La lotería de Navidad se vive en el bar

Calles vacías. La mañana del sorteo extraordinario transcurre sin pena ni gloria por una Sevilla que aguarda bajo sus quehaceres y rutinas la salida de otra ‘Lotera’ a sones de villancicos

Manuel Pérez manpercor2 /
22 dic 2017 / 21:32 h - Actualizado: 22 dic 2017 / 23:03 h.
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  • Un cliente ve el sorteo extraordinario de Navidad en la televisión de un bar. / Jesús Barrera
    Un cliente ve el sorteo extraordinario de Navidad en la televisión de un bar. / Jesús Barrera
  • La Virgen del Rocío del Salvador, en su procesión anual que pone el broche de oro a la jornada de la Lotería. / ArteSacro
    La Virgen del Rocío del Salvador, en su procesión anual que pone el broche de oro a la jornada de la Lotería. / ArteSacro

Este viernes, Sevilla amaneció encogida de frío. Las calles del centro, aún desiertas de turistas, eran testigos del escaso trasiego de personas que las transitaban. Parecía un viernes cualquiera en la avenida de la Constitución. Allá por la Plaza Nueva, solo unos pocos se atrevían a sacar las manos de los bolsillos para hacerse un selfie ante la fachada del Ayuntamiento.

Pero había algo en el ambiente que lo envolvía en un misterioso halo de intriga, incógnita y una pizca de superstición. «Miiiiiil eeeeurooooos». Esa vocecilla infantil resonaba una y otra vez en las paredes de un bar de la calle Sierpes. Aquello llegaba a rozar el hastío y el aburrimiento. La monótona melodía pueril continuaba saliendo de aquel televisor y la parroquia, echando el peso sobre la barra con el codo apoyado sobre el aluminio y café y anís en mano, terminó por olvidarse de los niños de San Ildefonso. ¡Qué calvario!

Y es que si no fuera por estos sonidos, que ya son tan típicos como Los Campanilleros, nadie diría que se estaba sorteando la lotería de Navidad. Administraciones vacías, bares poco frecuentados, paupérrimas reuniones con las que ver el sorteo... Para Sevilla era un día más en el calendario y pocos salieron a la calle para entrar en calor y calmar los nervios de los décimos y participaciones compradas. Pocos salvo para aquellos hombres de abrigo de pana y pantalones de pinza.

Los parroquianos, en su afán por mejorar el país desde la barra del bar, prefirieron ponerse a hablar de las elecciones catalanas, de los autobuses de Tussam y, no podía faltar en la mesa de debate, del Sevilla y del Betis. Eso sí, el rabillo del ojo continuaba en la televisión. «Juan, que no nos va a tocar». Aquello enfurruñó a aquel cliente, que empezó a contar cuántos agujeros taparía con lo que reparte el Gordo. Eso sí, antes tendría que invitar a una ronda.

De repente, la voz aguda de los niños de San Ildefonso comenzó a elevarse. Los chiquillos, correctamente uniformados, empezaron a gritar como locos. Solo nueve minutos habían pasado desde el inicio del sorteo y ya estaban cantando el tercer premio. «¡6.914!», gritaba Aroa Patricio Vaquero. «¡500.000 euros!», respondía Josué Ariel Guamán Vicente. La sincronía de ambos rozaba la perfección. Los meses de entrenamiento se notaban.

«Juan, Juan, mira a ver si ha tocado». Inquieto y veloz, el bueno de Juan metió su mano en el interior de su abrigo y sacó varios décimos y participaciones. Nada. Ni lo metido siquiera. Y, posiblemente, ningún sevillano tuviera este número, a no ser que hubiera aprovechado algún viaje a Alicante, Zaragoza, Madrid o Valencia. Y la parroquia continuó con su particular debate.

Salió a la palestra del Teatro Real de Madrid otra niña, Aya Ben Hamdouch. Hay quien ya le ha puesto mote: la niña de los mil euros. Alargaba las íes de una manera tan divertida a la par que excesiva e incluso molesta. Pero en aquel bar nadie se dio cuenta hasta que su compañera, Nerea Pareja Martínez, cogió la bola del 580 y la niña de los mil euros le asignó el premio de 60.000 euros. Un quinto premio tan extraño como repartido.

La administración del Gato Negro, en la avenida de la Constitución, tenía el 580, pero tuvieron que devolver todos los décimos porque no vendieron ni uno. «Juan, ¿tú crees que la gente va a comprar esos números?». De hecho, una mujer se acercó a esta administración empujada por el anuncio del quinto premio. «Si ha tocado el quinto, también puede tocar el Gordo». Los rezagados de última hora –pocos, todo haya que decirlo– aprovechaban para probar suerte. Y aquellos parroquianos continuaron con sus disquisiciones y discusiones, sacando a relucir una dialéctica propia de los bares y barras.

Las horas iban pasando y el Gordo se hacía de rogar. Aquellos asiduos al vaso duralex comenzaron a impacientarse. «Juan, no te vayas todavía, hombre. Como te toque...». Y llegaron las 11.55. Yuseff Salhi y Noelia Katiuska cantaron el primer premio: el 71.198. «Juan, te dije que compraras el ocho, que tenía un pálpito con ese número». Un año más, la mañana de la lotería quedó desierta para muchos sevillanos como Juan. Otros afortunados sí pudieron disfrutar de los 100 euros de la pedrea y unos pocos recibieron algún que otro quinto premio, muy repartido en Sevilla y provincia.

La mañana del sorteo extraordinario de Navidad ya es una tradición en este país, por muy aburrida que pudiera llegar a ser a ratos. Pero nadie quiere perderse a estos críos que con tanta ilusión cantan números y premios. Sin embargo, este viernes Sevilla estaba en otras cosas. Las calles no respiraban el ambiente lotero. Si no fuera por el hilo musical mileurista, podría decirse que era una mañana normal, corriente y fría de un invierno cualquiera de Sevilla. Quizá la ciudad estuviera ensimismada en sus cosas, en sus quehaceres y rutinas. Quizá esa Sevilla profunda, desenfrenada y apasionada estuviera aguardando, con panderetas y cascabeles, la salida de la verdadera lotera de esta ciudad, la que congregó a su alrededor a cientos de personas anoche allá por el Salvador bajo el nombre de Rocío.