Grandes de Itálica, césares de Roma

Trajano y Adriano. Llevaron el Imperio Romano a su máximo esplendor. Aún hoy, 1.900 años después, los estudios sobre estos dos sevillanos siguen arrojando luz sobre una de las etapas más fascinantes de la historia

10 ene 2018 / 16:54 h - Actualizado: 11 ene 2018 / 13:09 h.
"La efeméride sin 'año'"
  • Una gaviota en el Mercado de Trajano de Roma, en cuyo museo se celebra hasta septiembre próximo la muestra ‘Traiano, costruire l’ Impero, costruire l’Europa’. / Efe
    Una gaviota en el Mercado de Trajano de Roma, en cuyo museo se celebra hasta septiembre próximo la muestra ‘Traiano, costruire l’ Impero, costruire l’Europa’. / Efe
  • Grandes de Itálica, césares de Roma
  • Busto de Adriano en el Museo Arqueológico de Sevilla. / Manuel Gómez
    Busto de Adriano en el Museo Arqueológico de Sevilla. / Manuel Gómez
  • Uno de los relieves de la Columna de Trajano, en Roma, con los hechos gloriosos del César. / Efe
    Uno de los relieves de la Columna de Trajano, en Roma, con los hechos gloriosos del César. / Efe

Hay una canción muy curiosa cuya letra dice así: Ahora o nunca demos pruebas al mundo / de que por estas manos aún corre sangre de romano, / y de que en nuestro corazón conservamos con orgullo / un nombre que triunfa en la lucha, ¡el nombre de Trajano!, nada menos. No es una coplilla de Santiponce, ni se oye en el Festival de las Minas, ni forma parte de ningún poemario nostálgico de esos que a veces se evocan por Sevilla, no: es nada menos que el himno de Rumanía, titulado ¡Despiértate, rumano! y que da cuenta, casi dos milenios después de su muerte, de la importancia del primer César aljarafeño; aquel a quien Roma premió tras su muerte, el 9 de agosto de 117, con el título de Optimus Princeps, el mejor de los gobernantes.

La huella de Marco Ulpio Trajano, nacido en Itálica el 18 de septiembre del año 53, no solo ha quedado preservada en la canción más sagrada de los rumanos. También en la memoria fósil de Petra, la ciudad de piedra rosa de los nabateos labrada en las profundidades de la actual Jordania. En las aguas del Rin y el Danubio. En todos los confines del Mediterráneo, que durante su mandato se convirtió en el lago privado del Imperio Romano. En Asiria y Mesopotamia. Por supuesto, en su tierra, que en 2017 conmemoró de diversos modos los 1.900 años transcurridos desde su muerte, de regreso de una de sus campañas. Y por encima de todo, en la ciudad que más amó: Roma.

Roma, la ciudad que le abría las puertas tras sus victorias y la que recogió sus cenizas, al cabo del último de sus viajes, y las enterró en una urna de oro hoy desaparecida bajo uno de los monumentos más singulares jamás erigidos por el ser humano: la Columna Trajana, en la ciudad imperial: 38 metros de mármol de Carrara donde se cuentan en espiral, a modo de gran cómic clásico, las grandes gestas del sucesor de Nerva –aquel hombre que, nombrado emperador a la vejez para disgusto de las legiones, tuvo el acierto de adoptar como hijo, y por lo tanto como heredero, a un militar al que todos miraban con buenos ojos–. Esta mole de 800 toneladas preside el Foro de Trajano, otro de los grandes legados de un gobernante que supo camelarse a su pueblo con la mano izquierda mientras terminaba de someter al mundo circundante con la derecha. Edificios públicos, el Mercado de Trajano, el puerto, las carreteras, las ampliaciones urbanas, el acueducto nuevo, las termas, las cloacas... hacían mejor y más habitable la metrópoli mientras fuera de ella iban cayendo una tras otra las nuevas tierras conquistadas.

No es exagerado decir que Trajano fue uno de los más grandes gobernantes de la historia. Como se explica en la información del congreso internacional organizado por la Universidad de Sevilla y celebrado en Sevilla a finales de octubre pasado bajo el título De Trajano a Adriano: Roma matura, Roma mutans, «nadie de origen hispano nunca jamás, ni antes ni después, ha llegado a ser, sin discusión, el personaje más poderoso sobre la faz de la tierra como lo fue entonces el Optimus Princeps». Y aunque sabido es que si en algo eran expertos los romanos, aparte de en reliarse la toga y dejar frases para la historia, era en piropear a sus nobles difuntos, no es menos cierto que se instauró como bendición para la ceremonia de nombramiento de posteriores césares la siguiente: Que sea más afortunado que Augusto y mejor que Trajano. Se dijera como se dijese repanocha en latín, Trajano lo era en todos los casos de la declinación.

De ahí que no sea gratuito preguntarse si, después de todo, Sevilla –la ciudad, la provincia, las autoridades autonómicas, el Gobierno, las instituciones diversas, las artes, las ciencias, las academias...– han sabido estar a la altura de semejante personaje al cumplirse esos 19 siglos de su muerte que se mencionaban antes. Conmemoración que no acaba ahí, porque se da la circunstancia de que este emperador, el primero nacido fuera de Italia, adoptó en su lecho de muerte –no se sabe si lo hizo verdaderamente o medió triquiñuela– a su paisano y pariente lejano Publio Elio Adriano, italicense también, el gran cohesionador del Imperio, con lo que la efeméride del año pasado era asimismo la del ascenso al trono de Roma de otro sevillano.

Las relaciones entre Trajano y Adriano y, sobre todo, lo que hicieron ambos por consolidar la unión de los diferentes y vertebrar un continente entero tal y como ahora se vuelve a intentar dos milenios después, no solo es asunto de apasionantes ensayos históricos, sino material de primera para novelistas deseosos de adentrarse en una época que, científica y literariamente hablando, es oro molido. Como se indica en el citado texto de información general del congreso internacional, Adriano era «de complejo perfil―varius, multiplex, multiformis, como fuera calificado en el Epitome De Caesaribus XIII, con él se intentó llevar a cabo un proceso de racionalización en la gestión del Estado, cuando el Imperio llegaba al cénit de su grandilocuencia monumental y artística».

«De la conquista a la integración», prosigue, «Hispania había experimentado a lo largo de las tres centurias previas un largo proceso de vertebración, que desembocó en la identificación con Roma y del que los emperadores Trajano y Adriano llegaron a ser su más rotunda expresión y resultado. Compartiendo patria bética, ambos fueron, como emperadores, los más romanos de entre todos los romanos». La propia Roma se enorgullece de ello con la exposición Traiano, costruire l’ Impero, costruire l’Europa, que se puede visitar en el Mercado de Trajano.

El congreso internacional desarrollado en Sevilla, con ponentes de distintos países y dirigido por los profesores Antonio F. Caballos Rufino, Salvador Ordóñez Agulla y José Carlos Saquete-Chamizo más la secretaría del profesor Anthony Álvarez Melero, destaca entre los actos relacionados con la efeméride, al igual que la exposición que se puede visitar en el Museo Arqueológico y que se titula Adriano Metamorfosis. El nacimiento de una nueva Roma. Aún están pendientes de publicación las actas del congreso, cuyas aportaciones, como explicaba esta semana el doctor Caballos Rufino a este periódico, «supondrán una renovación de nuestro conocimiento sobre la época y sin duda tendrán una alta repercusión e impacto científico internacional». Pero ahora corresponde a las universidades, a los gobernantes, a las diversas entidades sevillanas con afecto por la historia y la cultura y a la sociedad en general transformar estos avances en un mayor aprecio colectivo por la huella romana en Sevilla. Y un gran nombre: Itálica, que se postula para la lista del patrimonio mundial de la Unesco y que sigue siendo una vieja desconocida para el común de los paisanos... mientras los rumanos se llevan la mano al corazón cantándole a Trajano.