Pobreza infantil: el drama que no queremos ver

Según Save the Children, que se sostiene en el principal indicador europeo, uno de cada cuatro niños andaluces sufre pobreza severa. Esta ONG gestiona talleres educativos y lúdicos para que los niños crezcan siendo niños, con merienda incluida

09 abr 2018 / 19:42 h - Actualizado: 10 abr 2018 / 08:08 h.
"Sociedad","Pobreza","Infancia","Niños pobres en Andalucía"
  • Niños y monitoras, con algunas madres, participantes en el taller que Save the Children lleva a cabo en el Centro Social Los Carteros. / Reportaje gráfico: Txetxu Rubio
    Niños y monitoras, con algunas madres, participantes en el taller que Save the Children lleva a cabo en el Centro Social Los Carteros. / Reportaje gráfico: Txetxu Rubio
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Si a usted le hablan de pobreza infantil, es bastante probable que casi de forma irremediable su cabeza aterrice en el África subsahariana, en mitad de un poblado donde sobrevuela un helicóptero de ayuda humanitaria. Una escena tan vista en películas, documentales y hasta anuncios de televisión. También es posible que esté pensando en otro tipo de asentamiento, más urbano, donde niños descalzos dan patadas a una pelota de trapo entre favelas o chabolas, en suburbios encorsetados por edificios infinitos. Sin ir más lejos, incluso se le viene al intelecto El Vacie, en la mismísima Sevilla, ergo ahí al lado, donde desde hace bastantes décadas –se le trata de asentamiento chabolista más antiguo de Europa- malviven casi un millar de personas en las más precarias condiciones. Pero el asunto es aún peor. Porque la pobreza infantil es mucho menos que eso, tratándose los ejemplos anteriores de circunstancias extremas. Porque un niño pobre puede vivir en su mismo edificio, o en su barrio o pueblo, a la vuelta de la esquina.

Tanto es así que se puede llegar al caso que hasta piense que usted ha sido ese niño sin recursos del que hablamos. O quizás, alguien de su entorno más cercano. Porque según los baremos de la ONU, basados en la Declaración Internacional de los Derechos del Niño, y que se ponen de relieve en el indicador europeo Arope, se determinan factores clave para determinar la exclusión social, como son la intensidad del empleo y la carencia o privación material. El primer estadio generalmente conlleva al segundo, que de forma tangible se identifica con hitos clave que definen este rango de pobreza infantil. Hablamos de aquellas familias con niños que no pueden asumir los costes de su vivienda, ya sea hipoteca o alquiler, que no tienen capacidad de afrontar gastos imprevistos ni logran mantener a una temperatura adecuada su inmueble durante los meses fríos. También se barema por la capacidad de comer carne o pescado cada dos días al menos, disfrutar de unos pocos días de vacaciones fuera del entorno habitual al año, como puede ser una semana y disponer de bienes que se consideran elementales para el desarrollo en sociedad, como una lavadora, televisión a color, teléfono o un coche. Según el informe Arope, al que se suscriben las entidades sin ánimo de lucro que pelean contra la desigualdad infantil, no ser capaz de asumir cuatro de los ejemplos anteriores ya es indicativo de pobreza severa, el paso más grave hasta el que se llega desde la pobreza relativa, que estaría presente si no se cumple alguno de los hitos referidos.

Así pues, tal es la incidencia de esta merma de condiciones, muy presente en la civilización occidental, que los porcentajes de niños pobres crecen exponencialmente cuando los baremos de lo que es y no es pobreza se aplican en las ciudades del llamado primer mundo. Por eso, una de las organizaciones no gubernamentales más incidentes en la cooperación en favor de la infancia, Save the Children, cifra en un 44 por ciento los niños andaluces en riesgo de exclusión. Estos datos, que los gobiernos no suelen acoger como válidos al aplicar otros parámetros, se revelan más crudos en la región si hablamos de pobreza infantil severa: casi uno de cada cuatro niños andaluces la sufre, un 22,6 por ciento de la población menor de edad de la autonomía. La media nacional, aunque ligeramente inferior, confirma que estamos ante un problema de Estado, generalmente soterrado bajo una agenda política y social que lo ignora.

«Ahora ya se habla más de pobreza infantil en España, pero antes de la crisis apenas se decía nada», explica Javier Cuenca, responsable de Save the Children en Andalucía, que ironiza al respecto de la recuperación económica: «La crisis de las familias sigue, ahí no afectan esos números de crecimiento macroeconómicos que nos venden, y además, las políticas sociales no están dirigidas a la pobreza infantil», asevera. «El último ejemplo es que cuando Ciudadanos firmó el acuerdo de investidura de Rajoy con el PP, se decía que dedicarían 1.400 millones de euros a la lucha contra la pobreza infantil, pero ahora se acaban de presentar el proyecto de presupuesto y la cantidad es mucho menor, apenas de 170 millones», achaca Cuenca, que coordina las acción de esta fundación en pro de la infancia al sur de Despeñaperros.

Talleres para la sonrisa

La labor regional de Save the Children, que tiene ramificaciones por todo el planeta y realiza campañas globales en países subdesarrollados, tiene además de una vertiente de presión y reclamación ante la sociedad y sus poderes fácticos, otra pata de aplicación directa de su trabajo, en forma de talleres dirigidos a los niños que bien están en riesgo de exclusión o han sobrepasado el umbral de la pobreza severa. En la visita a uno de estos talleres se descubre de primera mano la dedicación del organismo, que apuesta por dotar a la infancia de alternativa educativa y lúdica, incluso nutricional, ya que esta acción desarrollada en distintos puntos de Sevilla y provincia ofrece refuerzo escolar, organiza actividades de ocio y hasta les da de merendar.

Esa es la idea que aguarda en la visita al Centro Social de San Jerónimo-Los Carteros, un local de titularidad municipal que el consistorio cede a la ONG para el desarrollo sus acciones de lucha contra la pobreza infantil. Se trata de un inmueble pequeño, aunque convenientemente condicionado para que más de una veintena de niños de entre seis y 17 años acudan cada tarde para hacer los deberes y recibir atención exacta para sus estudios, así como participar en actividades de ocio y de valores junto a chicos y chicas de su edad.

Con motivo de este reportaje, tres madres se prestan para contar su particular visión de la iniciativa, además de narrar experiencias personales que en esta tripleta de casos tiene un común denominador: son mujeres víctimas de malos tratos que han caído en la exclusión social –y con ellas sus hijos– al dar el valiente paso de abandonar el hogar, y al maltratador que lo convertía en un infierno. Elisa es madre de dos niños de 12 y 14 años y narra, con desasosiego, cómo de negras se las ve cada mes para salir adelante. «Pides un salario social, que tarda unos meses no en llegar, sino en recibir la confirmación de que te lo darán, y todos esos meses estás sin ingresos, tirando con ayudas familiares. Pero si consigues un trabajo, precario, de apenas cuatro horas al día, ya no recibes ese salario social...», se lamenta.

Un clamor que comparte Carmen, también vecina del barrio y con un niño de 15 años, usuario de los talleres: «Cómo vives, comes, la ropa... además, esta situación te llega de repente», cuenta, haciendo hincapié en que su caso era el de una familia acomodada que de puertas para adentro escondía el terror de la violencia de género, «hasta que hace unos años di un paso al frente, aunque la situación ahora es muy difícil de afrontar». El tercero de los casos, como se ha referido, también cuenta su experiencia desde una óptica de violencia doméstica: «Vivía en Madrid y si no me escapaba de casa mi marido podría haberme matado». Sin revelar su nombre, esta mujer que finalizó su huida asentándose en Sevilla con sus tres hijas de entre siete y nueve años, se emociona cuando narra las circunstancias en las que vive, que nunca llegó a imaginar. «Sobrevivimos las cuatro aquí en Sevilla con la RAI -renta activa de inserción– que es de 430 euros», cuenta, al tiempo que elogia los servicios por la infancia de Save the Children: «Veo que mis hijas aprenden, mejoran en el colegio y además tienen la mente ocupada. Aunque parezca egoísta, por las tardes mientras ellas están aquí en el taller, yo aprovecho a ver si puedo encontrar trabajo para salir de esto».

Lo que cuentan las madres difiere con lo que se aprecia en la visita. La angustia y la desazón se nota en las progenitoras, encargadas de ingeniárselas para pagar las facturas y llenar el frigo. Mientras, los niños –alguno adolescente– pasan la tarde entre actividades, denotando diversión, con sonrisas. Pero lo primero es hacer los deberes, así como otras tareas de refuerzo educativo. «Nos coordinamos con el centro para hacerles seguimiento», dice Cuenca, el responsable de Save the Children en Andalucía. El objetivo no es otro que evitar el fracaso escolar y apoyar para que a través de la formación, el niño no acuse en un futuro la pobreza que ha sufrido en la edad infantil. El desarrollo lúdico es otra de las funciones básicas, porque como bien dice la Declaración Universal de los Derechos del Niño, la diversión es un bien innegociable para el crecimiento. «Tienen que subir su autoestima, ser niños», asevera Cuenca. En este sentido, organizan actividades al aire libre y sobre todo, excursiones. «Mi hijo no puede ir a las excursiones con el colegio porque no puedo pagarlas, así que las valoramos mucho», cuenta Carmen.

En la sala principal del Centro Social de Los Carteros hay algarabía. Una veintena de escolares se dispersan por la estancia, los más pequeños, en una mesa central, donde dibujan, aleccionados por las monitoras del taller. A los lados, los más grandes, que estudian o hacen tareas con un ordenador. Todos meriendan: sándwiches, fruta y zumo. Gritan, juegan y aprenden, dejándose llevar por el espíritu de lo que son, apenas unos niños que poca culpan tienen de la pobreza que sufren. Pero en el 2018, uno de cada cuatro niños en España, es pobre. Para que luego digan, los mismos de siempre, una y otra vez, que esta es una sociedad avanzada.


Una labor que llega a más de 700 niños andaluces


Marián Rivas esboza una sonrisa cuando el periodista le pregunta por lo más gratificante de su trabajo. Ella es coordinadora del área de acción social de Save the Children en Sevilla y una de las personas que cada tarde comparte las actividades con los pequeños. «Son muy agradecidos, también los padres, pero ellos son especiales. Personalmente, además de gratificarme el cariño, valoro mucho cuando se notan avances en el rendimiento escolar», narra con un brillo especial en los ojos, prueba evidente de estar haciendo lo que le gusta. «Además no paramos ni en verano, que aprovechamos para llevar a los pequeños a la piscina y a un campamento», añade.

El de Los Carteros es uno de los puntos donde esta fundación pro infancia desarrolla sus actividades, que no son pocas. Gracias al programa CaixaProinfancia están presentes en distintos lugares de la capital andaluza, así como en localidades: Palmete, Torreblanca, Tiro de Línea, Bermejales, Bellavista o San Pablo y en la provincia en Olivares, Isla Mayor, La Algaba y Almensilla. Además, disponen de programas propios –también en Cádiz y Málaga– que realiza estas labores en otros puntos de la ciudad como Palmete, Polígono Sur, Cerro Amate y en la Zona Norte, como es el caso del Centro Social de Los Carteros. En total, son más de 700 niños los que a través de toda Andalucía se benefician de estos servicios.