Be bacalao, my friend

Como saben en San Lorenzo, es en el solazo y en la comida donde se nota que ya es Cuaresma

19 feb 2018 / 20:43 h - Actualizado: 19 feb 2018 / 22:26 h.
"Cofradías","Tiempo de Cuaresma"
  • El sevillano Ramón López de Tejada, ayer en la Antigua Abacería de San Lorenzo, un clásico. / Jesús Barrera
    El sevillano Ramón López de Tejada, ayer en la Antigua Abacería de San Lorenzo, un clásico. / Jesús Barrera

Comienza el tiempo de las persianas medio echadas. Ayer, todo el que tenía a un anciano en su casa se lo llevó a los bancos de la Puerta de Jerez a que le diera el sol, para simbolizar así, como todos los años cuando rompe a arder el cielo, el adiós a los miedos del invierno. Tenían puesta su bufandita y calado el sombrero hasta las orejas por deferencia al calendario, pero allí, aferrados al bastón y repasando los papelotes del bolsillo por entretenimiento, igual que sus nietos curiosean en el móvil –el boleto de la primitiva, el bonobús, la oración a San Judas Tadeo...– y mientras les sudaba el cogote, parecían un campo de girasoles, un tendido lleno de pájaros, un fenómeno campestre de comunión con la tierra, de reencuentro: pura religio romana. Auténtico rito primaveral a destiempo, como todo lo hermoso que sucede por aquí.

Como es habitual en Cuaresma, la mayoría de los templos de la ciudad estaban cerrados en la hora punta mañanera. Ni siquiera a los pies del Gran Poder había ayer mucha gente. Porque por mucho viacrucis que se haga y por mucho quinario al que se asista –quien lo haga–, esa Cuaresma –la de los pasos, la de los cristos, la de los inciensos y capirotes, la del ambientazo buscando sandalias por la calle Córdoba– aún no ha comenzado apenas. De todo cuanto importa a este tiempo litúrgico, solo han irrumpido en serio dos elementos fundamentales: el sol –que ya se ha citado, con su complementario amor por la sombra– y la comida. Lo decía ayer Ramón López de Tejada, el dueño de la Antigua Abacería de San Lorenzo: «La gente está metida en harina completamente». Pero no porque ande buscando imágenes por las iglesias, sino porque desde el mismísimo jueves 15, el inmediato posterior al Miércoles de Ceniza, acude a esa esquina suya de la calle Teodosio de forma ingente a endiñarse el correspondiente cuaresmazo gastronómico, ya sea en forma de papas aliñás con bacalao; remojón («un plato típico de Málaga y de Granada que es bacalao con naranja, patatas y huevo»); bacalao con tomate; crêpes rellenas de espinacas con garbanzos con queso gratinado; lomo de bacalao con langostinos al ajillo (que dicen que va la gente a chillarle, como antaño a los Beatles); arroz con alcauciles; croquetas de bacalao con pasas («para darle un gustito dulce en plan mozárabe»); tartar de tomate con migas de bacalao; canelones rellenos de brandada de bacalao con tomate; vieira con gambas y bacalao; el arroz con patatas y bacalao asado... En resumidas cuentas: si es usted un bacalao o tiene la menor semejanza con tan lustroso pez migratorio, dése la vuelta no bien llegue a Cardenal Spínola porque, de lo contrario, acabará celebrando la proximidad de la Semana Santa desde dentro de una cazoleta de barro, y quién sabe si también sobre un lecho de papas o con una decorativa coronita de cebolla morada. Es decir, desde un punto de vista sin duda excesivamente subjetivo para su gusto. A las pruebas se puede remitir: «Ayer, no sé cuántos kilos de bacalao con tomate hicimos y salió. A las tres y media de la tarde no quedaba bacalao con tomate», dijo el responsable del establecimiento. Cuenta Ramón López de Tejada que este año «está siendo apabullante». «Realmente, de quedarnos sin existencias y el fin de semana no saber a qué recurrir para poder seguir ofreciendo».

Fuera, gorjean las palomas y las primeras flamas del año ciegan a los caminantes. Qué pena vivir en San Lorenzo y ser una paloma de esas negrucias como las de las Ramblas que de un tiempo a esta parte proliferan por esta Sevilla de plumajes blancos. Tampoco les va mucho mejor a las cotorras, que, sin sitio donde posarse en esos monstruosos plataneros podados a mala leche, van y vienen quejumbrosas y chirriantes de un cable a una baranda, pero ya con menos bríos que antaño, porque por muy especie invasora que sean, también ellas envejecen. Presentada al pueblo en un balcón frente al campanario, una señora mayor derrama su mirada apacible sobre el pequeño orbe de su barrio y algún transeúnte la mira con esas primeras envidias que provocan en febrero los sevillanos con vistas al Gran Poder. Y allí abajo, en San Lorenzo sin sombra, los que aún no se han ido a buscar la pitanza miran al infinito desde los bancos, con las orejas ardiéndoles al contraluz. «Y luego están los dulces», añade Ramón López de Tejada: «las orejitas de abad, los pestiños moriscos, las mantas de Castilleja, los piñonates de Cantillana, los borrachuelos, los gañotes, y, por supuesto, las torrijas de Mari Carmen». Allí al fresco, sentado en uno de los viejos taburetes repartidos sobre un suelo hidráulico que debería ser Patrimonio de la Humanidad, el dueño de la Antigua Abacería de San Lorenzo se enmarca entre cacharros de manteca colorá, sillas de palo colgadas del techo, cestos con espigas, radios antiguas, jamones chorreantes y cacharros de cobre. «Nos han sacado en la BBC y en una televisión japonesa en horario de máxima audiencia», cuenta. Seguro que quieren imitarnos. Te conozco, bacalao.