«Hay una cultura machista que respiramos todos y todas»

El profesor de la Universidad de Córdoba llama a revolucionar los modos en que los hombres se relacionan con las mujeres y las estructuras de poder de la sociedad patriarcal en su libro ‘El hombre que no deberíamos ser’ (Editorial Planeta)

16 feb 2018 / 20:54 h - Actualizado: 17 feb 2018 / 11:56 h.
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  • El profesor Octavio Salazar, en una reciente visita a Sevilla. / Jesús Barrera
    El profesor Octavio Salazar, en una reciente visita a Sevilla. / Jesús Barrera

—Un punto inicial a subrayar. ¿El feminismo no va contra los hombres?

—Una de las ideas principales de mi libro es que el feminismo lo que reivindica es acabar con un modelo de sociedad y de ejercicio de poder, con una cultura que condiciona tanto a hombres como a mujeres. Como dice Toni Morrison, la lucha no es contra los hombres, sino contra el patriarcado.

—¿Cómo explicar que el patriarcado perjudica también a los hombres, aunque parezca privilegiarlos?

—Nosotros estamos en la parte privilegiada, eso es indudable, pero el modelo es una carga porque nos obliga a ser de una determinada manera y ese patrón conlleva muchas renuncias: lo emocional, los cuidados, la empatía, la atención a los demás, lo privado... Nos construimos como hombres huyendo de todo eso, y nos perdemos un montón de cosas buenas de la vida. «Ser un machote», desde pequeños, supone ser en negativo, no ser como una mujer.

—Usted señala directamente a ciertos modelos como perniciosos en ese sentido: futbolistas y personajes cinematográficos, los primeros.

—Debo aclarar que hablo del fútbol como la gran maquinaria mediática y la institución de poder que es, y no del deporte. Pero lo cierto es que son referentes que se construyen a partir de hombres que reproducen viejos esquemas, a menudo chulos, prepotentes, que deben su éxito al físico, agresivos con frecuencia, y todo eso tiene una incidencia clarísima en la socialización de los más jóvenes. Yo tengo un hijo adolescente que ama el fútbol, pero no quiero que reciba esa influencia. Y lo mismo se puede decir de las películas, de muchas canciones... Todo lo que fabrica los imaginarios colectivos. La cultura en sentido amplio da cancha a modelos muy tradicionales y muy tóxicos, también con esas mujeres muy sexualizadas, cosificadas, entregadas para satisfacer a los hombres... Es necesario una labor crítica urgente sobre todo esto.

—A los políticos, tanto de izquierda como de derecha, los suspende a todos. ¿Tan mal lo hacen?

—En general sí. Puede haber excepciones, pero en definitiva todos los partidos, de un color u otro, de la vieja o de la nueva política, reproducen los esquemas de siempre: liderazgos masculinos muy potentes, mujeres en un plano secundario o devaluado, pero siempre bajo el poder de ellos.

—Se habla a menudo de las feminazis, de mujeres que llevan el discurso feminista «demasiado lejos». ¿Qué opina al respecto?

—Entiendo, y la Historia está llena de ejemplos, que siempre que hay una lucha por derechos, por la igualdad o la Justicia, hay momentos, expresiones o colectivos que pueden dar una visión más extrema, o usar herramientas discutibles para esos fines. Las sufragistas se plantearon incluso el uso de métodos violentos, pero eso no deslegitima su reivindicación. Esas situaciones pueden darse, pero la injusticia y la desigualdad es tan evidente a nivel planetario que no pueden dar pie a justificaciones del machismo. Hay mucha ignorancia, y eso genera prejuicios e ideas facilonas.

—El responsable de un crimen machista es en primera instancia, el asesino. Pero, ¿no tiene su parte de culpa la sociedad que lo rodea?

—Suelo decir que el maltratador y el asesino son el último eslabón de una larguísima cadena. Hay una cultura machista que respiramos todos y todas. Cuando decimos que la relación con una mujer se basa en el dominio, o que enamorarte es una renuncia a tu autonomía, estamos fomentando esa visión como hacen algunas canciones de moda o películas que todo el mundo ve.

—Hace poco vivimos otra polémica en torno a las palabras, a cuenta de la expresión «portavozas». ¿Qué ocurre con el lenguaje, que tanta tinta hace correr? ¿Hay sexismo en él, o no?

—Tengo clarísimo, puesto que me dedico al Derecho, que el lenguaje refleja las relaciones de poder. Y a lo largo de la Historia el poder ha sido androcéntrico. Es importante que vayamos mirando críticamente el lenguaje, porque puede ser una herramienta para cuestionar la realidad y generar un debate sano. «Portavozas» es un mal uso del femenino, pero no olvidemos que hace poco concejala no existía, y jueza era la mujer del juez. Ahora todo el mundo lo usa. No hay que dejar que de estas polémicas un tanto absurdas se aproveche esa línea de pensamiento neomachista.

—Si un lector quisiera empezar a cambiar lo que esté en su mano, ¿por dónde debería empezar?

—Poniéndose delante de un espejo y analizándose, preguntándose cómo es con las mujeres de su entorno, de su familia, de su trabajo. Si comparte responsabilidades, espacios de poder, si está dispuesto a renunciar al protagonismo... Y nos equivocaremos mil veces, seguro, tendremos que rectificar, pero hay que ir desarrollando poco a poco esa conciencia crítica. Yo recomiendo empezar por lo más pequeño, pensar en cómo eres como pareja, como padre. Y no tener miedo a meter la pata, porque todos hemos sido educados en esa cultura machista.