Hermano, yo vivo de esto

De cultura de barrio a industria. Muchos de los que empezaron en los 90 acercándose al hip hop por afición han terminado haciendo de él su forma de ganarse el sustento

19 ago 2018 / 07:00 h - Actualizado: 19 ago 2018 / 08:55 h.
"Música","El rap, de cultura a industria"
  • Imagen de archivo de un grupo de jóvenes bailando ‘break dance’ en el pasaje de El Monte de la calle Laraña. / Antonio Acedo
    Imagen de archivo de un grupo de jóvenes bailando ‘break dance’ en el pasaje de El Monte de la calle Laraña. / Antonio Acedo
  • Anuncio de la línea de ropa promocionada por el dúo Sfdk. /El Correo
    Anuncio de la línea de ropa promocionada por el dúo Sfdk. /El Correo
  • Seleka y Laura, artistas y directores de la galería Delimbo./ Paco Puentes
    Seleka y Laura, artistas y directores de la galería Delimbo./ Paco Puentes

Empezó siendo para muchos una subcultura marginal, un genuino producto de barrio: chicos que hacían rimas compulsivamente, artistas callejeros pertrechados con esprays, bailarines de break dance... pocos imaginaban en los albores de la década de los 90 que muchos de ellos acabarían haciendo del hip hop –el rubro genérico que reunía todas aquellas disciplinas– su forma de ganarse la vida.

Las primeras avisos de que tal cosa era posible llegaron de la mano de los raperos, que en pocos años lograron reunir a fervorosas masas de fans y vender muchos miles de discos. Artistas sevillanos como Tote King o Sfdk se pusieron a la cabeza del negocio nacional, y no tardaron en proclamar con orgullo aquello de «yo vivo de esto» en sus letras.

Precisamente fueron Sfdk quienes más diversificaron su marca, convirtiéndose en sello discográfico e impulsando una marca de ropa. Con el primero lanzaron alrededor de quince títulos de varios artistas emergentes, hasta que el sector se hundió. «Desde 2012 aproximadamente no sacamos a nadie, pero el sello se mantiene para editarnos a nosotros mismos», comenta Zatu, una de las dos mitades del proyecto.

La línea de ropa, que funcionó como un tiro, chocó con un problema distinto. «Cerraron varias tiendas y nos dejaron una roncha muy grande. Costó levantarse, pero la experiencia fue buena y nos ayudó a saber que no somos buenos empresarios. Cada vez que nos metemos en una cosa distinta de la música, la música va a peor», añade. Sin embargo, hoy marcas como la undergound Empty, con diseño sevillano, gozan de amplio predicamento, y en la capital hispalense sigue abierta una tienda especializada como Montana.

Otros intentos también sucumbieron a la crisis, pero durante años han dado trabajo a mucha gente, y algunos siguen adelante. En Sevilla llegó a haber una sala especializada en esta música, MicroLibre, y varios estudios de grabación nacidos al calor del boom de las maquetas. También hay academias de baile que contaron con profesores que empezaron bailando en plena calle. Pero donde han prosperado más los hiphoperos es en el campo de las bellas artes.

«Hay muchísima gente del grafiti que se gana la vida con su arte», explica el sevillano Seleka, referencia absoluta, que hace ocho años, desafiando a la crisis, abrió su propia galería de arte, Delimbo, junto a su pareja, la también artista Laura Galbarro. «Hay quien se dedica a pintar, pero también a la animación, a los videojuegos... Haber encontrado un medio de expresión fuera de lo establecido ha facilitado a muchos esa versatilidad», agrega.

Hoy, el nombre de Seleka brilla entre otros grandes de la escena hispalense como Rorro Berjano, Srger, Lahe o César Bahamonde, sin olvidar al cotizadísimo Axel Void, hoy en Miami. ¿Pensaban hace 25 años que esto podría ser un medio de vida? «Yo siempre creí en mí», responde el creador. «No podía imaginarme que pudiera llegar a tener mi galería, eso jamás, pero sabía que me ganaría la vida haciendo lo que me apasionaba. Los caminos son infinitos», dice.

Delimbo cuenta con fondos de artistas internacionales de primera línea, y el propio Seleka abrirá en septiembre su primera muestra en París. «Nos ha salvado el mercado internacional, pero por fin hemos podido tener mercado local, y eso es lo máximo, es más que vender en Nueva York».

Eso sí, nunca ha dejado de coger los esprays y salir en busca de la pared perfecta. «Yo sigo pintando grafiti digamos alegal, porque puede ser algo complicado según las ciudades», reconoce. «Sigo yendo a un descampado a pintar, en este sentido no me he separado de mi niñez, he tratado de mantener ese lado infantil siempre», apostilla Seleka.