DANA en Valencia
La vida antes y después de la DANA
El supermercado ahora es reparto de alimentos y los niños tienen prohibido salir al patio; parques, negocios, casas, bancos, bares y gimnasios están arrasados. Algunos, solo unos pocos, han logrado sobreponerse y abrir de nuevo en tiempo récord. La riada ha cambiado la vida radicalmente a cientos de miles de personas. Estas son algunas de las historias, con nombres y apellidos, pero que se reproducen desde aquel fatídico 29 de octubre en las comarcas más golpeadas
Vidas, antes y después de la DANA. / Miguel Angel Montesinos
Gonzalo Sánchez / Marta Rojo / Teresa Domínguez
El 29 de octubre de 2024 cambió la vida de miles de personas en la provincia de Valencia. Sin previo aviso, muchos vecinos y vecinas de la zona cero se encontraron, las semanas siguientes, enterrando a familiares. La mayor pérdida es la de las 222 personas fallecidas, entre ellas Francisco, de Pedralba, hermano de Joaquín, que murió entre los escombros de su casa, o Felipe, al que su hija Meri tardó diez días en poder localizar tras la tragedia. Pero, también para quien no ha perdido a ningún familiar o amigo, la vida no es igual después de la DANA. Desde perder la casa, como Rafa, de Utiel, al negocio, como Lidia, de Albal. El destrozo laboral y económico todavía no ha podido siquiera cuantificarse. Cientos de personas, como Sara, habían invertido todo lo que tenían en sus pequeños negocios.
Estas son algunas de las historias, con nombres y apellidos, pero que se reproducen desde aquel fatídico 29 de octubre en las comarcas más golpeadas
Otros, como Emilia, afrontan ahora una catástrofe sin recursos para poder arreglar lo que se ha llevado el agua. Ni siquiera en la zona cero, ni siquiera entre vecinos, la DANA ha afectado a todos por igual. Padres e hijos han tenido que separarse para poder seguir, como le ha ocurrido a Silvia, de Paiporta, pero más difícil ha sido, incluso, para John, migrante y víctima de la riada. Ha cambiado lo más importante y lo más cotidiano, lo personal y lo social, la casa y la calle. Nada es igual después un mes después aunque todos se aferran a la obligación de reconstruirse.
Sara, esteticién: “He perdido la tienda en la que había invertido 100.000 euros”
Sara tiene que ir a pie hasta Picanya si quiere comer carne. Arrastra el carrito casi una hora sólo en la ida. Su vida cambió radicalmente el pasado 29 de octubre, hace justo un mes, cuando la riada segó la vida de más de 45 personas y destrozó Paiporta. Incluído su centro de estética en el que había invertido más de 100.000 euros.
Ella ya no tiene “día a día”. “Antes me levantaba e iba a pilates, pero ya no hay pilates. Después de trabajar iba al gimnasio, pero ya no hay gimnasio. El bar en el que quedaba a desayunar con mis amigas, o a tomar algo los viernes también está arrasado. Ahora ya no hay nada…”, lamenta. Paiporta sigue sin colegios y el primer supermercado abrió el día 27 de noviembre, casi un mes tras la riada.
Esta joven emprendedora es propietaria de un centro de estética en Paiporta que ha quedado totalmente destrozado por la riada. Lo abrió hace trece años y había invertido en él unos 100.000 euros. “Me he pasado toda mi juventud aquí, trabajando muchísimas horas para sacarlo adelante, y verlo ahora así es duro”, explica.
También ha perdido su coche recién comprado con menos de 16.000 kilómetros. Ahora su vida se resume en hacer cola para la comida y la bebida, limpiar el polvo, hacer llamadas al seguro, gestionar las ayudas de las administraciones y volverse a limpiar el barro. El polvo en suspensión de Paiporta (que un mes después sigue sin quitar el lodo) le tiene tomada la voz desde hace semanas, y tiene que tomar medicación cada tarde para relajarse.
Lo que más critica es la falta de organización y mes después. “No ha venido nadie para ver cómo está el bajo, y las subvenciones tampoco me las dan. Me han llegado antes las ayudas del señor Roig que del estado”, critica.
La vida le ha dado un cambio radical y de momento no sabe cómo va a afrontar todos los gastos que vienen. “La propietaria no me va a cobrar este mes, pero la semana que viene tengo que pagar la cuota de autónomos y no sé cómo lo voy a hacer, ni tampoco cómo afrontaré cuando vengan los gastos de luz y agua”, explica.
En su casa se amontonan las botellas de agua mineral porque, 30 días después, el agua corriente es peligrosa y sólo la hay de noche. “Tengo que cocinar y lavarme los dientes con agua mineral, que aún estemos así es tremendo”, cuenta.
La organización y la desidia de las administraciones es lo que más enfada a Sara. “Han pasado 4 semanas ¿De verdad no se pueden agilizar las cosas?”, critica. Sin coche, tiene que moverse en buses lanzadera lentos que no la llevan a muchos sitios. “El otro día estuve en València con mis sobrinas y me sentí un bicho raro total. Las niñas me dijeron que allí nadie llevaba barro en las botas”, explica.
Otra de las reivindicaciones de esta autónoma es la de muchos un mes después “¿Dónde están mis impuestos? No puede ser que esté dependiendo de la ayuda de Juan Roig y de algunos familiares que me han dado algo. Que se agilicen las ayudas ya. Yo nunca he dependido de nadie y me da apuro hacerlo, y hay muchas tiendas como la mía donde no hace falta tanto dinero para volver a funcionar. Pero hace falta dinero y celeridad”, cuenta.
Mario, peluquero: "No voy a dejar que el agua arrase 27 años de trabajo"
Mario Martínez estuvo muy cerca de la muerte a última hora de la tarde del 29 de octubre. Se salvó "por una serie de situaciones azarosas que, analizadas, deben ser suerte", explica. Fue uno de los primeros testimonios de supervivientes de la DANA publicados por Prensa Ibérica. In extremis, él, su empleada -él prefiere hablar de "compañera de trabajo"- Judith y el único cliente que quedaba en su peluquería, HMG Estilistas, en Catarroja, se vieron salvados al estamparse contra la luna del local un coche a la deriva sobre el que llegaba una chica aferrada al techo.
"El agua anegó la peluquería, pero el coche quedó clavado y nos sirvió para encaramarnos sobre él y alcanzar el balcón del primero piso". Mario, que roza los dos metros, izó a Judith, a la chica y al cliente. Después, tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para escalar él también, ayudado por el vecino de ese primer piso. Fue poner el pie en la balaustrada, y el agua arrancó y se llevó el coche. El resto, ya es historia.
Su mujer, Mari, su hija, Yasmina, y su hijo, Hugo, supieron lo sucedido mucho después. Primero, fue el miedo a morir; después, el abatimiento de ver bajo las aguas y el barro casi tres décadas de esfuerzo; y a continuación, el hambre de volver a ponerse en pie. "No sabemos hacer otra cosa más que trabajar", contaba Mario al día siguiente. Cuando Valencia aún despertaba al horror, Mari, Mario y Hugo ya estaban sacando a la calle sillones, espejos y muebles y, armados con palas, mochos y cubos empezó una batalla contra el destino que, obviamente, han ganado.
"Ha sido una pasada. Los amigos de Hugo, familiares, amigos... Todos se volcaron". Han trabajado día tras día, de lunes a domingo y de sol a sol. El lunes, 18, cuando más del 90 por ciento de los establecimientos de Catarroja ni habían pensado aún en cómo reaccionar, ellos ya estaban de vuelta: empezaron a atender en la parte trasera, la dedicada a centro de formación. Ni siquiera cobraban "porque no estaba en condiciones, pero queríamos volver a dar servicio a los clientes, muchos de ellos de Catarroja y de otros pueblos afectados por la DANA, que llevaban un mes sin peluquería".
El sábado por la tarde y el domingo, en vez de descansar, se dedicaron a pintar el local. Desde este lunes, ya están de vuelta: "No está como antes y está lejos del cambio de decoración que tenía pensado [lo hace cada par de años], pero al menos ya se parece a lo que había y podemos empezar a trabajar". Son dos entusiastas, pero, a veces, las fuerzas han flaqueado. "Cuando vimos el destrozo, la devastación, pensé en cerrar y buscar otro trabajo, pero lo hablé con mi hijo, que es la cuarta generación de peluqueros, y con Judith, y los dos me pidieron que recuperásemos el negocio. Y pensé que no iba a dejar que el agua se llevase también 27 años de esfuerzo y trabajo". Lo han conseguido. Todo un ejemplo de tenacidad y profesionalidad.
Silvia, profesora: "El parque al que llevaba a mi hija está arrasado"
Silvia lleva un mes sin comer junto a su hija de 9 años y su hijo de 13. Los mandó con sus abuelos para que no tuvieran que verse envueltos en la tragedia de Paiporta. Antes vivía en una urbanización tranquila, ahora escucha pitidos de maquinaria pesada y vehículos militares todo el día. Antes veía gente vestida con pantalones vaqueros, ahora todo son pantalones de camuflaje y epis.
Como la que lleva ella cada día. Epi y mascarilla. El aire de Paiporta se ha vuelto irrespirable, y el agua del grifo no se puede beber. “Nos dicen que hirviéndola… Pero no me fío”, cuenta.
Ella es profesora en el IES La Sénia de la localidad, que ha sufrido graves daños por las riadas. El día 29 de octubre fue un antes y un después en su vida. Un día normal antes de la riada consistía en llevar a su hija al colegio, hacer la compra, preparar las clases, comer con sus hijos e ir al centro por la tarde, donde es profesora de FP. Tras la DANA, todo ha saltado por los aires.
“Al lado de mi casa había un parque infantil al que siempre llevaba a mi hija, pero ahora está completamente destrozado. Ha pasado un mes y seguimos sin tener normalidad de ningún tipo”, lamenta. Sus hijos están en una escuela de acogida en otra localidad y viven con sus abuelos, mientras ella se organiza con sus vecinos para tratar que las autoridades saquen el lodo del garaje que, un mes después, sigue allí; “no he podido ni acceder a mi trastero”.
Ha cambiado llevar a su hija al parque y comprar en el súper a hacer cola para el reparto de alimentos. De usar su coche a tener que subir en buses lanzadera para poder ver a sus hijos. “No hay peluquería, ni supermercados, ni bancos… No hay nada, todos los comercios fueron arrasados”, cuenta.
No sabe cuándo podrán volver a la normalidad ni se atreve a dar fechas. Lo único que sabe es que “está siendo todo muy duro”. “Yo creo que muchas cosas no las vamos a recuperar hasta que no pase un año. Llevamos un mes y se ve movimiento, pero parece que no avancemos”, cuenta.
Su cotidianidad ha cambiado hasta tal punto que ya ni siquiera pueden salir a la calle de noche. “Esas farolas que ves están de pega porque no van. Llevamos semanas viendo y escuchando los saqueos. Da miedo salir a la calle de noche, ningún vecino baja. Suficiente estamos pasando como para bajar a la calle y que te roben. Esto es una pesadilla”, sentencia.
Joaquín: Perder a un hermano dentro de su casa arrasada
“La riada no fue solo de agua, sino de cañas, casas, coches, árboles de 50 metros, fue brutal”. Joaquín Quesada sabe que no fue solo el agua, sino también todo lo que llevaba con ella, la que derribó la casa de su hermano Francisco en Pedralba y lo sepultó entre los escombros. Francisco perdió la vida la noche del 29 de octubre y su casa, de nombre ‘Flor de Lys’, en una zona de diseminados en Pedralba, es un amasijo de cañas, ladrillos, estructuras a medio caer y zonas derrumbadas. En una de ellas encontraron, días después de la DANA, a Francisco, que vivía y teletrabajaba como redactor e informático de páginas web en su casa. Su familia primero pensó que se lo había llevado el agua, a pie o en coche, porque lo último que supieron de él era que salía a pasear a sus perras y que el río, ya en ese momento, iba crecido. Luego dejaron de llegarle los WhatsApps. “Creíamos que podía estar incomunicado, y estábamos preocupados pero no tanto como estuvimos luego”, explica su hermano, que recuerda con angustia cómo Francisco no cogía el teléfono: “Nos enteramos como la mayoría; yo vivo en Valencia capital donde no llovía y a las ocho y diez empezaron a sonar los teléfonos y lo primero que hice fue llamar a mi hermano porque sé que él vive allí arriba y allí llueve mucho”.
El día 30, pensando que su hermano podría seguir sin cobertura, fueron a buscarlo. “A la casa no había ido nadie todavía, fuimos los primeros en llegar”, detalla. Se asomaron a las ventanas llamando a Francisco y solo vieron a una de las perras encima de un sofá. O a lo que quedaba de las ventanas, porque, al menos en la zona del porche, una de las ventanas fue arrancada por la fuerza del agua. También la puerta. En las fotos del “después” que hizo la familia, aparece también un trozo de techo que parece colgar de un hilo. No queda ni recuerdo de los azulejos que un día decoraron el exterior de la casa, que Francisco había decidido pintar de un color entre el rojo y el granate. Ni de la verja que protegía la casa y que no pudo hacer nada contra el embate del agua y todo lo que llevaba consigo.
La riada fue un martes. Cuando al fin llegó la maquinaria para poder entrar en la casa, era sábado por la mañana. Las máquinas “empezaron a tirar trozos de la casa para poder entrar” y, sobre la una de la tarde, los que buscaban vieron el coche río arriba, pero Francisco no estaba en él. Cuando volvían del río y de su búsqueda sin éxito, un familiar comunicó a su hermano que lo acababan de encontrar bajo los escombros, en su casa, muerto. Además de “muy buena gente”, Francisco era, según su hermano, “muy listo”: “Por eso decíamos que era imposible que le hubiera pillado allí”. La DANA ha cambiado para siempre la vida de esta familia y la casa arrasada es, para ellos, un recuerdo de la tragedia.
Emilia, Algemesí: El terror de vivir la DANA sobre una escalera de mano en una casa sin asegurar
Emilia y su familia llevan “un año de perros”. El que emplea esta vecina del Raval de Algemesí es, en realidad, un calificativo suave para un año en el que ha tenido que lidiar con las consecuencias de la muerte de un hijo, de un hermano y ahora, con el horror de pasar la DANA aguantando trece horas subida a una escalera de mano con un marido enfermo en una casa que no está asegurada y que no tiene dinero para reparar.
Emilia y su marido vivían en una planta baja en la que el agua alcanzó una altura de 1,70 metros, más alta que ella, que mire 1,49. Su marido está enfermo y utiliza una máquina de oxígeno que funciona con batería. La tarde del 29 de octubre, el agua empezó a subir cuando su hija Noelia y su nieto estaban con ellos en casa, y eso les salvó a todos. Al niño se le ocurrió la idea de subir a su madre, también de la altura de su abuela, a material de obra que estaba en ese momento en la vivienda. A sus abuelos los subió a una escalera de mano, “de las pequeñas, de las de pintar”, explica Emilia. Allí, cada uno sobre un peldaño, con el agua al cuello, pasaron trece horas y media hasta que unos vecinos rompieron la puerta para que el agua saliera. Una auténtica pesadilla por la que Emilia recibe atención psicológica estas semanas. “Mi marido me decía ‘yo ya no puedo aguantar más’ y yo le decía “‘va, Juanito, una hora más’”, recuerda. “Nos vimos la muerte encima”, añade. Su marido lleva la pulsera de teleasistencia y, con ella, contactaron con el 112, pero no vino nadie. “Ni siquiera intentaron sacar a mi marido, aunque fuera por la ventana”, lamenta.
Ahora, se han ido a vivir a casa de una hermana, pero la hija y el nieto siguen en una casa que es, a día de hoy, inhabitable por el barro y los agujeros que ha dejado el agua. “Dicen que no se quieren ir”, explica Emilia. El problema, ahora, es poder pagar la más que urgente reforma que necesita su casa. “Espero cobrar la ayuda de 6.000 euros, pero si la gasto en la reforma no la puedo gastar en los muebles o los electrodomésticos, y no tengo dinero para arreglar nada”, detalla esta vecina de Algemesí. La casa no está asegurada. “Estaba a nombre de mi hijo y, cuando falleció, no pude seguir pagando más que dos recibos del seguro de la casa”, explica. Ahora, su dueña intenta conseguir un préstamo o alguna ayuda mientras intenta alejar de su mente la peor experiencia de su vida. “No paraba de recordar la caja de mi hijo, el funeral de mi hijo, y pensé que nos íbamos a ir todos con él”, subraya.
Rafa, mecánico: Perder el negocio y también la casa
Rafa no quiere hablar más del tema, ni recordar lo que pasó aquella noche en Utiel. Pasó 6 horas abrazado a su madre de 95 años con el agua al cuello. Salvó el pellejo de milagro y desde entonces su vida no ha vuelto a ser la misma. Su casa está completamente arrasada.
Ha pasado un mes de la tragedia y la llamada pilla a este mecánico cargando sacos de ropa para llevarla a una lavandería. "No sé cómo contarte... No tengo nada, ahora mi vida es esto, la reconstrucción", explica. El agua reventó varias paredes de su taller mecánico y se llevó maquinaria muy cara. Lo ha perdido todo pero aún queda una chispa de esperanza. Hasta hace nada Rafa pensaba que habría que derruir el edificio, valoraba jubilarse y cerrar definitivamente. Resulta que el destrozo no ha sido tal, y ha recuperado ánimos para empezar a reconstruir el taller, y su vida.
Antes de la riada su vida era como la de tantos. Se levantaba, ayudaba a levantarse a su madre y la cuidaba, abría la persiana del taller, comía, volvía a abrir por la tarde, iba al gimnasio... Ahora ya no hay nada de eso. Su vida es la urgencia de reconstruir. "Qué te voy a decir, ahora todo es papeleo con el ayuntamiento, con los seguros, con el estado para pedir ayudas, y mientras seguimos sacando enseres porque la riada se lo llevó todo. Es un desastre. No tengo trabajo pero al mismo tiempo no paro de hacer cosas y es todo muy duro", lamenta.
En una tare, Rafa se quedó sin nada. Ni casa, ni trabajo, ni eso que llamamos "día a día". Todo saltó por los aires. Ahora trata de recomponerlo con ayuda de familia y amigos (y también muchísimo esfuerzo por su parte), su único deseo ahora mismo es el siguiente: "sólo quiero volver a la normalidad y recuperar la vida que tenía antes. No pido mucho, una vida normal, como la que tenía", lamenta.
John, albañil: El doble drama de ser migrante y afectado por la riada
John lleva un mes viviendo en una habitación de motel con su mujer y su hija de 6 años. Son colombianos, y llegaron hace algunos años a Chiva para trabajar y quedarse a vivir. Él es albañil en València, ella cuida personas mayores en Chiva y su niña va a la escuela en el pueblo. No tienen papeles, pero una generosa vecina de la localidad les alquiló una casa al lado del barranco. Esa casa ya no está, la riada se la llevó tabiques incluídos. John salió de ahí con su hija y el agua ya por la cintura.
El drama va por partes. Lo primero es que ahí tenían los pocos ahorros que habían conseguido en España. Lo segundo es que, sin NIE, no pueden acceder a ayudas ni tampoco a alquilar un piso legalmente, lo cual les dificulta muchísimo encontrar un alojamiento ya que la demanda en Chiva se ha disparado.
Este migrante había rehecho su vida después de mucho esfuerzo y sacrifico en una zona despoblada de la Comunitat, y aunque bromea con su mala suerte, se muestra positivo en que será capaz de salir de este bache. Para colmo, la anciana que cuidaba su mujer ha fallecido y él está buscando más trabajo por la zona.
Agradece a la alcaldesa de la localidad que tanto él como el resto de familias que viven en el motel no tengan una fecha límite para irse, y que esté teniendo la paciencia de esperar a que encuenten algo. John vino a Chiva para trabajar y tener un proyecto de vida con su mujer y su hija. Aunque el proyecto ha quedado en entredicho, confía en rehacerlo.
Lidia, empresaria: "Siete de los nueve hornos familiares han sido arrasados"
Albal, Alfafar, Catarroja, Paiporta... Consultar la lista de localidades donde Don Pa Artesans tenía hornos, obradores o puestos de venta es hacer un recorrido por la zona cero. De los nueve puntos de venta de este negocio familiar, siete han quedado totalmente inutilizados y ahora Lidia Garrido, su hermano José Carlos y sus padres se enfrentan a la espera de las ayudas y la incertidumbre.
Lidia estaba en València la tarde del 29 de octubre cuando, antes de las siete, la llamó una compañera de Paiporta a decirle que se había desbordado el barranco, que estaba entrando agua y que su padre seguía en el horno, en la planta baja. "No entendí nada pero intenté ir hacia Paiporta", explica. Pero se quedó atrapada en la carretera y, su padre, incomunicado. "A las doce de la noche, unos operarios que también estaban atrapados rompieron la mediana y fuimos subiendo los coches a un puente", relata. Allí estuvo hasta las tres de la tarde del día 30. "Intentaba consolarme apoyándome en la calma de la gente mayor, pero todos estábamos igual". Cuando amaneció en una Horta Sud arrasada por la DANA, su hermano José Carlos cogió una bici y fue de Albal a Paiporta a buscar a su padre. "Empezó a gritar su nombre y las vecinas le dijeron que estaba bien". A las dos de la mañana, los vecinos lo habían rescatado y llevado a una planta alta. "Allí se pudo tomar un café con leche, dice que el mejor de su vida".
"Ahora estamos en el momento de la espera, de las ayudas que no llegan", lamenta Lidia. La empresa ha hecho un ERTE para casi todos los trabajadores, a excepción de los empleados del horno de Cullera, el único en zona no afectada por la DANA. Eso sí, destaca la solidaridad de todos los voluntarios que, durante semanas, han estado con ellos quitando fango, limpiando y desinfectando los espacios y el apoyo del sector, de compañeros de otras empresas que han participado en el 'crowdfunding' que han puesto en marcha para recuperarse y hes han dejado maquinaria, entre otras cosas.
Meri, Catarroja: "Encontramos a mi padre muerto diez días después"
Meri y Pedro José García Villanueva tuvieron que buscar a su padre por sus propios medios, no aparecía tras la noche del 29 de octubre. "Encontramos a mi padre muerto diez días después con la ayuda de voluntarios". Felipe García, como tantas otras personas, bajó a mover el coche y su familia no volvió a saber nada de él.
"Al día siguiente fueron mi marido y mi hermano a poner la denuncia al Ayuntamiento de Catarroja. Me quedé más tranquila porque pensé que las autoridades se pondrían a buscarlo y lo encontrarían, pero no fue así", explica.
Tras la inacción en su búsqueda, Pedro José se pasaba día y noche con el barro al cuello, sin resultado, y Meri consiguió un coche para ir a València a poner allí también la denuncia y aportar su muestra de ADN. Aprovechó para recorrer todos los hospitales por si su padre estaba en alguno desorientado.
Por su parte, Pedro José había trazado un mapa de donde podría estar Felipe según el trayecto que hizo el agua. Pedía ayuda a las fuerzas y cuerpos de seguridad, pero le decían que "con tanto barro no podían entrar, se necesitaban perros". Así fue como Meri movió el caso por redes sociales hasta que contactó con ella bomberos voluntarios de la Diputación de Castellón, que iban con un perro. Diez días después, Ricardo y Nilo, con las instucciones del mapa de Pedro José, encontraron a Felipe en cinco horas . El 11 de noviembre le enterraron el Fuentealbilla. "Un camino muy largo, muy doloroso y no se puede quedar en el olvido".
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