas si necesitan ayuda pero nos dicen que no, porque lo que necesitan son vehículos”, destaca Jezabel.

El callejero de Aldaia es un recorrido fangoso por montañas de muebles, ropa, juguetes y hasta lámparas. En una de las calles estrechas donde el impacto del agua fue mayor, cuatro hombres cargan una farola que el agua arrancó de cuajo. En las puertas de las casas se apila de todo. Todo lo que ha estado en contacto con el agua ha quedado inservible y las instrucciones son que tiene que tirarse.

Para eso está David. Hoy viaja de copiloto en un camión que ha traído desde la Vall d’Uixó para ayudar a sus amigos de Aldaia y a los vecinos. Al llegar, se han dirigido al Ayuntamiento y de les han dicho que el camión podría servir para ayudar a sacar muebles enfangados de la calle. “Los llevamos a un solar”, explica. Llevan toda la mañana haciéndolo y su plan es quedarse todo el fin de semana. Al camión de David ayudan a subir trastos Saray y Jorge, una pareja de Gandía que estudia en València y ha venido a ayudar por su cuenta. “Hoy el trabajo es cargar camiones”, explican. Han llegado esta mañana, han ido al Ayuntamiento a ver qué se necesitaba y les han mandado a esta calle donde ahora trabajan.

A pocas calles de distancia hay tres o cuatro máquinas, la mayor concentración en todo el municipio. Una de ellas lleva el distintivo ‘Brigada municipal de Alboraya”. En la esquina, controla el tráfico un policía local de Mutxamel. Los voluntarios trabajan para quitar barro y arrastran con escobas y con placas metálicas el agua embarrada hacia el alcantarillado. Un trabajo que los dos primeros días tras la DANA hicieron los vecinos, como Ana y José. “Estábamos solos, éramos nuestra propia mano de obra”, explica. Fueron ellos los que abrieron la alcantarilla de su calle.

Trabajo a destajo en la escuela infantil Angelets

También hay mucho trabajo autoorganizado en la escuela infantil Angelets. Paula, la propietaria, dice sentirse “abrumada” por todo el apoyo. “Ayer en dos horas pudimos vaciar todo el agua con la ayuda de la gente, y hoy ha venido hasta un chico de El Puig que tiene una bomba de agua”, relata. Ella y una compañera se quedaron con la gestión de la escuela en julio de 2019. “Éramos dos chicas de 25 años que ya han vivido primero una pandemia y ahora esto”, dice, mientras una de las profesoras, Silvia, agradece la ayuda de todo el mundo. “Queda fatal decirlo, pero estamos muy bien gracias a toda la ayuda que ha llegado”, asegura. 

En el interior, Jorge, padre de un alumno, trabaja con una escoba junto a otros padres y madres que se ha organizado por un grupo de WhatsApp. En el patio, otra profesora, Lidia, limpia junto con media docena de personas más y con una manguera los pocos juguetes infantiles que ha podido salvar del interior. Pilar ha venido a ayudar y agradece que, por fin, haya llegado algo de ayuda oficial, todavía insuficiente. “Es el primer día que he oído una sirena de algo”, admite.

Al lado de la parada del tren, en el paso subterráneo, los bomberos se afanan por sacar agua y empiezan a trabajar con algunos de los coches, vacíos, que se quedaron abajo. En el parque de al lado, muy lejos de cualquier vía, se apilan coches reventados por los efectos del agua. El barranco, en la calle Hernán Cortés, se ha llevado la peor parte. Por un lado y por otro solo se oye, de cuando en cuando, un chapoteo, cuando los vecinos y voluntarios vacían en el agua sus cubos con barro. También hay un puesto de agua y comida que abastece a los vecinos y a los voluntarios. “Somos ocho o nueve”, dice un chico. “He hecho macarrones, ¿queréis?”, le pregunta la voluntaria. Enfrente del puesto, la Biblioteca Municipal ha apilado los libros mojados y embarrados en la calle. Aunque se destino es el de todos los muebles desechados de las casas, parece que pretendan secarlos al sol.

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