«Mi vida no tiene sentido»

Casos tan mediáticos como el de Ramón Sampedro e Inmaculada Echevarría contribuyeron a crear un debate social en torno al derecho a una muerte digna

27 nov 2017 / 22:35 h - Actualizado: 27 nov 2017 / 22:47 h.
"Muerte digna"
  • Inmaculada Echevarría pidió ser retirada del respirador tras diez años en cama. / El Correo
    Inmaculada Echevarría pidió ser retirada del respirador tras diez años en cama. / El Correo

En 2004 Alejandro Amenábar llevó al cine con Mar adentro la historia de Ramón Sampedro, marino y escritor español aquejado de tetraplejia desde los 25 años y considerado un referente en la lucha por la muerte digna y la eutanasia. Un accidente, al tirarse de cabeza al agua desde una roca en la playa de As Furnas, le dejó postrado en una cama para el resto de su vida. Fue el primer ciudadano en pedir en España el suicidio asistido. Su petición le fue denegada por el Código Penal entonces vigente. Ramón murió en Boiro el 12 de enero de 1998 por envenenamiento de cianuro potásico, ayudado por su amiga Ramona Maneiro. Ésta fue detenida días después pero no fue juzgada por falta de pruebas. Siete años después, una vez que el delito hubo prescrito, Ramona admitió en televisión haber facilitado a Ramón el acceso al veneno que le causó la muerte y haber grabado el vídeo donde éste pronunciaba sus últimas palabras.

El caso es que esta película, protagonizada por Javier Bardem y Belén Rueda, y que logró entre otros premios el Oscar a la mejor película extranjera, contribuyó a crear un gran debate social en España sobre el derecho de los pacientes terminales a una muerte digna.

En Andalucía, el caso de mayor repercusión es de Inmaculada Echevarría, la primera mujer en el Estado español que murió voluntariamente tras hacer pública su decisión de rechazar el tratamiento de ventilación mecánica que la mantenía con vida. Inmaculada padecía una distrofía muscular progresiva dependiente de ventilación mecánica. En octubre de 2006 solicitó ser sedada y desconectada del ventilador.

Nacida en 1955, parece que ya en la infancia, hacia los 11 años, comenzó a tener los primeros síntomas de su enfermedad, que fue progresando muy lentamente. Sin embargo, no fue hasta 1995, cumplidos ya los 40 años, cuando su padecimiento fue finalmente etiquetado como distrofia muscular progresiva. En los dos años siguientes, la progresión de la enfermedad se aceleró hasta desarrollar una atrofia espinal que produjo tetraparesia flácida e insuficiencia ventilatoria secundaria. A partir de enero de 1997 tenía una dependencia absoluta de la ventilación mecánica.

Entre 1997 y 2006, Inmaculada vivió en el hospital granadino de San Rafael. Presentó algunas complicaciones derivadas de su enfermedad, que fueron tratadas y resueltas satisfactoriamente. Su situación clínica era irreversible pero, en conjunto, estable, aunque siempre persistía una lenta evolución progresiva de pronóstico incierto. Tuvo varios cuadros depresivos que respondieron bien al tratamiento.

En 2006 la paciente presentaba una tetraparesia flácida que la mantenía encamada de forma permanente. Únicamente tenía movilidad distal de los dedos, que le permitía pasar las páginas de un libro y leer. Mantenía alimentación por vía oral, aunque precisaba que le dieran de comer. Tenía una capacidad fonatoria reducida, aunque suficiente para expresarse. Aunque al parecer, en estos diez años había expresado en alguna ocasión su deseo de que se le retirara el respirador, nunca lo había hecho de forma reiterada y firme. Pero el día 18 de octubre de 2006 Inmaculada solicitó a la dirección del Hospital San Rafael el permiso para dar una rueda de prensa y solicitar públicamente ser desconectada del respirador.

En la carta que leyó ante la prensa decía cosas como las siguientes: «Asumo mi enfermedad, pero no los métodos artificiales de alargarla de manera inútil, aumentando el dolor y desesperación que ya sufría, y que esperaba se acabara con una muerte natural»; «mi vida no tiene más sentido que el dolor, la angustia de ver que amanece un nuevo día para sufrir, esperar que alguien escuche, entienda y acabe con mi agonía»; «lo único que pido es la eutanasia; no es justo vivir así». Finalmente, el 14 de marzo de 2007 se produjo la desconexión de la paciente, tras haber sido adecuadamente sedada.

Y ya en 2007, antes del desenlace del caso Inmaculada Echevarría, la sociedad española tuvo que afrontar el suicidio de Madeleine Z., una mujer de 69 años con esclerosis lateral amiotrófica. Madeleine, miembro activo de la Asociación Derecho a Morir Dignamente, se suicidó el 12 de enero de 2007, el mismo día que 9 años antes lo hiciera Ramón Sampedro. Con la compañía de una amiga y dos voluntarios de la asociación Derecho a una Muerte Digna y tras ponerse unas gotas de su perfume favorito, tomó un helado con los fármacos indicados.