Dos jóvenes treintañeros caminan por la sevillana calle Imagen. Eran otros tiempos, en otra Sevilla, en una Andalucía distinta y una España aún conocida por la madre que la parió. La democracia aún gateaba en este octubre del 77, en un país que empezaba a retirar los precintos de sus nuevas estructuras: apenas habían pasado poco más de tres meses desde las primeras elecciones generales en 41 años, las llamadas constituyentes. Ni siquiera había Constitución y la rojigualda seguía presidida por el aguilucho de la discordia.
Ese día, Pepote y Curro –los dos treintañeros–, aterrizan en una cafetería de la Encarnación, donde conversan animosamente. Son De la Borbolla y Rodríguez, respectivamente, el secretario de Organización del PSOE de Sevilla –primus inter pares en la jerarquía de entonces– y el secretario de Relaciones Políticas del mismo partido. La charla trata conceptos como la autonomía, la territorialidad y los reconocimientos singulares. Axiomas quizás desconocidos para el español medio, pero ya grabados a fuego en los muchos individuos que presumían de conciencia, política y social.
El encuentro llega a una entente rápida y, diligentes, los dos socialistas se encaminan al corazón de esa misma plaza de la Encarnación, donde tenía su sede el hoy extinto Partido del Trabajo de Andalucía, una fuerza de corte marxista maoísta y regionalista andaluz en aquel momento liderada por Antonio Zoido e Isidoro Moreno. Tratado el asunto, y sumados a la causa, llegó la hora de visitar al Partido Comunista de Andalucía, que encargó a susecretario de Orgazanización del comité local de Sevilla, Antonio Falcón, que, de inmediato, se añadiera a la idea propuesta: una manifestación en todas las capitales andaluzas para clamar por la autonomía. Así nació el 4D. El día que el pueblo cambió la historia de Andalucía.
40 años después, estos cuatro padres del 4D –De la Borbolla, Rodríguez, Moreno y Falcón– rechazan con humildad el apelativo, pero aceptan, «con emoción» –De la Borbolla dixit–, la invitación que les cursa El Correo de Andalucía para evocar la fragua de la reclamación andaluza. «Andalucía entró en el siglo XIX siendo la región más rica de España y los andaluces la recogimos en el 77 como la más pobre», rompe el hielo Pepote, que luego sería durante seis años (1984-1990) presidente de la Junta. De la Borbolla integró ese equipo de trabajo del PSOE que en Sevilla trabajaba en la propuesta de un nuevo Estado autonómico, fruto de lo cual, fue a conocer la Diada del 11S en Barcelona y la manifestación del 9 de octubre en Valencia, ambas, cargadas de reclamación de autogobierno. «Consensuado con la dirección del partido, me encargan poner en marcha algo similar en Andalucía». Así contacta con Curro, conocido a partir del histórico 4D como «el de los rombos», en honor a un llamativo jersey de ese estilo que se enfundó el día de autos: «Mi familia puso el grito en el cielo, me decía, ‘niño, ¿cómo se te ocurre ponerte los rombos? ahora todo el mundo se ha fijado y te van a conocer’. Había aún mucho miedo, eran tiempos difíciles», relata hoy, en perspectiva, quién incluso llegó a estar en la cárcel en época franquista y integró la primera corporación democrática del Consistorio hispalense. «Ahora está más delgado», bromea Pepote en relación a Curro, mientras disfrutan de la cobertura en prensa que El Correo de Andalucía prestó al 4D, y donde se observa, bien visible, el peculiar y referido jersey de rombos.
Toma entonces la palabra Isidoro Moreno, que apenas unos días después de aquel 4D fue elegido como secretario general del Partido del Trabajo de Andalucía (PTA). Contaba entonces con 33 años. «No se puede negar que desde antes, en la época de la dictadura, en el partido y en fuerzas cercanas había calado la visión de Andalucía desde Andalucía. El SOC fue la primera organización de masas que utilizó la bandera andaluza complementaria a otras banderas», reseña Moreno, que incide en el ideal andalucista «para transformar las cosas». Un propósito, este último, que apostilla Pepote: «Para hacer cosas, no para ser», haciendo alusiones al relampagueante asunto catalán.
Pero Isidoro ha tomado carrerilla, y no es, precisamente, de los que se dejan interrumpir: «Quiero decir que el 4D del 77 no lo inventan cuatro personas, existe un caldo de cultivo desde el tardofranquismo, un interés por rescatar la cultura andaluza, las nuestras expresiones e identidad». La alocución hace asentir al resto, más cómodos en el humilde papel de mediadores que de padres de algo tan grande.
Sin embargo, el impulso de ellos –y de sus fuerzas– fue todo un efecto catalizador que consiguió la ahdesión de hasta siete partidos a la manifestación y que un total de 11 firmaran el conocido pacto de Antequera. La cuestión, ni era pose ni era baladí: Andalucía se la jugaba entre dos caminos constitucionales para conseguir la autonomía. Si bien, no se conocía con exactitud qué implicaría el asunto, ya que la Carta Magna estaba aún entre bastidores. «Andalucía quería subir a Primera División», se oye en la sala. «Tener como la que más», se contesta. «Pero sin quitarles derechos a las otras, sino ganando los que pensaban darles a Cataluña, País Vasco o Galicia», se reitera. Se comprueba que cuatro décadas después, la memoria sigue intacta.
Antonio Falcón es quien ahora interviene. Desde su puesto de relevancia en el comité local comunista de Sevilla participó en la organización de la marcha, designado por su partido. «Quiero reconocer el papel de mi jefe, Manuel Benítez Rufo. Me dijo: ‘vas a representar al partido. Negocia lo que tengas que negociar. Después a lo mejor te fusilamos, pero lo que tú acuerdes, el partido lo hará’. eso significó para mi un espaldarazo categórico, más aún, en un contexto en el que no se hacía nada fácil llegar a acuerdos», resume con melancolía quién entonces apenas contaba con 26 años.
Se desprende de la charla que había, en la época, una magnífica voluntad de llegar a acuerdos. Y para alcanzarlos, se hacía necesario saber ceder. «Fueron reuniones muy complicadas, la mesa de negociación se rompía y luego se volvía a montar». La bandera fue, sin ánimo de dudas, un motivo de disputas. PSOE y UCD, los dos grupos hegemónicos que centraron la negociación, discrepaban en el fondo más primitivo del asunto: llevar la española junto a la andaluza o solo la andaluza. Al final, como es sabido, se impuso la tesis de la izquierda, frente a la presión que ejercía, sobre todo, Alianza Popular: «nos negamos a poner la bandera española porque aún tenía al Águila de San Juan, era un símbolo de Franco y la dictadura», respinga Curro Rodríguez. «Fíjaos que incluso mi partido, el PCE, había asumido la bandera rojigualda, pero no era la pertenencia a España lo que se debatía, que eso estaba claro, sino un asunto andaluz, por eso tenía que ir solo la bandera verde y blanca. Igual que no tenía sentido llevar una cruz, por poner un ejemplo, no lo tenía poner una bandera que no fuera la andaluza», expresa Falcón, al tiempo, que califica el papel de la UCD en esa mesa de organización: «De retranca total. Además de que iba a remolque de los acuerdos que tomábamos los partidos de izquierdas». Falcón prosigue su relato sobre las peripecias de aquella comisión negociadora, de la que sí quiso destacar el papel de José Javier Rodríguez Alcaide, de UCD de Córdoba: «Un hombre con una gran capacidad de integrar».
Por fin, el encuentro deriva hacia el recuerdo de ese 4 de diciembre. «Un día plomizo, gris, que amenazaba lluvia, pero en el que el pueblo andaluz demostró que tenía, y con razón, conciencia de discriminación histórica. Nos movía la equiparación, ese sentimiento de luchar contra la discriminación. El 28F consolidó la victoria de esa batalla al poder establecido», cuentan, casi al unísono, los dos representantes socialistas del encuentro, Curro y Pepote. «El PSOE tenía una innovación tecnológica que nos resultó muy útil: los walkie-talkie». Mientras todos ríen, Falcón sigue con el relato. «Fueron fundamentales para el montaje del servicio de orden, encargado de dotar de seguridad a la marcha. Había poca experiencia en grandes manifestaciones, y en esta, se movieron muchas personas. Se montaron cordones, se ordenó el recorrido y se evitó todo tipo de provocación. Era una manifestación pacífica», reseña el enviado comunista. El servicio de orden se preparó incluso ante la amenaza de un grupo de Fuerza Nueva, que se colocó delante de la cabecera con banderas de España. Finalmente, sin incidentes, abandonaron la posición y todo transcurrió con normalidad.
Aquel primer domingo de diciembre fueron dos millones los andaluces totales que se echaron a la calle, con marchas más o menos masivas, en las ocho capitales de provincia. En Sevilla se produjo la más significativa y populosa: unos 350.000 participantes. «Familias enteras, niños, padres y abuelos. Era una marcha de la gente, del pueblo. De los barrios». El recorrido de la marcha sevillana partió desde el Prado de San Sebastián, aunque la cabecera se formó a la altura del Rectorado, en San Fernando. De ahí, pasando por la Puerta de Jerez, la muchedumbre desbordó la Avenida de la Constitución –entonces llamada de José Antonio Primo de Rivera–.
Un día histórico que también fue trágico. Cuando aún brotaba la euforia de un momento tan significativo, llegó la noticia que más ha marcado la fecha: el asesinato en Málaga del joven sindicalista Manuel José García Caparrós. «Ahí se acabó la alegría. Llegamos a la sede del partido y nos enteramos del asesinato. Se nos vino encima, empezamos a llamar a los compañeros de Málaga para interesarnos», relata Moreno. «Se lo cargó todo», dice Curro, secundado por toda la mesa. La mácula.
El relato de la desazón que produjo el terrible suceso, zanja también el encuentro, del que no quieren retirarse sin la narración de otra anécdota, «la última». La que casi hace que Los Campanilleros se convirtiera en una suerte de himno oficioso andaluz. La cuenta Falcón y todos oyen: «En la mesa llegamos al al punto relativo a la terminación del acto. Manuel Fernández Floranes, representante del PSA, propuso que la manifestación concluyera con la emisión por la megafonía del Himno de Andalucía. ‘¿El himno de Andalucía? ¿Qué himno es ese?’. Muchos de los presentes no lo conocían, al ser algo más propio de movimientos regionalistas y estar prohibido en la dictadura. ‘El himno que compuso Blas Infante’. Y ahí saltó Curro, aquí presente hoy: ‘Mi partido ya tuvo en su tiempo problemas con ese señor’. En ese momento me acordé de Los Campanilleros. Con ánimo de mediar dije que me parecía que una manifestación tan importante como esa debiera terminar con una música entrañablemente andaluza y la propuesta tuvo un enorme éxito. Curro la apoyó inmediatamente y Emilio Pujol, que representaba al PTE, incluso la tarareó; pero Manolo se mantuvo firme y se acordó que al final sonasen ambas composiciones. A partir de ese instante nos repartimos las tareas y yo quedé encargado del servicio de orden, mientras que de la megafonía se encargó, precisamente, Manuel Fernández Floranes. Unos minutos antes de empezar la manifestación Manolo me dijo que, por más que lo había intentado, no había conseguido encontrar el disco de Los Campanilleros. ¿Imagináis que podía haber llegado a pasar de haber sonado? Personalmente, nunca se lo he perdonado». Catarata de carcajadas. La narración de Antonio Falcón coincide con un momento mágico: estos cuatro padres del 4D que ríen a rabiar en un ambiente fascinante en el que la nostalgia y la satisfacción flotan inundándolo todo. Sus ojos están vidriosos, cuarenta años después. En una Andalucía distinta cuyo Estatuto de Autonomía la proclama, en su capítulo uno, como nacionalidad histórica.