De la Cabalgata...y los toros

Los bordados toreros empleados por José Luis del Serranito para encarnar al rey Baltasar han servido para subrayar la antigua relación del mundillo taurino con el desfile de la ilusión

La Cabalgata del Ateneo partió desde 1919 y durante cuarenta años de la plaza de la Maestranza.

La Cabalgata del Ateneo partió desde 1919 y durante cuarenta años de la plaza de la Maestranza. / Álvaro R. del Moral

Álvaro R. del Moral

En la plaza de toros...

La Cabalgata de los Reyes Magos enhebra su propia historia con la del Ateneo de Sevilla. La Docta Casa, su implicación en la sociedad local, presta el antiguo e inimitable aliento a este empeño privado que, por tal, se aleja de la frialdad de otros desfiles similares organizados a golpe de presupuesto municipal, figurantes a sueldo y escasez de entusiasmo. Para qué vamos a darle más vueltas: la Cabalgata de Sevilla es otra cosa y lo es, entre otros condicionantes, porque sale de la ilusión y el bolsillo de unos protagonistas que dan lo mejor de sí mismos en una intensa y extensa jornada que marca sus vidas y la de sus íntimos.

A partir de ahí, convendría echar una mirada retrospectiva a la génesis de una celebración que ya cuenta con un siglo largo. La primera se celebró el 5 de enero de 1918, impulsada por el inolvidable ateneísta José María Izquierdo, el célebre Jacinto Ilusión. Aquel año partió desde el teatro San Fernando en la actual calle de Muñoz Olivé –incluyendo mulas y carretas de bueyes que aportaron conocidos ganaderos de la época, identificados con la fiesta desde el principio- pero desde 1919 y durante cuatro décadas el punto de salida de ese cortejo de ilusiones fue la plaza de la Real Maestranza de Sevilla. Ni que decir tiene que el gremio de las sedas y los oros siempre ha estado vinculado a la Cabalgata del Ateneo.

Del Litri a Dávila, pasando por Espartaco

La lista de reyes toreros la abrió el recordado diestro choquero Miguel Báez Litri en 1950, apenas tres meses después de su alternativa. Dos años más tarde le llegó el turno a Juan de Dios Pareja-Obregón y en 1955 al mismísimo Juan Belmonte. Sin salir de la década hay que incluir los nombres de Gregorio Sánchez, Jaime Ostos y Manolo Vázquez oficiando su hermano Pepe Luis el papel de Melchor en 1960. Diego Puerta salió en el 65 y dos años más tarde le tocó a Palomo Linares. El sanluqueño José Luis Parada hizo las veces en 1971; Curro Romero en el 74 caracterizado como Baltasar y Antonio Ordóñez en 1976. Con los 80, Espartaco certificó su fama saliendo en la cabalgata de 1987, cuatro meses antes de encerrarse en el coso maestrante con seis toros de Miura y año y medio después de su eclosión en gran figura a raíz de la celebérrima faena al toro ‘Facultades’ de Manolo González en la Feria de Abril de 1985. En 2013 le llegó su turno a Eduardo Dávila Miura...

Ojo que la lista es más larga: la cita del 5 de enero también ha contado con la participación del rejoneador Álvaro Domecq Romero, que salió en 1966 o los ganaderos José Luis de Pablo Romero, Javier Guardiola Domínguez, Eduardo Miura y Gabriel Rojas Fernández. Diodoro Canorea, el recordado empresario de la plaza de la Maestranza, desfiló encarnando a Melchor en 1982 aunque las galas reales de Oriente también fueron lucidas por dos tenientes de Hermano Mayor de la Real Maestranza de Sevilla como el conde de Peñaflor o Alfonso Guajardo-Fajardo.

Dos hombres y un destino

La implicación del gremio taurino es más amplia y parte –como dijimos- desde el mismísimo origen de una celebración que no habría sido la misma sin el aporte de monturas o yuntas de bueyes en sus primeros y más heroicos tiempos. El último capítulo de esa hermosa y larga simbiosis lo han firmado dos hombres entusiastas que no han tenido empacho ni complejo en proclamar su taurinismo. Ahí está ese heraldo de lujo –la simpatía cabalgando bajo un turbante- que desafió los elementos para franquear las puertas de Sevilla a toda una corte real. Se trataba del periodista José Manuel Peña que había incluido en sus ropajes orientales algunos discretos golpes de alamares toreros que no pasaron desapercibidos para los más detallistas. ¿Y por qué no?

Mucho más evidente fue la apuesta –afín a su personalidad- de José Luis Cabeza, el popular Serranito. Baltasares habrá... pero como tú ninguno. Serranito recamó de bordados toreros sus galas de mago de ilusiones sin importarle demasiado el qué dirán; tremoló un capote de paseo; regaló otro de brega al futbolista Joaquín... Ambos –Heraldo y Rey- cumplieron con entusiasmo sin renunciar a lo que son, a lo que quieren, a lo que sienten... Los que se la miden con regla no tardaron en asomarse al visillo para criticar esto o aquello en la insufrible escala de lo políticamente correcto. Pero al Peñita y el Serrano, que les quiten lo bailado.

El caso es que la marcha de Baltasar también sirve para espolear la maquinaria de la empresa Pagés. Con las ganaderías y las calendas de Morante encima de la mesa hay que poner en pie el entramado de la temporada 2024 en la plaza de la Maestranza. En un mes, día arriba o día abajo, tendremos los carteles en la calle y en menos de dos semanas, los encierros de La Puebla. Se lo contaremos...