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Alberto Contador. La historia del mejor ciclista español del siglo es también una oda a la superación. El campeón de Pinto se retiró con una agonística victoria en el mítico Angliru

30 dic 2017 / 21:24 h - Actualizado: 30 dic 2017 / 21:26 h.
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10 de septiembre de 2017: el gran exponente de la generación de oro del ciclismo patrio bailotea sobre una bicicleta que a duras penas avanza. El piso se inclina más allá del 20 por ciento mientras el abnegado deportista parece esbozar una sonrisa entre el mar de sudor que lo riega. Alberto Contador Velasco supera los porcentajes de vértigo y disfruta del momento: palmeo al corazón, gesto de disparo y brazos al cielo. El ciclista conquista El Angliru, la cima más mítica y dura de la península –por segunda vez en su carrera, ya lo hizo en 2008– en su penúltimo día de tajo. Colofón de oro, porque acabada la Vuelta a España de 2017 se retira el hombre, para que nazca la leyenda. La del pistolero de la triple corona.

Trazar un perfil de Alberto Contador es glosar una oda a la superación. La de un chaval que nació en Pinto un 6 de diciembre de 1982, de padres extremeños y aficionado desde su tierna infancia a la cría de jilgueros. Con 12 años descubrió el gozo de dar pedales y a los 14 se ganó el derecho a tener la suya propia, una Orbea de 15 kilos. El caso es que el chaval prometía. Y así siguió, hasta que con 19 lanzó su propio órdago: darlo todo para vivir del ciclismo. Se mudó al País Vasco y la apuesta salió. Con 21 años se estrenó en profesionales como una de las más firmes promesas de un ciclismo patrio que vivía una época de transición, con nombres propios relevantes pero a falta de un gran triunfador que tomara el testigo de Indurain.

El joven Alberto avanzaba en el pelotón internacional, destacando aptitudes como vueltómano de muchos kilates, es decir, tan bien subía como peleaba contra el crono. De hecho, su primera victoria como profesional llegó en una contrarreloj, en la Vuelta a Polonia. Se podía decir que todo iba sobre ruedas: empezaba a destacar en el mítico ONCE de Manolo Sainz, estrenaba palmarés y su nombre aparecía en no pocas quinielas como campeón de futuro. Pero su historia, siempre fue cuesta arriba. Con apenas 21 años, en 2004, mientras corría la Vuelta a Asturias, el joven se desplomó de la bici después de sufrir una crisis de convulsiones. Fue intervenido rápidamente, en plena carrera, evitando que se tragara la lengua. A los pocos días, le repitieron las convulsiones. Un cavernoma cerebral amenazaba no solo con bajarle para siempre de la bicicleta, sino de la vida. Siete meses después, con setenta grapas en la cabeza y dos placas de titanio en la frente, Alberto volvía a bailar sobre dos ruedas. Reinició los entrenamientos el día que le dieron el alta.

Su carrera se volvió meteórica. En enero ganó en una carrera del World Tour, destacó en primavera y disputó, meses después de superar el trance, su primer Tour de Francia, que finalizó en una meritoria 31 posición. A partir de ahí, Contador no paró de ganar. Lo hizo en el Tour de 2007 y la cuesta hacia arriba volvió a aparecer. Fichó por Astana para 2008 y no pudo defender el triunfo en la Grande Boucle por el veto que la carrera puso al equipo kazajo. El pinteño aprovechó para correr Giro y Vuelta, sumando ambas grandes vueltas a un palmarés que ya hacía historia en el ciclismo patrio: el primero que conseguía las tres grandes rondas por etapas, la triple corona.

Ganaría otros dos Tours de Francia, así como otro Giro de Italia, hasta que llegó un nuevo contratiempo. Sus valores anómalos por clembuterol, que él vinculaba con una carne en mal estado, lo desposeyeron de una ronda francesa y otra transalpina, y fue sancionado sin correr hasta el verano de 2012. Por días, llegó a la Vuelta, donde su forma de competir mutó. Un excepcional ataque sorpresa en Fuente Dé le retrajo a las mieles del triunfo y endulzó los sinsabores con su segunda Vuelta a España. Su estrella parecía apagarse, con la mala suerte de nuevo como pareja de baile, en forma de caída en el Tour de 2014, en el que exhibía un extraordinario golpe de pedal. Abandonar en Francia le sirvió para ganar su tercera Vuelta, y en 2015 regresó con la obsesión del Giro, donde sumó su tercera victoria final, aunque la segunda no aparece en un palmarés segado por la sanción.

2017 fue su último año. Y lo cumplió gustándose. Con ataques lejanos, bajando a tumba abierta y exprimiendo cada gramo de fuerza. No ganó más que en su penúltimo día, en el Angliru, pero demostró con creces la raza de un campeón tenaz. El pistolero que nunca se rindió, pura historia del ciclismo español.