El mismo laberinto

Crisis. Las elecciones dan la victoria a Cs y al mismo tiempo la mayoría absoluta secesionista le impedirá gobernar. Soberanistas y unionistas amenazan con volver a entrar en bucle

22 dic 2017 / 01:14 h - Actualizado: 22 dic 2017 / 01:15 h.
"21D: Elecciones en Cataluña","Cataluña se la juega"
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  • La candidata de Ciudadanos a la presidencia de la Generalitat, Inés Arrimadas, y el presidente de la formación, Albert Rivera, en el escenario en el que celebraron anoche su victoria electoral. / J. Etxezarreta (Efe)
    La candidata de Ciudadanos a la presidencia de la Generalitat, Inés Arrimadas, y el presidente de la formación, Albert Rivera, en el escenario en el que celebraron anoche su victoria electoral. / J. Etxezarreta (Efe)

Se confirmó la paradoja: una jerezana con poco uso del catalán fue la más votada en unas elecciones con tintes de plebiscito de autodeterminación en el que la suma soberanista superó con creces a la unionista hasta alcanzar la mayoría. Con lo anterior, la duda asola: ¿qué quiere Cataluña? Quién defienda que los electores han dado un apoyo masivo –insuficiente– a una opción antisoberanista tienen tanta razón como aquellos que mantienen que se han definido por la secesión. Porque ha sido el partido más anticatalanista del arco –con permiso de un PP que cada vez pinta menos al norte del Ebro–, el que ha obrado la hombría de ganar todas unas elecciones catalanas sin ser nacionalista. Tanto es así, que hasta este 21D nunca había ocurrido. Por contra, redundan en la acera de enfrente que pese a la guerra económica en forma de fuga de empresas, a la crítica de hiperventilados y nacionalistas moderados por los usos y formas de la DUI y por el vacío europeísta, el sentimiento nacionalista es tan amplio y fuerte que ha renovado el apoyo masivo que hace dos años dieron a los partidos que lo representan.

Yendo al grano, podríamos decir que una década después de su alumbramiento, Ciudadanos logró el hito más mayúsculo. La victoria electoral del partido naranja es tan incontestable como efímera. Irrebatible por ser la única fuerza que rebasó el millón de votos e inútil en altura de miras porque el bloque independentista sumó los guarismos necesarios para armar gobierno. Una auténtica ensoñación, porque más allá de las discrepancias que la CUP mantiene con la antigua JxSí, al respecto da la vía unilateral finalmente no ejecutada, pocos dudan a estas horas que los secesionistas no lleguen a una entente que reactive el procès.

Con permiso de Arrimadas, el triunfador de la noche fue Carles Puigdemont. El expresident cesado revalorizó la vía belga con una triple victoria: la del bloque independentista, la suya y de su engendro político –a todas luces acertado– entre los secesionistas y la del triunfo orgásmico que les produce el aplastamiento de un PP atizado por el dedo acusador del maltrato centralista. Desde Bruselas, el lider de Junts pel Catalunya ha obrado uno de los grandes milagros de la democracia española, el de rearmar un partido asolado por la DUI fallida, remontando encuestas y mojándole la oreja a unos semejantes –en ideal nacionalista aunque no en corazón ideológico– a los que no ha dedicado una mala palabra en toda la campaña, ERC. Estos últimos han sido otros de los grandes derrotados, pese a cosechar los mejores resultados de su historia.

A diferencia de las elecciones del 15, en esta sí había duelo indepe. El primus inter pares se llevaría el premio de liderar el govern que resulte de un pacto a conformar, a todas luces espoleado por el voto secesionista. Tanto es así que los 70 escaños logrados por JxCat, ERC y Cup amenazan con devolver a Cataluña a la casilla de salida: con un plan encaminado a la independencia.

Lo anterior ganará visos de déjà vu si en Moncloa persiste el enroque de no buscar una solución negociada. El bloque constitucionalista superó los resultados de 2015, logrando cinco escaños más. Aumentó en votos y en porcentaje, cerrando un poco la ventaja que le tenían los secesionistas, pero lo anterior no construye un dique frente los planes soberanistas. Al final, solo Ciudadanos ha tirado de un carro que fiaba sus opciones a la participación. Ésta, pese a superar el 80 por ciento, no ha tenido el efecto deseado para el PSC, que elección a elección ve socavada su influencia en una región que antaño fue clave para el desarrollo socialista. Iceta ha visto menoscabada su importancia en unos comicios en los que aspiraba a cazar el voto nacionalista no independentista, el de aquellos que en la exigencia de más autogobierno seguían defendiendo la pertenencia a España. Se ha tenido con conformar con un escaño más y un puñado de votos. La primera prueba de fuego de Sánchez también se salda con un discreto resultado, aunque defendible en el discurso de «crecimiento».

En el PP se darían con un canto en los dientes. Los populares contaban con pocas esperanzas de levantar la pesada losa del 155 y los desmanes de Rajoy. Lo suyo en Cataluña es de auténtica pesadilla: relegados al último lugar, perdiendo más de la mitad de los votos y pasando de 11 a tres escaños, el resultado más paupérrimo del partido en la región. Tanto es así que no tendrán ni grupo parlamentario propio, obligados a compartirlo con la CUP. El exiguo cuatro por ciento del total de votos que han cosechado los populares ha de ser motivo de peso para abrir una crisis ciclópea, aunque por el momento, Albiol rechaza dimitir.

Como fuera de toda pelea ha estado En Comú-Podem a lo largo de la campaña, y así se les puede catalogar una vez conocidos los resultados. Lejos quedan esas victorias de las huestes de Pablo Iglesias en las dos últimas generales y el chute de dominar en las municipales la ciudad condal. Liderados por Domenech, los comunes y podemitas también han bajado, aunque se ahorran el que sería, sin lugar a dudas, el status de entre la espada y la pared: que no hubiera mayoría y de ellos dependiera un govern secesionista o unionista.

El siguiente capítulo llega a partir de este mismo viernes. Cataluña sigue bajo un contexto aún dominado por la aplicación del 155 y por los políticos, ya diputados electos, que siguen en prisión o huidos. El 6 de febrero expira el plazo para conformar el nuevo Parlament y el 6 de abril es la fecha límite para tener president. Pero el pueblo catalán insiste, a través de la polarización, que no caben más parches ni intervenciones. Toca negociar y salir, de una vez, del día de la marmota.