El triunfo de la memoria

Recuerdo. Sevilla vuelve a unirse hoy en el recuerdo por Alberto y Ascen, asesinados por la banda ETA un 30 de enero de hace ya 20 años

Iñaki Alonso @alonsopons /
30 ene 2018 / 08:05 h - Actualizado: 30 ene 2018 / 08:55 h.
"20 años sin Alberto y Ascen"
  • Los féretros estuvieron presentes en el Salón Colón del Ayuntamiento. / Luis Serrano
    Los féretros estuvieron presentes en el Salón Colón del Ayuntamiento. / Luis Serrano
  • La alcaldesa, Soledad Becerril, no pudo contener las lágrimas por el dolor. / Javier Baquero
    La alcaldesa, Soledad Becerril, no pudo contener las lágrimas por el dolor. / Javier Baquero
  • Los ramos se amontonaron en la calle Don Remondo. / Luis Serrano
    Los ramos se amontonaron en la calle Don Remondo. / Luis Serrano
  • Una cortina de paraguas acompañó a los coches fúnebres en la Avenida. / Javier Baquero
    Una cortina de paraguas acompañó a los coches fúnebres en la Avenida. / Javier Baquero
  • Montserrat Badía, en el debate de presupuestos, días después. / Luis Serrano
    Montserrat Badía, en el debate de presupuestos, días después. / Luis Serrano
  • Pese a la lluvia, las manifestaciones fueron numerosísimas. / Archivo El Correo
    Pese a la lluvia, las manifestaciones fueron numerosísimas. / Archivo El Correo
  • La alcaldesa lanzó un discurso desde el balcón del Consistorio.
    La alcaldesa lanzó un discurso desde el balcón del Consistorio.

«La mejor venganza contra el terrorismo consiste en recordar. Contra lo que pudiera parecer más sano –el urgente olvido del horror–, la victoria más certera y perdurable sobre quien no sabe más que caprichosamente la vida es recordar que esta sigue, fluye, existe y pese a todo, se multiplica, crece y avanza». El periodista Carlos Mármol resumió, hace 20 años en las páginas de El Correo de Andalucía, lo que ha sido el santo y seña de una ciudad, Sevilla, desde que el 30 de enero de 1998, perdió a «dos de los suyos», el edil del PP Alberto Jiménez-Becerril y su esposa, la procuradora Ascensión Ortiz a manos de dos pistoleros de ETA, perteneciente a un comando Andalucía que dos meses después fue desarticulado en una operación policial en un piso de la calle José Laguillo.

El artículo de Mármol hacía referencia a dos álbumes con los que la por aquel entonces alcaldesa Soledad Becerril pretendía romper el silencio donde se embarcó esa Sevilla de finales de siglo. Un legado que recordara la figura humana y política del que fuera su concejal de Hacienda. No llegaron a ver la luz, pero, dos décadas después de su asesinato a quemarropa cuando regresaban de cenar, su recuerdo y, sobre todo, su mensaje, sigue perenne. Ya no solo en la calle Don Remondo, donde una placa recuerda el lugar donde se cometió el atroz crimen; ni la fundación que trabaja en su nombre para acabar con la lacra del terrorismo; ni en sus calles rotuladas en el primer aniversario en sus muertes en la inmediaciones de Torneo, esquina con esquina –«juntos como siempre», como insisten, todavía hoy sus más allegados–. Lo material queda grabado en piedra, pero es la memoria de lo ocurrido lo que sigue inalterable.

Sevilla supo desde el primer día inmortalizar su lucha contra la barbarie en esa fecha en la que se vive un ritual: minuto de silencio a las puertas del Ayuntamiento a mediodía y misa de difuntos en la Catedral para, seguidamente, ir a pie a la calle Don Remondo. Familiares, compañeros y amigos. Pero, ¿cómo se mantiene vivo ese espíritu cuando hay una generación que no sabe lo que es ETA o, al menos, no en la dimensión de antaño? «Tenemos la obligación de que esto no se olvide y el recuerdo es la mejor medicina», señala Luis Miguel Martín Rubio, el que fuera concejal de Seguridad con Soledad Becerril en 1998 y de los primero en saber, por su cargo, del asesinato de sus amigos, a los que estuvo a punto de acompañar a una cena. Al final quedaron en verse «mañana en el Trifón», un céntrico bar en el que la plana del PP local quedaba cada viernes. Hoy reeditará, además de toda la agenda oficial, su homenaje personal: acudir a este local de la Plaza Nueva «para brindar por ellos». No es el único homenaje. Aún guarda una caja llena de recuerdos del paso de Alberto por el Consistorio que está dispuesto a utilizar para un libro que se sume a todos los tributos.

Con ETA en vías de extinción y sin capacidad operativa, ahora se palpa el triunfo de la memoria. Han tenido que pasar 2.472 atentados y 856 asesinatos –858, según el recuento de las asociaciones de víctimas– para ver la luz al final de este túnel. Hace dos décadas, la unidad y la lucha contra la barbarie etarra asomaba con contundencia en cada discurso, pero con más de un gesto de impotencia. «Lo que más sorprendía era el silencio de sus calles en una ciudad como Sevilla en los días posteriores», reconoce otro inseparable de Alberto, Jaime Bretón, con el que entró a la par en Plaza Nueva. «Esa corporación acabó aquel día», remarca Martín Rubio. O más bien, para matizar sus palabras, marchitó. Se vio desde el principio, en las primeras palabras de la alcaldesa, Soledad Becerril, que pese a su fortaleza para trasladar el luctuoso hecho a toda la corporación, no pudo contener las lágrimas en el Salón Colón, cuando unas flores ocupaban el sillón vacío de Jiménez-Becerril. «Seguiremos juntos, lloraremos juntos, lucharemos juntos por la paz y ganaremos», dijo ante la multitud que, paraguas en mano, aguantaba los días de pertinaz lluvia, siempre con carteles de Basta Ya o con guantes blancos, símbolo clarividente de la inocencia de las víctimas. Después llegó la manifestación, con más de 400.000 sevillanos; el reguero de minutos de silencio y hasta un intento de vuelta a la normalidad en forma de pleno, que no pudo ser tal porque se aprobaban unos presupuestos diseñados por el delegado de Hacienda recién fallecido. Apenas hubo debate y hasta la portavoz local del PSOE, Montserrat Badía, decidió retirar, entre lágrimas, sus enmiendas. «Él no acabó su trabajo. Nosotros tampoco».

Y, tras ese lamento, el que coincidían todos: el qué será de los tres hijos de la pareja, Ascensión (9 años), Alberto (seis) y Clara (tres). Todos ellos ahora mayores de edad y conscientes de la lucha por la libertad que encarnan cada 30 de año sus padres, Alberto y Ascen.