Cuando una casa tiene dos puertas...

Juan José Padilla consiguió cortar las tres preceptivas orejas que le franqueaban la salida a hombros por el arco del Príncipe gracias al favor de un público triunfalista.

16 abr 2016 / 22:08 h - Actualizado: 16 abr 2016 / 23:18 h.
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  • Juan José Padilla sale por la Puerta del Príncipe. / Manuel Gómez
    Juan José Padilla sale por la Puerta del Príncipe. / Manuel Gómez

Casa con dos puertas mala es de guardar. Lo dice el inagotable refranero español. En la moderna protocolización de los premios taurinos se dio por bueno el cómputo necesario de tres trofeos para franquear la Puerta del Príncipe. Es una historia reciente en la que ya entraremos algún día pero el caso es que la absurda aritmética propicia que acontecimientos únicos y singulares -ahí están los más recientes y resonantes triunfos de Manuel Escribano y Morante de la Puebla- se queden en paseos por la gatera. En cambio, el espectáculo de ayer se vio saludado por una insólita salida a hombros por la puerta más famosa del toreo. Y la cosa traerá cola; mucha.

A la gente le va la marcha. Quedó claro desde antes de que se abriera el portón de cuadrillas. Pasaban de las seis y media cuando la megafonía tronó con tono solemne -el speaker parecía un hermano mayor ordenando la salida de la cruz de guía- que el festejo iba para delante. Había llovido mucho, muchísimo y la temprana retirada de la lona había dejado el ruedo lleno de charcos. Algunos banderilleros salieron, pisaron, otearon lo que venía de Huelva y aquello se inició casi a las siete de la tarde. Para entonces ya se mascaba ese particular ambiente que rodea estas galas de sábado, tan rentables para la empresa y tan alejadas del gusto del aficionado. Pero es que el desplome del abono ha desdibujado el mapa humano de la plaza y la llegada de la inevitable sabatina de presuntos mediáticos termina de fulminar cualquier rastro del carácter del coso.

Valga este largo introito para situar lo que vino después: Padilla cortó tres orejas a favor de parroquia que quiso premiar sendas actuaciones presididas por la entrega pero lejos, muy lejos de la alcurnia del escenario. Sevilla no parecía Sevilla. Se aplaudió lo bueno, lo correcto, lo regular y hasta lo pésimo. El personal tronaba en los tendidos, contagiado del irrefrenable entusiasmo del diestro jerezano, que se fue a portagayola en sus dos toros y, seguramente, dio lo mejor de sí mismo para agradar. No dejaron de corearle, animarle, piropearle. Tampoco importaron las dificultades que afrontó para banderillear al complejo animal que saltó en segundo lugar. Reservón, tardón, siempre a la espera, acabó medio rompiendo en la muleta, especialmente por el lado derecho, lo que aprovechó Padilla para montar su propia fiesta, matarlo con prontitud y cortar la primera oreja.

Pero el quinto iba a tener más alegría en el galope; una atractiva movilidad no exenta de algunos defectos que el veterano Ciclón de Jerez aprovechó desde las verónicas iniciales -seguramente lo más clásico de toda su labor- los tres pares trepidantes y la inenarrable faena que fue seguida por la parroquia en medio de un auténtico delirio que hacía frotarse los ojos a los escasos aficionados que se entreveraban en los tendidos que -todo hay que decirlo- estaban a rebosar a pesar del tiempo inclemente. A esas alturas ya se mascaba lo que estaba por llegar. Si el toro moría rápido se iban a pedir las dos orejas que el presidente Fernández-Figueroa concedió con pasmosa celeridad. La Puerta del Príncipe, la misma que se negó a otros por imperio de la aritmética, había quedado abierta.

Pero hubo más trofeos. La oreja de un buen sexto, seguramente el mejor del desigual encierro de Ricardo Gallardo que obtuvo El Fandi. La faena, animosa, no logró apurar por completo la calidad de ese ejemplar que sí tuvo un pero: se quiso rajar al final. Pero David había enardecido al público -que ya venía calentito de las dos orejas anteriores- en el fabuloso segundo tercio, el recibo capotero y en su capacidad para llenar toda la lidia.

Había manejado menos opciones con el tercero de una tarde que acabó en noche cerrada. Aunque lo banderilleó con el esplendor habitual, el animal llegó a la muleta tirando puñetazos por el pitón derecho -ahora le llaman soltar la cara- y vendiendo pocas embestidas por el izquierdo. El horrendo espadazo final terminó de enfriar los entusiasmos.

Dejamos para el final la decepcionante impresión que dio Finito de Córdoba. Masacró a sus dos toros en varas y se refugió en la compostura dedicándose a tirar líneas sin decidirse a echar ninguna moneda. Es verdad que tampoco tuvo colaboradores a modo pero la actitud en Sevilla debe ser otra.

FICHA TÉCNICA

Ganado: Se lidiaron seis toros de Fuente Ymbro, bien presentados y de juego desigual. Resultó flojo y de escaso recorrido el primero; informal, manso pero finalmente potable el segundo; deslucido el tercero; desinflado por exceso de castigo el cuarto; alegre y pronto, también distraído y sin humillar el quinto; y boyante pero algo rajado el que cerró la tarde.

Matadores: Finito de Córdoba, de betún y oro, silencio en ambos.

Juan José Padilla, de pavo y oro con remates negros, oreja y dos orejas. Salió a hombros por la Puerta del Príncipe.

David Fandila El Fandi, de Quinta Angustia y oro, silencio y oreja.

Incidencias: La plaza registró más de tres cuartos de entrada. Llovió antes del festejo y hubo que esperar casi media hora para restañar los desperfectos del ruedo.