Morante: sinfonía de otoño
El diestro de La Puebla vuelve a rendir la plaza de la Maestranza en una grandiosa actuación global que escaló su propia cumbre en la valerosa y expresionista faena al cuarto
Álvaro R. del Moral
Una, dos, tres, cuatro, cinco... La cuenta se perdió mientras un hombre vestido de manzana y oro desafiaba el tiempo lanceando al primero, un toro ofensivo y cornalón que rompió la tarde a la vez que la plaza, como una sola voz, jaleaba esas verónicas que convertían en poesía visual el vuelo de una tela, el viaje de una embestida y el encaje de un artista que no tiene techo. Fue la obertura de la grandiosa tarde de toros que brindó Morante de la Puebla, uno de los mejores toreros de nuestras vidas.
La cadencia, el temple y la sencilla naturalidad de esas verónicas ya se habían quedado grabadas en las retinas. Después de un feo puyazo, recetado muy trasero, el diestro cigarrero volvió por el mismo palo cerrando con dos medias de clamor. Entró en su turno Ortega, con lances bellísimos; un punto hechos. El toro tenía cositas buenas pero también andaba perdiendo gas como una gaseosa abierta. Abrió por ayudados, dibujó un natural aquí, otro de pecho allí pero el animal ya había dado todo lo que tenía por más que Morante buscara el encuentro y la reunión e hiciera promesas de profundidad. Un pectoral inmenso marcó esa declaración de intenciones pero la cosa, definitivamente, iba a menos...
¿Había quedado ahí todo? La gente se puso de uñas a la salida del cuarto, que llegó a poner en muchos apuros al diestro de La Puebla cuando trataba de pararlo. El personal quería adivinar no sé qué cojeras, problemas de vista, qué sé yo... El palco acertó al mantenerlo en el ruedo y José Antonio anunció que venía dispuesto a torearlo en tres chicuelinas aladas, casi insinuadas, en las que tuvo que aguantar dos coladas de escalofrío. No le echaron demasiada cuenta, enfrascados en los gritos y la traumatología. Pero todo iba a cambiar...
Los ayudados por alto y por bajo con los que inició la faena empezaron a marcar la altura de lo que iba a pasar. Pero no era un toro fácil; nunca iba a regalar nada. Había que tirar la moneda, jugársela de verdad, apostar al todo o nada... Así lo supo ver Morante, hundido y espatarrado, entregado a todo trapo en una faena expresionista en la que mezcló lírica y épica. Los muletazos surgían como un desgarro del alma, extraídos uno a uno mientras el público, olvidados de taras y cojeras, rugía y berreaba dando rango de acontecimiento a la labor del torero.
Para él no era aún suficiente. Se echó la muleta a la mano izquierda jugándose la vida sin darse importancia. La expresión ganaba a la perfección mientras se cruzaba, entregado al límite mezclando cadencia y heroicidad. Pidió la espada, cayeron sombreros al ruedo... La espada se atascó en los primeros viajes y quedó enterrada a la tercera. Le dieron una oreja. Era lo de menos. Habíamos asistido a un auténtico acontecimiento.
A partir de ahí... ¿Qué quieren que contemos del resto de la tarde? Juan Ortega manejó un lote sin demasiadas posibilidades para mostrar su momento ascendente. El segundo, serio y astracanado, sólo le permitió dibujar un lance allí, una larga acá... Fue un animal blando y sin alma, de nula raza, con el que esbozó uno de sus majestuosos inicios de faena. Pero por más que se encajó y se puso no había enemigo. La misma canción se iba a repetir con el quinto, al que volvió a torear con gusto y clasicismo a la verónica. Al cambiar el tercio echó a mano al banderillero Jorge Fuentes, que salió con las taleguillas destrozadas y sólo un susto. El bicho se quedaba a medio viaje, sin emplearse, embistiendo con malos modales que chocaron con las bonitas formas del diestro sevillano que, desengañado, acabó marchándose a por la espada.
Tomás Rufo, que volvía a Sevilla después de abrir la Puerta del Príncipe en abril, estuvo muy cerca de puntuar con el tercero, un toro que no tuvo demasiada duración pero sí brindo veinte arrancadas con nervio, codicia y alegría que el joven matador toledano apuró con solvencia en dos tandas intensas y rítmicas pero también un punto mecánicas. La cosa empezó a cambiar cuando se echó la muleta a la mano izquierda y el toro, rajado y venido a menos, renunció a esa pelea. La impresión con el sexto, rumiando lo que había pasado antes con Morante, fue más desdibujada. Era el último toro bravo que lidiaba José Antonio Carretero, ese as de la plata que recibió el brindis de su matador y la ovación del público, en el que se contaban más foráneos que sevillanos. El trasteo resultó tan espeso como la embestida del toro de Matilla. De la retahíla de descabellos mejor nos olvidamos. Y que viva Morante.
Ficha del festejo
Ganado: Se lidiaron toros de Hermanos García Jiménez incluyendo el sexto, marcado con el hierro de Olga Jiménez. Bien presentados en líneas generales. Fue de más a menos el primero; blando y sin alma el segundo; duró poco y acabó manseando pero tuvo veinte arrancadas de nota el tercero; complejo y duro el cuarto; vacío el quinto; informal el sexto.
Matadores: Morante de la Puebla, de verde manzana y oro, ovación y oreja tras aviso
Juan Ortega, de tierra de siena y oro, silencio y silencio
Tomás Rufo, de ‘after eight’ y oro, ovación y silencio
Incidencias: la plaza registró dos tercios de entrada en tarde muy calurosa. Saludaron tras parear al tercero Sergio Blasco y Fernando Sánchez. Se retiró del toreo el banderillero José Antonio Carretero actuando a las órdenes de Tomás Rufo.
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