De padres senegaleses aunque español de nacimiento, Mamadou Mbacke Seck no tuvo una adolescencia fácil. El ambiente que tenía en casa –con una familia desestructurada– le arrojaba a patearse la jungla del asfalto, con los peligros que conllevaba para un joven de apenas 15 años. «Pasaba mucho tiempo en la calle y rodeado de malas influencias... no me detenía a pensar». Es el retrato que realiza de aquellos años difíciles en los que, según explica, vagaba sin rumbo por lugares poco recomendables y con unas compañías que no invitaban a tener un buen comportamiento. «Me arrepiento de no haber sabido aprovechar bien ese tiempo, esa oportunidad que se tiene a esa edad de hacer cosas y de estudiar», reconoce este joven que se ha reencontrado con su juventud tras haber completado su estancia en el centro de menores El Limonar, en Alcalá de Guadaíra, gestionado por la fundación Diagrama.
Hasta allí llegó con 17 años después de que le cayera un año y dos meses de internamiento por delitos menores. Mamadou aprovechó su paso por el centro para enmendar los errores de adolescencia y guarda un buen recuerdo de aquellos meses que le dieron una segunda oportunidad: «Aprendí a ver la vida de otra manera y a controlar mis impulsos. En la calle no me paraba a pensar. Empecé entonces a valorar la vida en sí, a disfrutar de todo detalladamente y a darle importancia a las cosas que verdaderamente importan y que, antes ni las veía... me refiero a los amigos, al deporte, al ocio sano... a echar una tarde tranquila en el cine o bien escuchando música», refiere convencido.
Precisamente fue la música una de las claves de su gran cambio y, con el tiempo, una pasión que aspira a ser también su modo de vida. «Cuando estaba interno, la música era mi vía de escape. Me ayudaba a evadirme del lugar en el que estaba, pues, a pesar de estar bien cuidado, no dejaba de estar todo el tiempo encerrado y, eso no es fácil para un muchacho». Así fue cómo, canción a canción, fue encontrando su sitio: «En lugar de estar dándole vueltas a la cabeza, me agarraba a la música y empecé a escribir todo lo que sentía...» Aún no lo sabía pero entonces empezaba a nacer un artista del rap y del hip hop. «Me desahogaba escribiendo mis letras, que hablaban de mí, de mi paso por el centro, de lo que estaba experimentando, de lo que sentía y del cambio que estaba dispuesto a dar», señala el autor de Reinserción, una canción que escribió en el reformatorio y que previene a los jóvenes de seguir malos ejemplos. Mensajes positivos que se encuentran en el origen de Negro Jari, el nombre artístico de Mamadou, una vez que decidió dedicarse profesionalmente a la música. «Se lo canté a unas profesoras del centro y ellas me animaron a enseñárselo al director», cuenta. El tema gustó y la dirección del centro decidió ponerse en contacto con Mezzo Producciones y Planta Baja Records para propiciar que Negro Jari pisara por primera vez un estudio de grabación.
Luego vinieron Me paro a observar la vida, Supérate, Muévelo que tú lo vales o Ave enjaulado... Temas que se pueden escuchar en el álbum online de Negro Jari. Sin embargo, este poeta urbano compagina su faceta musical con la formación que no pudo completar: «Si hubiera estudiado en su tiempo, ahora no estaría sacándome el Bachillerato con 27 años e, igualmente, estaría en una situación económica y social mejor».
No obstante, este rapero trabaja actualmente como empleado de una pizzería para contribuir al hogar que ha constituido con su novia en un piso que ha alquilado en un barrio de Sevilla. El suyo es pues un claro ejemplo de superación al que ha contribuido el paso por el centro, pues, como concluye, «hay muchas formas de salir del atolladero».