Quillo, qué te quiero

Gente a más no poder en una jornada excesiva y brillante en la que las casetas de la Feria se llenaron con los abrazos de quienes no se veían desde el año pasado

18 abr 2018 / 21:17 h - Actualizado: 18 abr 2018 / 21:51 h.
"Feria de Abril","Feria de Abril 2018"
  • El paseo en familia en coche de caballos, una de las estampas más clásicas de la Feria de Abril de Sevilla. Aunque sea con sombrillas orientales. / Fotos: Jesús Barrera
    El paseo en familia en coche de caballos, una de las estampas más clásicas de la Feria de Abril de Sevilla. Aunque sea con sombrillas orientales. / Fotos: Jesús Barrera

¿Es mentira, quizá? La Feria, sin amor, no hay quien la soporte. Esta frase debería haber ido al final de la crónica, en plan moraleja y eso, para dejar al lector pensativo, o comoquiera que se quede uno después de leer El Correo (¿estupefacto? ¿Mudo, absorto y de rodillas, en plan Bécquer? ¿Impertérrito tal vez?). Pero no sería muy profesional dejar para lo último la gran realidad de todo este tinglado entrañable, desmadrado, revelador y tramposo llamado Feria de Abril de Sevilla. El común de los periodistas, puestos en el compromiso de contar lo que ha pasado, hablan del calor, de los caballistas, de las flamencas y demás chorradas de molde, pensando que con esas pinceladas mil veces repetidas tienen hecho el retrato de esa fiesta absurda, y a otra cosa mariposa. Pero la gran verdad y la gran trola (y la gran explicación, al mismo tiempo) de este invento único que da la vuelta al mundo con toda la razón se resume en cuatro palabras: Quillo, qué te quiero. Y para decirlas, claro está, hay que beber. Quien comprende esto, ha comprendido de qué va Sevilla para los restos. Ya le pueden dar un máster de esos. Pongamos que hablo de Madrid.

Una vez más, la Feria fue hoy miércoles un enorme campo de batalla para el desahogo de pasiones heridas, juramentos de cariño y afectos atrasados. Un amigo leonés, que hace pocos años presenció por primera vez este acontecimiento abrileño sin dar crédito a lo que veía, tiene por costumbre decir –con más razón que un santo– que la Feria es lo que inventaron los sevillanos para no tener que invitar a la gente a su casa. Aunque se quedó corto: la Feria es lo que inventaron los sevillanos para poder olvidarse de sus amigos el resto del año sin cargo de conciencia.

Dicho lo cual, comienza la crónica: a un cochero con chistera y pantalón blanco ajustado, como de irse a Ascott tan pronto como cierren las casetas, le brilla la piel detrás de la oreja: es un chorrito de sudor que le cae desde la sien hasta el hoyuelo de la barbilla. Como profesional que es de la cosa, no hace nada por revelarlo, sino que permanece enhiesto en el pescante, como si nada, bajo las puñaladas mortales del sol de la tarde. Su caballo de pintitas, o como se llamen esos caballos que parece que los han pintado con gotelé, mantiene la misma actitud. Es una postal viviente en medio de la turbamulta que se lleva apoderando de las calles toreras desde las dos de la tarde sin que se le vea el fin al asunto, porque son las seis y sigue entrando el personal. Es que es fiesta, dice la gente. Claro. ¿Y cuándo no es Viernes Santo en esta ciudad? Lo más bonito, sin comparación, son los abrazos. Hay una Feria de Abril típica y tópica que se cuenta desde la calle, y que lleva las palabras clavel, albero y carruaje, pero hay otra más cierta aún que es la ceremonia que oficia el alcohol bajo los toldos de rayas cuando dos que no se veían desde la Feria anterior se saludan como si no hubieran estado pensando en otra cosa desde el 6 de mayo de 2017. Quillo, qué te quiero. Se abrazan, se secan el sudor de la nuca el uno al otro y se miran a los ojos con esa hondura de quien ha perdido por completo el decoro y la capacidad de fijar la vista. No se escuchan, porque la mente les patina, pero se sonríen y se prometen cosas y preguntan por la familia. Y en esos arrebatos esponjosos es donde Sevilla despliega su cola de pavo real. En semejante estado etílico, uno se fija en el caballo tieso del tipo de la chistera y se da cuenta de que mira hacia el suelo, indiferente. Ojalá los caballos se abrazaran de un año para otro. Qué de tiempo perdido, el de quien vive sin decir te quiero.

Antes de acabar, cuatro apuntes:

Albert Rivera por doquier

El presidente de Ciudadanos estuvo en la SER, en el Ayuntamiento, en Asaja, y puede que en ochocientas casetas más. Sin la menor duda, fue la gran atracción humana de la jornada festiva. Simpático y eficiente en sus movimientos, no dijo que no a un solo selfie y soltó su repertorio de pe a pa con una naturalidad desconcertante. Parecía de Sevilla.

Adiós a las chaquetas

El clásico qué me pongo para ir a la Feria ha dejado paso al qué me quito. Hoy, la gente iba sin chaqueta, sin corbata y en ropa cómoda. Vale que hacía un poco de calor, pero no tanto como para prescindir de la mínima etiqueta. Se echaba de menos por allí un poco más de elegancia en la vestimenta. Y por cierto: la mitad de flamencas que el día anterior

El vídeo del día

Se lo enseñaban unos a otros en plan que me aspen: una señora con traje de volantes bailando en la tarima de una caseta, y de pronto se coloca unas rodilleras y se pone a arrastrarse por el suelo y a bailar de rodillas, cuando no a tirarse por allí en plan maja vestida y a hacer el ángel en el suelo. Todo muy triste, sí. Internet.

¿Y los farolillos?

Vale que haya llovido, y vale que vaya a llover, pero la Feria de Abril está feísima sin farolillos, y hoy se presentaba de semejante guisa, que es como decir en mangas de camisa, en plan informal. Craso error, señores munícipes.