A Guillermo Vázquez Consuegra (Sevilla, 1945) le asiste cierta fama de quejica en su gremio. Dicen sus colegas que se pasa la vida lamentando que su ciudad natal no le dé su sitio, que le niegue el pan y la sal. Y sin embargo, no hay arquitecto ni a este lado ni al otro del Guadalquivir que esté acaparando tantos proyectos de envergadura en la ciudad, tanto públicos como privados. Sin ir más lejos, en su mesa tiene dos de los encargos más apasionantes que puede soñar su oficio, la rehabilitación del Museo Arqueológico de Aníbal González –aplazada en su día porque el sobrecoste pasó a ser inasumible de la noche a la mañana– y el de las Atarazanas, cuya culminación anteayer mismo se anunciaba para 2021. Pero este año, Vázquez Consuegra se anotaba un tanto notable con la apertura al público del Caixaforum.
La mañana de la inauguración de esta obra faraónica y nada fácil de resolver la pasó su autor con semblante más bien serio. No se despegó en todo el recorrido del exministro socialista y miembro del patronato de La Caixa, Javier Solana, a quien iba explicando los detalles de la magna obra, y hasta lograron pasar más o menos desapercibidos para la masa, que solo ansiaba hacerse un selfi con el constructor Florentino Pérez.
Sea como fuere, el estreno del Caixaforum tiene algo de consagración definitiva de Vázquez Consuegra, quién sabe si de reconciliación con la villa que le vio nacer hace 72 años. Licenciado por la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Sevilla (ETSA) en 1972, fue profesor de Proyectos de esta Universidad hasta 1987, y actualmente es Profesor Honorario y director del taller internacional de arquitectura Cátedra Blanca. Su currículum como docente se completa con faenas como profesor visitante en las Universidades de Buenos Aires, Lausanne, Navarra, Syracuse Nueva York, Bologna, Venecia, Mendrisio y Visiting Scholar de la Getty Center en Los Ángeles, aunque nunca ha descuidado su faceta creadora.
De hecho, este año que se cumplía un cuarto de siglo de la Expo 92, procede recordar que el sevillano fue el autor del Pabellón de la Navegación, que ahí sigue como una de sus aportaciones fundamentales al mapa hispalense, junto con el Edificio de Viviendas Sociales Ramón y Cajal, la recuperación del Palacio de San Telmo o el Palacio de Congresos de Sevilla.
Otros grandes proyectos en su haber son la Ordenación del Borde Marítimo de Vigo, el Museo de la Ilustración en Valencia, el Museo del Mar en Génova, el Ayuntamiento de Tomares o el Museo Nacional de Arqueología Subacuática en Cartagena. Su palmarés brilla con el Premio Construmat 1993, el Premio Ascer 2006, el Premio Europeo de Arquitectura Ugo Rivolta 2008, el Premio de la Bienal Iberoamericana 2014 y los Premios de Arquitectura The Chicago Athenaeum Museum 2015 y The Plan Award 2015.
Su entrada en Wikipedia no escatima elogios, destacando «la claridad perceptiva, la capacidad analítica, la fuerza creativa, el rigor proyectual, la solvencia técnica, la integridad cívica o la tenacidad humana», «demostrando que desde cualquier ciudad, se pueden alcanzar los mejores resultados operando en todo el escenario nacional y europeo».
Claro que no siempre su producción ha suscitado el aplauso unánime. Cuando se inauguró el Centro de Investigación Arqueológica junto a las ruinas de la antigua Baelo Claudia, la playa de Bolonia se llenó con cientos de manifestantes disfrazados de romanos pidiendo la demolición de lo que bautizaron como «el búnker de Chaves» o «el mamotreto», lo que –afirman sus allegados– no le hizo la menor gracia al maestro.
De todo eso hace ya mucho tiempo, y en cambio el momento actual de Vázquez Consuegra es de idilio con la profesión y con sus clientes. Aunque suela mostrarse un pelín hosco con la prensa y asome siempre serio en las fotos, cualquiera apostaría a que el sevillano acaba el año sonriendo por dentro.