Su físico le convirtió en uno de los toreros más atractivos de su generación, algo que le abrió las puertas de otras profesiones como la de la modelo. Inquieto de naturaleza, a este cáncer de signo del zodiaco poco que se le resista y, desde los ruedos a las pasarelas, pasando por la interpretación o el diseño (acaba de presentar “Mi mundo”, su línea de joyas para la firma Hobe), todo lo que toca lo convierte, nunca mejor dicho, en oro. Sin embargo, a pesar de su popularidad, Oscar Higares presume de ser una persona normal, con una vida estable junto a Sandra Álvarez -su pareja desde hace 27 años y junto a la que prepara su boda-, y tres hijas con las que ejerce de entregado padrazo. Muy vinculado al Sur a través de los negocios que tiene en Tarifa, su paraíso particular, nuestro protagonista del “Especial Bodas” de “Sevilla Magazine” hace un repaso hoy a su vida... y a su obra.
-Vienes de “Masterchef Celebrity”, que le ha permitido al público conocerte mucho más de cerca, ¿verdad?
-Al final es que ahí te desnudas de una forma diferente ante el público. Estás fuera de tu zona de confort, entre fogones, y rodeado de gente con la que, aunque la conozcas, no has compartido momentos tan íntimos y tan bonitos como los del programa. Se ha visto un Oscar Higares que es como soy en realidad: trabajador, luchador, honesto, que se deja la piel, al que le gusta dar el cien por cien. No entiendo la vida sin pasión y eso es lo que hago, poner ganas e ilusión. Es la única manera con la que salen las cosas. Mi intención en este concurso era hacer llegar un mensaje, primero a mis hijas, pero también a los mayores, a las familias, a los niños que lo ven: que uno puede hacer lo que quiera, embarcarse en cualquier aventura sin necesidad de saber. Solo es necesario tener vocación de aprendizaje y espíritu de sacrificio. Luego, con independencia de que salga o no el resultado que esperabas, la satisfacción del deber cumplido, de haber hecho todo lo que estaba en tu mano, compensa.
-¿Ha sido justo que te expulsaran?
-Al final tú aceptas la decisión de un jurado y, si han creído que tenía que marcharme, lo acepto con deportividad y con las mismas me voy con la conciencia tranquila de mi entrega. Sí tengo la sensación de pena porque tenía muchísimo más por contar...
-Bueno, objetivamente cocinas mejor que Carmen Lomana...
-Sí, pero la suerte también influye. A Carmen, que es fantástica, siempre le tocaba en el grupo de los salvados y, si no tienes una prueba de expulsión delante, es difícil que te vayas.
-¿Cómo has vivido las polémicas con Antonia Dell´Atte?
-En realidad Antonia ha tenido más enfrentamientos con Carmen, aunque a mí en concreto no me gustan las discusiones. No son plato de buen gusto para nadie y a mí los rifirrafes no me hacían estar cómodo, sobre todo porque sé que Carmen tampoco los llevaba bien.
-Lo que sí es un “pelotazo” de popularidad... ¿Te incomoda lo de que te pidan fotos y todo eso?
-Todo lo contrario. Estoy agradecidísimo y, cuando estoy con los míos comiendo -y me preguntan si no me cansa que me saluden y lo de las fotografías-, siempre respondo que no. Es señal de reconocimiento y agradecimiento a tu labor y lo asumo como una muestra de cariño, dando el mismo que me entregan.
-Porque Oscar Higares, al final, ¿qué es? ¿Torero? ¿Actor? ¿Modelo?
-Un hombre con 47 años que no sabe lo que quiere ser la mayor. Y eso es lo más bonito que hay. Tener la capacidad de ilusionarse con todo. Cuando estoy en un proyecto, sea cual sea, me involucro al mil por mil. He ido pasando por diferentes etapas, pero se van acabando y tú te quedas lo mejor. Haber sido torero durante treinta años seguidos me ha dado tantos valores y un aprendizaje tan grande... Sobre ese Oscar Higares he construido los demás Oscar que han venido con la misma vocación de aprendizaje, de humildad y de normalidad. Me encanta ser normal y no lo considero nada despectivo. Al contrario.
-Sí hay un vínculo común en todo lo que afrontas y es el arte...
-Por supuesto. La pasión de la que te hablaba mezclada con un espíritu de artista que me ha conducido, por ejemplo, a que en un programa de costura demuestre que puedo coser y deje al personal descolocado. Cuando tengo inquietud por algo, me preparo en ese terreno porque así crezco y me motivo. Es curioso, pero para todo lo que terminas aprendiendo, siempre se da un instante en que lo necesitas.
-Dejaste los toros hace siete años... ¿Cuál es tu valoración de ese ciclo?
-Maravilloso. Desde que tenía catorce años, siendo un chavalín, lo que quería ser es torero. No entendía la vida de otra manera que no fuera delante de un toro y entregándote por algo que te guste. Cuando eres capaz de entregar tu vida por una pasión, en el resto eres capaz de afrontar lo que te dé la gana, porque no hay nada donde te des igual. Puedes dejarte tu tiempo, tu esfuerzo, pero no será tu vida. Cuando me pongo delante de una cámara para actuar, me vacío y doy lo mejor que tengo, pero sé que no me juego mi vida. Se corta y, si no ha salido bien, se rueda otra toma. Tuve la suerte de torear en las mejores ferias, en las grandes plazas de América, de Francia, he saboreado las mieles del éxito y he sido respetado por la crítica y los compañeros y querido por la afición.
-¿Cómo te gustaría que se pensara en ti como torero?
-Como una vez escribieron de mí: “La elegancia de un currante”. Un tío que curraba y curraba pero con elegancia. Cuando leí ese titular, hace más de veinte años, no lo entendí bien porque, lo de “currante”, no me agradaba. Luego, con el paso del tiempo, lo valoré positivamente.
-Pero tú, por tu formación y tus maneras, eres un torero un poco atípico... Háblame de tus orígenes...
-Una familia humilde de un barrio obrero de Madrid, Eusera. Mi madre era peluquera y atendía a señoras en casa, vendía Thermomix, tappers... Es una persona muy dinámica (forma de ser que he heredado). Por otro lado, mi padre era un torero que no consiguió ser figura y que se tuvo que poner en un bingo a vender cartones. Recuerdo de chiquito cómo, para dar de comer a sus tres hijos, se iba a las cinco de la tarde y volvía a casa a las cinco de la mañana. Ellos me dieron una educación basada en los valores, en el respeto, en el sacrificio, en la responsabilidad conmigo mismo y, desde ahí, cimenté lo demás. No fui un buen estudiante y pronto me fui del colegio a trabajar. Con doce o trece años igual estaba en una tienda de electrodomésticos que descargando melones o vendiendo sacos de patatas. Yo quería conseguir dinero y tenía muy claro que eso pasaba por el esfuerzo.
-Y mirar atrás, después de lo conseguido, ¿qué te provoca?
-Orgullo, pero conservando gran parte de lo que era ese chaval que guardaba tantas aspiraciones... Aún tengo las mismas ganas y los mismos ojos abiertos de entonces y por eso todo me ilusiona.
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