Loren: la huella y el trazo del toreo

Toreografías. El creador parisino –que vive a caballo entre Sevilla y Málaga– revolucionó la interpretación pictórica de la Tauromaquia al experimentar con su geometría horizontal. El resultado es asombroso

21 nov 2017 / 07:30 h - Actualizado: 21 nov 2017 / 08:01 h.
"Pintura","El arte y los toros"
  • Manolo Vázquez, el recordado diestro de San Bernardo, trazó una de las toreografías más originales y preciadas. Al fondo de la imagen, Dávila Miura.
    Manolo Vázquez, el recordado diestro de San Bernardo, trazó una de las toreografías más originales y preciadas. Al fondo de la imagen, Dávila Miura.
  • Juan Bautista, bajo la mirada de Loren, después de torear en Nimes.
    Juan Bautista, bajo la mirada de Loren, después de torear en Nimes.
  • Una muleta, un lienzo en horizontal y tinta: es lo que necesita Loren Pallatier para materializar sus originales toreografías. / Reportaje gráfico: Archivo Loren Pallatier
    Una muleta, un lienzo en horizontal y tinta: es lo que necesita Loren Pallatier para materializar sus originales toreografías. / Reportaje gráfico: Archivo Loren Pallatier

Hagan la prueba. Suban al punto más alto de una plaza de toros al arrastre del sexto. Contemplarán, arropados por el crepúsculo, las huellas de las pezuñas de las reses y los cascos de los caballos; las pisadas menudas de las zapatillas toreras; el goteo de la sangre o el albero barrido por capotes y muletas en trazos curvos. El ruedo se convierte en un inmenso mural efímero; es el registro de lo que sucedió en su superficie durante dos horas mágicas...

De alguna manera es lo que ha logrado Loren Pallatier –le gusta firmar LOREN, todo en mayúscula– llevando al lienzo, el papel o el tablero la huella o el trazo del toreo de manos de sus protagonistas, que emplean muletas impregnadas en tinta para perpetuar el dibujo de su lenguaje taurino, la firma de su tauromaquia. Esa es la filosofía que ha alentado la creación de sus famosas toreografías, penúltima vuelta de tuerca de un original discurso artístico que permanece en permanente búsqueda.

Loren (París, 1960) es un pintor de reconocida trayectoria pero su profesionalización como artista plástico fue consecuencia de su vocación taurina. Lo había dejado todo siendo un adolescente para intentar la aventura del toreo. Quedan lejos aquellos tiempos en los que el Rubio de París –así se anunciaba en los carteles– soñaba con la gloria en la Escuela Nacional de Tauromaquia. Loren fue compañero de generación de matadores como Bote, Fundi y Joselito, líder de aquella segunda camada ochentera que sucedió en el tiempo a la de los Sandín, Maestro y, sobre todo al malogrado Yiyo, los Príncipes del Toreo...

La génesis de las toreografías está vinculada a esos pinitos toreros en la bisagra de los años 70 y 80, que le llevaron a patear los pueblos de Castilla como novillero. El sueño terminó pero Loren iba a encontrar en la pintura una manera de canalizar esa afición. Después de una breve vuelta a su Francia natal volvió a liar el petate para instalarse en Sevilla. Corría el año 83: comenzaba su camino como pintor sin perder la perspectiva del mundo del toro. Desde entonces ha experimentado con numerosas técnicas buceando en la expresión pictórica del toreo.

Sus inconfundibles tintas chinas resueltas a punta de pincel o aquel inolvidable toro emergiendo del fuego son hitos de la moderna pintura taurina. Loren también fue pionero en el empleo de los trajes de luces como lienzos o soportes de su creación. Los vestidos de torear, desmontados y tensados sobre bastidores o fijados al lienzo, tomaban así una nueva dimensión que se sumaba a la identidad de los toreros que los habían vestido. Las toreografías son una rama más de ese tronco creativo y su origen hay que buscarlo en aquellos años tan bárbaros como felices en los que cruzaba la piel de toro a lomos de un desvencijado dos caballos. «Estábamos entrenando a las afueras de Madrid en un día de lluvia; nos refugiamos en un gimnasio, comencé a torear y la muleta mojada dibujó su rastro en el hormigón... te tengo, es la huella del toreo, su caligrafía... no necesito más», evoca Loren casi cuarenta años después. «Llamé a mis compañeros y cuando llegaron ya estaba seca», bromea el pintor. Aquella semilla germinaría con fuerza al cabo del tiempo y encontraría un apoyo fundamental en un maestro de referencia, José María Manzanares (padre), que le abrió las puertas de su casa y le ayudó a canalizar aquel ímpetu creativo. «Por la noche, en su finca, dábamos rienda suelta a la imaginación», rememora Loren. El propio Manzanares le inspiró una toreografía global que aún no se ha llevado a cabo. «Ideó abrir huecos para situar la tinta y preparar las pezuñas de los toros para que dejaran su rastro. Al final no lo hicimos», evoca.

«La toreografía tiene dos vertientes muy interesantes; por un lado la realización en sí –la performance– y luego el resultado que queda para siempre», explica el creador que lamenta no contar hoy con las huellas de la tauromaquia de colosos como Gallito, Belmonte o Manolete. «No deja de ser una forma de archivar el toreo», afirma Loren, aportando una interesante reflexión sobre la filosofía de esta expresión artística: «No se trata de una pintura abstracta porque tiene un significado real pero sí lo es su apariencia».

La lista de toreros que se han prestado a la iniciativa es amplísima. Llama la atención la aportación del recordado maestro sevillano Manolo Vázquez. «Realizó una de las toreografías más redondas», apostilla Loren. Pero hay que sumar los nombres de matadores como Dávila Miura, El Fundi, Joselito, Aparicio, Padilla, Finito o Rivera aunque el creador pone el acento en un nombre especial: el del infortunado diestro vasco Iván Fandiño. «Él solo se hizo cargo de 70 toreografías en la plaza mayor de Cáceres para ornamentar la goyesca», evoca.

Loren, en cambio, no ha logrado encontrar ni una sola fotografía de las toreografías de José Tomás, trazadas en la localidad francesa de Dax delante de varios centenares de aficionados. «No estaba muy por la labor pero la gente insistió y al final lo hizo pero no conservo ni una sola foto», recalca el pintor desvelando el destino de aquellas huellas. «Las adquirió un coleccionista alemán que compró un ático en Nimes con vista a la plaza. Instaló la toreografía en el suelo –eran cuatro naturales del diestro de Galapagar– bajo un cristal encastrado en un suelo de mármol». Aquel cliente, explica Loren, «vertebró la casa en torno al camino de muletazos».

En la lista sí faltan algunos nombres que Loren aún no ha logrado poner a torear con esas muletas entintadas. Son Manuel Benítez El Cordobés y Curro Romero, que siempre le devuelve una sonrisa y le ha emplazado a compartir la experiencia con el diestro riojano Diego Urdiales en casa de Espartaco. Mención especial merece la versión que hizo junto a sus compañeros Fundi y Joselito. Empleó lejía sobre tela roja en vez de tinta. «Fue en la embajada de Francia; la huella del toreo surgió poco a poco, casi por encanto, después de suspender verticalmente las telas; fue un momento de gran emoción artística», recuerda.

Las toreografías se han sumado a la arquitectura de las plazas en el exorno de acontecimientos puntuales como las goyescas de Cáceres o Arlés. El penúltimo capítulo de esta experiencia se firmó en Málaga. La obra de Loren completó esa experiencia artística global en torno a la corrida ideada por Enrique Ponce bajo el nombre de Crisol. No pudo tener mejor estreno. El evento, organizado en homenaje a Picasso, se resolvió con el indulto de un toro de Juan Pedro Domecq a manos del valenciano. Y junto a Ponce prepara una nueva versión de las toreografías para perpetuar la huella de uno de sus muletazos más genuinos: la poncina.