La historia de una empresa camaleónica

Cambios. Abengoa se ha ido reinventando y adaptando en sus 75 años. Su negocio primitivo, de hecho, fracasó

28 dic 2016 / 21:31 h - Actualizado: 29 dic 2016 / 10:45 h.
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  • Planta solar diseñada y construida por Abengoa en la localidad sevillana de Sanlúcar la Mayor. / Efe
    Planta solar diseñada y construida por Abengoa en la localidad sevillana de Sanlúcar la Mayor. / Efe

De arreglar instalaciones eléctricas en la desolada España de 1940 a construir la mayor central solar del mundo en Estados Unidos y recibir el aplauso de Barack Obama. Reinventarse es una de las especialidades de Abengoa, que a sus 75 años vuelve a nacer.

Con la unión de varias familias sevillanas y con 180.000 pesetas (poco más de 1.000 euros) se constituyó, el 4 de enero de 1941, la que durante tres cuartos de siglo ha sido referente entre las empresas andaluzas. La idea era fabricar contadores eléctricos monofásicos, pero ese negocio no fue bien y viraron a la reparación y mantenimiento de motores.

Es la única firma andaluza que ha llegado al Íbex 35 y su trayectoria es fundamental para entender una parte del tejido productivo de la región. Javier Benjumea Puigcerver la puso en marcha 1941 con el acrónimo del nombre de sus socios (Abaurre Fernández Palasagua, Benjumea Puigcerver, Gallego Quero, Ortueta Díaz-Arce y Abaurre Herrero de Tejada). Dos compañeros de carrera junto a tres amigos y familiares.

Los contadores eléctricos monofásicos de cinco amperios no llegaron ni al mercado porque no lograron las materias primas necesarias para producirlo a gran escala, así que Abengoa se reorientó para reparar y mantener motores y máquinas para grupos como Hispano Aviación o Cruzcampo. Esta capacidad de cambio está en el ADN de la compañía.

En medio de la desolación tras la guerra civil y en una región rural como Andalucía, sin apenas tradición industrial, Abengoa salió adelante. En 1943 reorientó la actividad hacia el diseño y la ejecución de montajes eléctricos, como líneas de alta tensión, y un año más tarde entró en la órbita de Renfe en la señalización de vías y la construcción de catenarias.

El fundador de Abengoa, huérfano desde su infancia, tuvo como referentes –y como valiosos contactos– a sus tíos Rafael y Joaquín Benjumea Burín, ingenieros de Caminos y de Minas, respectivamente. El primero fue ministro de Obras Públicas con Primo de Rivera y primer conde de Guadalhorce y, el segundo, ocupó la cartera de Hacienda entre 1941 y 1951 y posteriormente fue gobernador del Banco de España.

En 1947, Abengoa inicia la expansión nacional con una delegación en la calle Alcalá de Madrid. En los años 50 ya es una empresa consolidada, de ahí que realice grandes obras de infraestructuras de la época como los planes de regadío.

El grupo creció de forma espectacular: la facturación aumentó de 45 millones de pesetas en 1950 a 4.880 en 1970.

Dos décadas tardó Abengoa en dar el salto internacional. Ya había empezado su diversificación. En los años 60 del siglo pasado fue pionera en la internacionalización de sus operaciones en Iberoamérica, participó en la puesta en marcha de la central nuclear de Zorita, se fijó como objetivo entrar en el negocio de las telecomunicaciones y desarrolló su filial en electrónica. Una gran expansión de la mano de clientes como Telefónica y del desarrollo del Plan Energético Nacional. Incluso se adentró en el sector químico y la automoción. Y en los 80 perfila su inmersión en las renovables y encara su primer parque eólico. Agua, telecomunicaciones, energía o transportes. Está presente en múltiples sectores.

Abengoa crece con la electrificación y la industria en España y se convierte en un referente internacional en ingeniería energética. El aprovechamiento de la energía termosolar es lo suyo, al igual que los biocombustibles de segunda generación y el desarrollo de grandes líneas de transmisión eléctricas, donde es líder. Era tal la importancia de la compañía que en Sevilla se decía que nada se movía sin el consentimiento de Benjumea Puigcerver.

En 1991, cuando el fundador cedió el timón, la empresa tenía más de 100 filiales y 7.000 empleados. Javier Benjumea incluso se vio recompensado por el rey Juan Carlos I con el título de marqués de Puebla de Cazalla.

Entonces se produce el relevo con la dirección colegiada de Felipe y Javier Benjumea Llorente. El primero, más cerebral, rehuye la vida social y se centra en convertir la empresa en una firma netamente tecnológica, mientras que Javier, con mejores dotes de relaciones públicas, se convierte en el protagonista de los actos culturales sevillanos y en la cara pública de la empresa. Ambos encabezan una Abengoa que facturaba 315 millones y que llega al fin del milenio con un negocio de 815 millones.

Entonces, «se evolucionó desde la línea del producto convencional a una gama de actividades con mayor componente tecnológico», según la historia oficial de la empresa. En 1996 habían sacado a Bolsa un 30 por ciento del capital y en el 2000 hacen una ampliación para la adquisición de Befesa. Paulatinamente es Felipe quien toma las riendas y, en 2007, se impone como presidente único y se apoya en Manuel Sánchez Ortega como consejero delegado.

En los últimos años Abengoa se reagrupó en su campus de Palmas Altas, potenció su labor filantrópica a través de su fundación Focus-Abengoa y creció hasta ser un gigante.

Felipe Benjumea puso en marca, allá por 2005, un nuevo modelo de negocio con dos patas claves. La actividad principal, la que aporta liquidez, es la ingeniería y la construcción de grandes instalaciones industriales y energéticas. El segundo pilar era el de las energías limpias y, sobre todo, la solar y los biocombustibles. El problema fue que la primera pata no pudo financiar a la segunda, muy costosa.

La ingeniería y la construcción no generó el dinero necesario para soportar el enorme coste de investigar, promover, construir y gestionar las grandes plantas termosolares y las refinerías de biocombustibles.