El suicidio es una realidad que permanece invisible a los ojos de la sociedad. Sin embargo, es la causa de muerte para más de 3.000 personas al año. En concreto, los últimos datos disponibles en el Instituto Nacional de Estadística (INE) son los referentes al año 2016. Por aquel entonces, 3.569 personas se quitaron la vida, de las cuales, 668 de ellas se autoinfligieron la muerte en Andalucía, es decir, el 18,7 por ciento del total.

En España, el número de suicidios ha aumentado un 9,95 por ciento en la última década, si bien es cierto que la crisis no ha afectado tanto como sostiene la creencia popular. En este periodo, el año en el que menos personas se quitaron la vida fue en 2010 y aun así fueron 3.158 los fallecidos. Desde este año hasta 2016, el aumento fue de un 13 por ciento, si bien se registró un pico máximo en 2014, cuando se alcanzaron los 3.910 suicidios. Desde entonces, este dato refleja una evolución negativa tendente a la reducción progresiva del número de suicidios.

Por su parte, Andalucía registra una progresión estable, si bien es cierto que la tendencia de la última década es negativa. Es decir, los 668 suicidios de 2016 supusieron un 8,1 por ciento menos que los que se registraron en 2006, que fueron 727. Desde entonces, se registró un pico máximo en 2008, con 823 suicidios, y otro mínimo en 2011, con 651.

Aunque conviene aclarar que los suicidios solo representan el 0,9 por ciento de las 410.611 defunciones que se produjeron en España en 2016, no es menos cierto que el suicidio es causa de muerte para más personas que los fallecidos por accidentes de tráfico. Para ser más exactos, el número de suicidios supera al triple de los muertos en carretera, que en 2016 fueron 1.160 personas. En este sentido, los accidentes mortales de tráfico supusieron un 0,3 por ciento de todos los fallecimientos. Además, el dato quizá más escalofriante es el de que hay un fallecido en carretera por cada tres suicidios.

Medios de comunicación, instituciones y entidades llevan a cabo una labor ardua en la concienciación a conductores de los peligros que conlleva una mala praxis al volante. Las fuerzas de seguridad han intensificado en los últimos años los controles de alcohol y drogas y los radares se han multiplicado para controlar y persuadir, so pena de multas, de la necesidad de reducir la velocidad. Todo el esfuerzo es ímprobo.

Sin embargo, el silencio es atronador cuando se trata de los suicidios, uno de los tabús más extendidos de la sociedad actual. Quizá este oscurantismo acerca del suicidio sea una reminiscencia de la religión, que siempre ha denostado y estigmatizado este acto relacionándolo con el delito y el pecado. Es más, hasta 1983, las personas que se habían suicidado no se podían enterrar en los cementerios. Esta postura no hace más que ahondar en la marginación del suicidio y la incomprensión de quien intenta quitarse la vida.

No obstante, los datos confirman que es un drama que existe, que está ahí y que es más mortífero que la carretera. Al igual que se emprenden campañas de prevención contra los accidentes de tráfico, también así puede suceder con el suicidio, pero nadie quiere escuchar hablar de él, no se trabaja lo suficiente para solucionarlo y quienes deciden suicidarse quedan relegados al papel de incomprendidos. De lo que no hay datos disponibles es de la cantidad de tentativas de suicidios, las cuales se antojan muy superiores a los consumados.

He aquí el quid de la cuestión. La actuación sobre las personas que han intentado quitarse la vida es decisiva para prevenir el suicidio, pues el mero hecho de haberlo intentado hace caer sobre estas personas la losa de un estigma relacionado, en la mayoría de los casos, con los trastornos mentales y les dificulta buscar ayuda por miedo o temor a ser señalado. En este sentido, el suicidio siempre es prevenible, si bien es cierto que no se ha abordado apropiadamente debido a la falta de sensibilización al respecto.

Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), cerca de 800.000 personas se suicidan al año y, sin embargo, solo 28 países cuentan en la actualidad con una estrategia nacional de prevención del suicidio. España no está entre ellos, como lamentan desde la Fundación Salud Mental España para la prevención de los trastornos mentales y el suicidio (FSME). Por esta razón, aumentar la sensibilidad y superar el tabú es un paso necesario para la prevenir que la gente vea en el suicidio una salida a sus problemas, ya sean psíquicos o sociales. «El suicidio es un grave problema de salud pública. No obstante, es prevenible mediante intervenciones oportunas», apuntan desde la OMS.

Y es que los expertos inciden en que la persona que se suicida no es que quiera morir, sino que quiere dejar de sufrir. Por lo general, quiere vivir en una situación diferente de la que vive, sin los problemas que padece. Es ahí donde la prevención juega un papel fundamental. Una prevención que en España aún no existe mientras se silencia todo lo relacionado con este fenómeno. Aquí los medios de comunicación tienen un rol trascendental. Existe una norma no escrita de que no deben publicarse este tipo de noticias y, de hacerlo, es porque en él se ha visto involucrada alguna celebridad o hay algún hecho que lo haga noticiable. A pesar de ello, siempre se recomienda al periodista seguir unas directrices tendentes a ocultar ciertos detalles del suicidio o los motivos que lo provocaron para evitar un efecto imitatorio.

Desde la OMS son muy reticentes a publicar este tipo de informaciones. El plan SUPRE –siglas en inglés de Suicide Prevention, prevención del suicidio– contiene un documento titulado Prevención del suicidio: un instrumento para profesionales de los medios de comunicación y en él se explica que «uno de los factores que pueden llevar a una persona vulnerable al suicidio es la publicidad sobre este tema en los medios de comunicación». En este sentido, una gran mayoría de la comunidad científica de la Psicología esgrime que existe una relación directa entre la exposición mediática del suicidio y el número de personas que decide quitarse la vida. «Una cobertura repetitiva y continua del suicidio tiende a inducir y promover pensamientos suicidas», afirma la OMS.

A esta tesis se abona la doctora en Filosofía y profesora de la Deontología de la Comunicación en la Universidad de Navarra, Mónica Codina. Citando los estudios del psicólogo Albert Bandura de los años setenta, Codina explica que «informar sobre suicidios incrementa el riesgo de imitación» y apunta que aún hay estudios –como el de la Universidad de Columbia y el Instituto Estatal de Psiquiatría de Nueva York– en el que se siguen encontrando «las correlaciones que existen entre la representación del suicidio y los procesos de imitación».

No opina lo mismo la presidenta de Después del Suicidio-Asociación de Supervivientes (DSAS), Cecília Borràs. La DSAS es la primera asociación española dedicada a la ayuda y el apoyo a los allegados de las personas que se han suicidado o que no han llegado a consumar el intento. Borràs opina que «es positivo hablar de un suicidio» y añade que si se habla públicamente de estos, «las personas que están sufriendo se dan cuenta de que pueden hablar de ello, de que pueden exteriorizar sus preocupaciones».

Por su parte, la experta en Derecho de la Comunicación y profesora en la Universidad de Navarra, Ana Azurmendi, no cree que se trate de un tema tabú, si bien achaca el silencio mediático al «miedo a no acertar en el tratamiento de la información». Sin embargo, Azurmendi muestra cierta preocupación por las redes sociales, ya que es en el mundo digital donde se está dando actualmente «el problema de contagio» y señala que «se han advertido conductas de pacto de suicidio o la difusión de mensajes de apología del suicidio».

Sea como fuere, los medios siguen respetando lo que se conoce como «código del silencio» que rodea al suicidio. Siempre acuden a eufemismos para ocultar la verdadera causa del fallecimiento del individuo y solo lo hacen «cuando se trate de personalidad relevantes o cuando revelen un hecho social de interés general», como sucede en RTVE o en diarios como El País o El Mundo. Sin embargo, cada vez toma más fuerza la corriente que defiende la necesidad de hablar sin tapujos del suicidio. «La profesión periodística tiene que reflexionar no tanto sobre si tiene que hablar o no del suicidio, sino de cómo lo están haciendo. Es un tema de salud muy grave y los medios de comunicación son necesarios para su correcta divulgación», concluye Borràs.

Los menores son un sector sobre el que se presta especial interés para prevenir el suicidio. Según los datos recogidos por el Instituto Nacional de Estadística (INE), en 2016 fueron 12 los menores de 15 años que se quitaron la vida y representaron tan solo el 0,3 por ciento de todos los suicidios consumados en España. Aunque no parezca un dato preocupante, la alarma se enciende al analizar la progresión de la última década. En concreto, en 2006 se autoinflingieron la muerte cinco menores de 15 años. Esto supone que el suicidio en este tramo de edad ha aumentado un 140 por ciento en los últimos diez años. Mayor ha sido la subida si se toma como referencia el año 2011, cuando solo dos menores de 15 años consumaron sendos suicidios. Desde entonces, esta práctica se ha disparado un 500 por ciento en el último lustro. Los expertos apuntan que el auge del bullying es el causante de este aumento. Según la OMS, el suicidio es la segunda causa principal de defunción para el grupo comprendido entre los 15 y los 29 años. En España, este sector representó en 2016 el 6,9 por ciento de los suicidios, lo que supone un total de 247 jóvenes, experimentando así un descenso del 34 por ciento en la última década.

Analizar las estadísticas con cuidado y corrección para evitar malentendidos

Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), las estadísticas ayudan mucho a darle visibilidad a los problemas, sin embargo advierte de que conviene manejarlas con rigor, usando solo fuentes auténticas y veraces y evitando generalizaciones y expresiones como «epidemia de suicidios» o «el lugar con mayor tasa de suicidios».

Alejarse del sensacionalismo y evitar dar detalles escabrosos del suicidio

Una de las advertencias más recurrentes de la OMS –y cualquier medio de comunicación que se precie– es el de no caer en el sensacionalismo. La OMS recomienda, incluso, minimizar la cobertura hasta donde sea posible para evitar exageraciones. Asimismo, no conviene dar detalles de cómo se ha producido el suicidio, pues podría dar pistas a quien tenga en mente hacerlo.

El suicidio no es un hecho aislado, sino la combinación de varios factores

La OMS hace hincapié en que los medios de comunicación no muestren el suicidio como un hecho simple o aislado, dado que intervienen múltiples causas, como enfermedades mentales y físicas, abuso de sustancias, conflictos familiares e interpersonales y acontecimientos estresantes. Además, no debe presentarse el suicidio como una solución o un método frente a estos problemas.

Tener en cuenta el impacto sobre familiares y no glorificar al suicidado

Otra de las recomendaciones de la OMS es ser sensible con el impacto que causa en las familias y supervivientes del suicidio, que también sufren el estigma. Asimismo, conviene no glorificar a las víctimas del suicidio como mártires y hay que poner énfasis en lamentar la muerte de la persona.

3.569

Es el número total de personas que se suicidaron en España durante 2016. Supone un aumento del 9,95 por ciento respecto a 2006. De los 410.611 fallecidos en 2016, los suicidios representaron el 0,9 por ciento.

1.937

El grupo de edad que concentra un mayor número de suicidios es el comprendido entre los 40 y los 69 años, con 1.937 fallecidos. Suponen el 54,2 por ciento del total.

668

El 18,7 por ciento de los suicidios tuvieron lugar en Andalucía, donde 668 personas se suicidaron en 2016.

1.160

El número de suicidios es mayor que el triple de los fallecidos en accidentes de tráfico, donde perdieron la vida 1.160 personas.