«Podría hacer temazos comerciales a patadas, pero no es lo mío»

Con más de 25 años de andadura, el dúo formado por Zatu y Óscar ‘Acción’ Sánchez se halla en su mejor momento. ‘Redención’ es el título de su último y espléndido trabajo

19 ago 2018 / 07:00 h - Actualizado: 19 ago 2018 / 08:55 h.
"Música","El rap, de cultura a industria"
  • Óscar ‘Acción’ Sánchez y Zatu, el tándem de Sfdk, pioneros del hip hop sevillano. / El Correo
    Óscar ‘Acción’ Sánchez y Zatu, el tándem de Sfdk, pioneros del hip hop sevillano. / El Correo

44 años, de Pino Montano. Junto a Acción Sánchez, uno de los pioneros del hip hop hispalense con el dúo Sfdk. 25 años después, han sacado su mejor disco, Redención.

—¿Cómo ha cambiado Sfdk en este cuarto de siglo?

—La verdad, muy poco. La música está más pulida, las letras también, pero seguimos ensayando en el cuarto de Óscar... Empezamos haciéndolo cuando vivía con su madre, ahora en su casa, pero lo pasamos bien así. También seguimos queriendo que quien viaje con nosotros en la furgo no sea solo un trabajador, que haya armonía entre todos. Por lo demás, siempre hemos sabido quiénes somos, dónde no pegamos. Escucho lo que se hace hoy y me parece superfácil, podría hacer temazos comerciales en esa línea a patadas, los podría vender en bolsas, pero no es lo mío. —¿Y el propio hip hop, cuánto ha cambiado?

—Los raperos siguen siendo más o menos lo mismo, con sus luchas internas, su basureteo... En cuanto al rap, ahora todo el mundo lo escucha, lo hemos convertido en un género más. No hay festival que no tenga uno o varios raperos en su cartel.

—Ustedes pasaron de ser ridiculizados –aquella parodia de Martes y Trece– a ver cómo cualquier músico pop rapeaba. ¿Qué les sentó peor?

—Todo aquello lo vivimos con resquemor. Todavía no había en el rap una dimensión comercial, y lo vivíamos todo con mucho puritanismo. Había una lucha por posicionarnos y dejar de ser una broma. Nos dolía cuando en cualquier anuncio sonaba un rap mal hecho, «¡llamad a un rapero para eso!», nos indignábamos. Ahora escuchas a Alejandro Sanz, a Melendi, a cualquiera, todos meten algún fondo de reggaeton, pero qué más da. Eso se vive con sufrimiento cuando estás en la veintena, ahora entendemos que entra un estilo nuevo, lo adapta y lo utiliza. Y por qué no, eso pudo dar pie a que el oído se acostumbrara y más gente llegara al rap. Yo también empecé con Vanilla Ice, que era un rap comercial, y me llevó a algo más profundo.

—Para ustedes fue un revulsivo fichar por una conocida marca de cerveza para una campaña publicitaria. ¿Se lo han perdonado los más puristas del rap?

—Siempre ha sido así, estamos hechos para discutir. No hablo de los raperos solo, sino de las personas en general: está en nuestros genes. Por nuestra parte, solo podemos estar agradecidos a aquella campaña. Fue la polla, algo maravilloso que llegó en el momento justo. Venía en camino nuestro primer disco autoeditado y nos vino genial, porque estuvimos un año entero en la tele.

—Las conexiones con el hampa ya solo se ven en Estados Unidos, con esos raperos involucrados en tiroteos y muertes, ¿no?

—A baja escala, hay gente peligrosa en todas las ciudades, a todo el mundo le han dado alguna vez una torta. En mi barrio, en Pino Montano, después de unos años tranquilos siempre nace una pandillita de malhechores, pero nunca se llega a los extremos de Estados Unidos. Entre gente que se conoce siempre hay un límite, porque lo que hagas mal lo vas a pagar con creces. Por lo demás, a lo sumo encuentras celos, rencillas, el ego de los artistas... Cosas muy de la copla, o de estrellas del rock.

—Entre los pioneros del rap sevillano, al menos en los comienzos, había buena sintonía, nada que ver con esos egos agresivos. ¿Se ha echado a perder ese buen clima?

—Sigue habiendo buen rollo, si dos no se hablan por lo que sea, luego se arreglan o al menos no se pierden los amigos comunes. Por otro lado, nosotros tenemos cada década a alguien encima dando la vara, pero no echamos cuenta. Sabes que siempre va a haber alguien dispuesto a meterse contigo para hacerse un nombre, y sin embargo nunca hemos contestado a nadie. Básicamente tengo claro adónde voy, y aunque suene inmodesto, nunca he visto a la gente que se ha metido conmigo a mi altura. Si hablo de ti, quedas para la Historia; si no, en cuatro años desapareces.

—Tras la generación de los pioneros (Sfdk, Tote King, Juaninacka, Dogma Crew), hubo otra de «hermanos menores» muy pujante. ¿Dónde está hoy el relevo?

—No hay. Hay gente haciendo cosas en Madrid, o en Granada, como los gemelos Ayax y Prok... La peña del trap lo está petando, la escena sigue adelante, se moderniza, pero hace años que no salta ese tipo capaz de brillar con luz propia. Supongo que el peso de los grandes que siempre hemos estado ahí se hace notar: si sale alguien superdiferente, no va a tenerlo fácil, porque también hay un gusto superdefinido.

—¿Qué culpa de eso tiene también el hundimiento de la industria? Al menos cuando llegó la debacle, ustedes estaban consolidados...

—Sí, a nosotros nos siguió yendo bien, pero es verdad que todo cambió en muy poco tiempo. Los chavales tiraban por otro lado, y al que ese cambio cogió a contrapié, perdió el hilo. Por suerte, nosotros no hemos sido nunca de cerrar puertas. Algo parecido sucedió con los soportes, todos nuestros referentes estaban en vinilo, y llegó el CD. Pues bien, hacemos CDs, y cuando llega el digital también lo hago en digital, pero las herramientas viejas no dejamos de usarlas. Lo cierto es que muchos no vieron venir todo lo que iba a cambiar esto.

—¿También en el plano estrictamente musical?

—Cuando estábamos haciendo Mala Juntera, esos chavales nuevos empezaron a hacer ruido y no lo veían. Recuerdo haber dicho: «Quillo, será una mierda, pero esta gente está aquí ya». Si todo el mundo escuchaba eso, por algo sería. Y si tú no sabes qué es, no vas a saber comunicarte con la gente nueva. Y así fue al poco tiempo: nos pasaron por el lado.

—Cuando el disco se hundió, al menos quedaba el refugio del directo...

—Siempre ha sido mi fuerte. Vamos a los festivales y ya competimos con las bandas potentes. Mucha gente que se enganchó en 2008 a aquel disco nuestro, si está en un festival en el que actuamos, viene a vernos. Somos garantía de buen directo.

—Y América, ¿sigue siendo una reserva de seguidores fieles, o también eso va cambiando con el tiempo?

—Va variando, como todo. Unos años va mejor en unos países, otros en otros. Ahora mismo en Argentina hay una buena escena, también están siempre México, Chile... Quedan otros países por explorar, pero en general estoy orgulloso no solo del rap, sino de cómo se ha ido abriendo camino el idioma. recuerdo que en 2005, en Nueva York, oí en las noticias latinas que a una madre le querían quitar la custodia de sus hijos porque no hablaba inglés, y ahora los yanquis tienen que llamar a uno de Puerto Rico para que un disco funcione.

—Y el acento andaluz, ¿ha sido un hándicap, o les ha abierto puertas?

—Yo creo que ha provocado más atracción que rechazo. El andaluz suele caer en gracia, si no eres el típico pesado. Siempre ves el hueco para meter una broma entre tres frases. Además, cuando me quité la traba del acento, además de la comodidad, me di cuenta de que había un diccionario nuevo.

—¿Sigue pasándolo mal antes de los conciertos?

—Ya no, es curioso, desde el 2005 o el 2006 se me quitó aquello. Ahora lo paso mal el día antes de salir, haciendo la maleta, pero al escenario voy afianzado, seguro.

—¿Y ahora?

—De momento, a girar y a montar nuestro estudio. Lo hemos pasado muy bien con este disco y necesitamos seguir haciendo música y colgarla la misma noche. Creo que Redención ha sido luz para el gremio, la prueba de que se puede hacer sin dejar de ser.