Trabajar con la punta de lanza del Ejército del Aire

La instalación militar acoge a cerca de 3.000 trabajadores, la mitad pertenece al Ala 11, donde el personal se encarga de las tareas de vuelo, como de sostenimiento y de administración

María Montiel marmondua /
28 ene 2018 / 21:07 h - Actualizado: 29 ene 2018 / 08:34 h.
"Base de Morón"
  • El capitán Rubén Lemus en la sala de vestuario antes del vuelo. / El Correo
    El capitán Rubén Lemus en la sala de vestuario antes del vuelo. / El Correo
  • El soldado Miguel Gutiérrez y el cabo Juan Antonio Ramírez en la sección de bomberos de la base aérea. / El Correo
    El soldado Miguel Gutiérrez y el cabo Juan Antonio Ramírez en la sección de bomberos de la base aérea. / El Correo
  • El sargento primero Portela en el campo de entrenamiento de la sección cinológica. / El Correo
    El sargento primero Portela en el campo de entrenamiento de la sección cinológica. / El Correo

Situada estratégicamente en la provincia de Sevilla, la base aérea de Morón de la Frontera acoge en sus instalaciones a casi 3.000 trabajadores entre los diferentes departamentos. Para poder cumplir con sus misiones, el Ala 11 cuenta con casi 1.500 personas, bajo el mando del coronel Carlos Pérez Martínez, entre oficiales, suboficiales, tropa y personal civil, encargadas de llevar a cabo tanto las tareas de vuelo, como de sostenimiento y de administración. A esto se suma el personal del Seada (Sección de Apoyo al Despliegue Aéreo), el destacamento del Servicio de Vigilancia Aduanera, la Unidad Militar de Emergencia así como el personal estadounidense. Todos ellos conviven en esta extensa instalación situada a poco más de 50 kilómetros de Sevilla.

Con tan solo 34 años, el capitán del Ejército del Aire, Rubén Lemus, llegó a la base en junio del 2017 con un objetivo en mente: volar el Eurofighter, «punta de lanza» del Ejército del Aire. Este madrileño, quien desde pequeño soñaba con tripular un caza, vive en Utrera, donde llegó desde Badajoz –donde trabajaba como instructor del F5– para ejercer como piloto militar en el Ala 11.

Lo natural dentro de su carrera profesional hubiese sido volver a Torrejón. Sin embargo, Morón es un destino ansiado por aquellos que se dedican a esta profesión. Asegura que hay mucho mito detrás de los pilotos militares, principalmente por la idealización cinematográfica de la profesión, sin embargo, «se tiene una gran responsabilidad y presión en la hora y media que duran los vuelos».

A pesar de la densa mañana de niebla está preparando una misión de entrenamiento «uno contra uno». Una rutina de vuelo que se combina con la parte administrativa. Reconoce que es una profesión totalmente vocacional ya que es un «vuelo muy exigente. No es de placer».

Lleva doce años volando y afirma no tener miedo ya que «es igual que conducir. Cuando ves un accidente te das cuenta de que es una profesión de riesgo pero, en el día a día, es como si cogieras el coche para ir al trabajo».

Y aunque para algunos es una profesión con la que soñaban desde pequeños, otros han llegado hasta la base de manera totalmente improvisada. Es lo que le ocurría al cabo Juan Antonio Ramírez, bombero en la base desde el año 2003.

Siempre ha tenido de referencia la instalación militar, sin embargo, este moronense se decantó por la filología inglesa en sus estudios. En un principio, «el tiempo que me dejaba para seguir estudiando fue mi primera motivación, pero ahora es algo que me gusta» relata este bombero que vive en Arahal y quien también ejerce como auxiliar veterinario en una clínica de su familia. La primera hora la destinan al briefing, para pasar posteriormente a la revisión de vehículos y el arranque o repostaje de los aviones. Una misión que se centra en «permanecer atento todo lo que ocurra en la zona de vuelo o cualquier emergencia dentro de la base».

Junto a él, esta mañana se encuentra el soldado Miguel Gutiérrez quien lleva diez años en la base aunque sigue opositando para bombero civil. Precisamente el «enriquecimiento personal así como un paso previo para las oposiciones» fue lo que le llevó a la base, donde han vivido nocheviejas, Reyes u otras fiestas. Y aunque reconocen que «es algo triste, tienes que estar por si pasa algo».

La recompensa es grande cuando «logran salvar a alguien pero la parte negativa es en el momento que tienes que ir a algún accidente con pérdida de vida humana». No obstante, Juan Antonio recalca que «gracias a mi formación pude salvar una vida en un accidente en la calle».

En este engranaje militar, parte muy importante son los mecánicos que permanecen atentos a los aviones que sobrevuelan la comarca. El sargento primero Carchadiña lleva en Morón desde que salió de la academia en 2007. Este sevillano mecánico de línea de vuelo de Eurofighter se decantaba por esta base, en parte, por la cercanía con su lugar de origen.

Tras la formación general en la academia, luego «me he formado específicamente en este avión». Su día a día pasa por realizar la inspección prevuelo al avión así como estar en el servicio de alarma 24 horas cada cierto tiempo. Para él, dentro del ejército del aire es la especialidad que «está más en contacto con el avión, y el Eurofighter es la punta de lanza del ejército del aire» relata el sargento quien, alguna que otra vez, se ha encontrado el «impacto de pájaro» en sus revisiones. Dependiendo del daño que ocasione, el caza es «derivado a un escalón u otro».

Por su lado, el sargento primero Portela, jefe de la sección cinológica, llegó a Morón en 2009 y, desde entonces su vida aquí pasa por ocuparse de los perros destinados a «la seguridad así como detección de explosivos». Aunque le tenía respeto, poco a poco se ha ido formando en instructor de guía canino.

Portela se afana en adecentar a los perros ya que, a media mañana, tiene una visita escolar, que recibe uno o dos días en semana. Cuida de dos perros de explosivos y diez de seguridad y combate, antiguos perros de vigilancia, en un departamento totalmente adaptado para los canes.

En vuelos con pasajeros tienen que revisar minuciosamente el avión antes de partir hacia su destino. Un registro que, en ocasiones, ha generado alguna que otra anécdota como cuando «una perra se sentó y dio positivo. Creíamos que era explosivo y hubo que parar todo. Sin embargo, la mostaza de un bocadillo hizo activar todo el dispositivo ya que el olor es algo parecido».

Por su lado, Juan José García comenzó a escuchar rumores de trabajo en los años 50. Tras una recomendación de su maestro de música se puso a estudiar inglés y fue precisamente el idioma lo que le posibilitó entrar a trabajar como civil en la parte americana de la base. Su primer trabajo fue como mozo de almacén aunque, posteriormente, sus conocimientos con la lengua le permitieron ascender a traductor. Veinte años de servicio, le dan para contar muchas anécdotas.

Los food truck, tan de moda actualmente, sorprendieron a Juan José con poco más de veinte años cuando «un autobús, que era restaurante portátil, despachaba por la mañana y por la tarde tanto comidas como cafés. Nosotros lo esperábamos a las puertas de nuestras dependencias». Lo que más le llamaba la atención es que «si salía el coronel se ponía a la cola como uno más. No era el primero en ser atendido». Eso junto a las asambleas que organizaban, haciendo que las decisiones fueran democráticas, sorprendieron a este moronense quien asegura que «en cierta manera yo viví la democracia antes de que llegase a España».

Las cosas han cambiado pero recuerda la parte americana de la base como un pueblo independiente «con campo de béisbol o bolera, algo totalmente desconocido para nosotros».