Morante se corona rey de la campaña
El diestro de La Puebla cuajó una actuación para el recuerdo y marcó un abismo con sus compañeros de terna en la segunda y última de la feria de Jerez
Morante de la Puebla. / Fotos: Mika Zarcas / Álvaro R. del Moral
Álvaro R. del Moral
Cuando le había pegado ocho o diez verónicas ya habíamos certificado que el viaje había merecido la pena. Fue sin anestesia, sacándose hasta la mismísima boca de riego al primer ‘juanpedro’ con la cintura rota y el alma al aire. La expresión desgarrada, rabiosamente barroca, de aquel ramillete de lances rompió la plaza y rasgó la tarde. Pero sólo había sido el principio. Ese primero ya anunció que no iba a mantener el fuelle después del primer puyazo pero Morante iba a torearlo con una sencilla belleza –el valor de lo natural- en una faena de exquisiteces en la que no faltaron algunas diabluras, aguafuertes sepias y esa responsabilizada actitud que ha convertido al diestro de La Puebla –con más de 40 años en el carnet- en el verdadero líder de esta segunda temporada del covid.
Pero aún no se había derramado el Guadalete. El cuarto fue una raspa al que hubo que sobar en la lidia. Morante supo esperarlo e incluso le obligó –muy metido en la brega- a tomar un segundo puyazo después de haber derribado en el primero. El diestro cigarrero volvió a arrebatarse en un par de lances en el quite. Lo mejor estaba por venir... El trasteo comenzó por ayudados, consintiendo una embestida remisa que no regalaba nada. Un molinete ligado al pase de la tortilla –que le salió bordado- marcó una frontera en un trasteo en el pintó postales antiguas antes de trazar, uno a uno, un maravilloso cuadro de muletazos naturales. Fue la frontera del arrebato definitivo en una labor apasionada, reveladora, emocionante... Más allá de la geometría del toreo latía una pasión, un concepto, hasta una vuelta a las fuentes y los fines del toreo. Pero aquello iba a más, a mucho más...
La faena se produjo, además, en ese momento mágico que precede al crepúsculo. Tampoco falló el pasodoble ‘La Concha flamenca’, maravillosa envoltura musical de una obra de creación subrayada por esas palmas por bulerías que habrían retumbado de otra forma con otro ambiente, en otras fechas. El toro, hay que recalcarlo, nunca se entregó de verdad en la muleta. El estado de gracia de Morante obró el milagro y ese estado de felicidad colectiva que sólo otorga el toreo. Un espadazo tendido y trasero bastó. Cayeron las orejas. En mayo le habrían dado el rabo.
A partir de ahí no hay mucho que contar por más que el marcador pueda dictar otra cosa. Manzanares se llevó, indiscutiblemente, el lote de la tarde. No llegó a entenderse con el segundo, que anunció su excelente tranco en los buenos capotazos de salida y en el segundo tercio después de ser magníficamente banderilleado por Duarte. Sumido en un mar de pausas, cuando se decidió a meterle mano era demasiado tarde más allá de un puñado de muletazos aislados. La misma canción se iba a repetir con el buen quinto, muy bien lidiado por Duarte y banderilleado por Mambrú. Un largo sobo precedió a un mazo de naturales de seda sin llegar a cuajar la excelencia del enemigo. El volapié de libro, eso sí, validó el trofeo.
El tercero en discordia era Pablo Aguado que se llevó la bola negra del sorteo. Al tercero, eso sí, le pegó unas cuantas lapas y un quite alado por el mejor palo de Chicuelo antes de comprobar que la cosa no iba a trascender en la muleta. Con el toro aplomado y la gente impacientándose tocaba irse a por la espada. Salió sinceramente enfadado a lidiar al sexto, repitiendo idéntica larga cambiada en el tercio con el titular y el sobrero que le sustituyó. A pesar de sus esfuerzos –a veces hay que romper la baraja- no iba a ser posible. El toro dijo nones y cerró la tarde. La gente ya sólo hablaba de Morante.
Ficha del festejo
Ganado: Se lidiaron seis toros de Juan Pedro Domecq, incluyendo el sobrero que hizo sexto. Hubo un lote más que notable formado por segundo –que quizá duró poco- y el enclasado quinto, al que se le dio una vuelta al ruedo que nadie había pedido. Al primero, noblón, le faltó alma y contenido. Fue deslucido y aplomando el tercero; remiso el cuarto y reservón el sexto. La presentación muy desigual.
Matadores: Morante de la Puebla, de verde billar y oro, oreja y dos orejas
José María Manzanares, de corinto y oro, ovación y dos orejas.
Pablo Aguado, de noche y plata, silencio y ovación.
Incidencias: la plaza casi colmó el aforo previsto de un 50%. Dentro de las cuadrillas destacaron, a pie y a caballo, los hombres de José María Manzanares. También brilló Iván García con el tercero.
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