Una cosa es la noticia y otra, la hermosa historia que esconde. La noticia es que la Hermandad de los Gitanos ha afrontado la restauración de una saya singular. Se confeccionó en base a un vestido de torear que había pertenecido Francisco Vega de los Reyes, Curro Puya, el primer Gitanillo de Triana. La prenda ya se encuentra en manos de los especialistas del Estudio Cyrta para abordar la necesaria restauración que revierta el preocupante deterioro que presenta la pieza.
El traje de torear había sido donado a la corporación de la Madrugada en 1945 por la madre de Curro Puya, Carmen de los Reyes, y fue el taller de Sobrinos de José Caro el encargado de montar una pieza que había sido manchada con la sangre del propio matador trianero. Esa la misma saya que vestía la Virgen de las Angustias en la mañana fría del primero de enero de 1950, hace ya 70 años, cuando fue trasladada a la reconstruida iglesia de San Román desde Santa Catalina. En la manigueta izquierda delantera de la parihuela figuraba José Vega de los Reyes, hermano del propio Gitanillo, que llegaría a ser hermano mayor de la cofradía penitencial entre 1954 y 1956.
Curro Puya –o Gitanillo de Triana- vestía ese precioso terno blanco y oro la tarde del 31 de mayo de 1931 en la vieja plaza de toros de Madrid. Fue cogido por ‘Fandanguero’, un toro de Graciliano Pérez Tabernero, que le enganchó durante la faena, infiriéndole dos cornadas. El animal se ensañó de una manera brutal con el diestro trianero sin que Marcial Lalanda –que acudió al quite- pudiera evitar la tragedia. El toro –tercero de aquella tarde en la que también actuaba Chicuelo- había corneado a Curro en la pierna izquierda y volvió a alcanzarle cuando lo arrojó a la arena. Conducido a la enfermería, Curro susurró a su mozo de espadas: “Este toro me ha desbaratado...” El primer parte hablaba de destrozos musculares en el muslo pero preocupaba más la segunda cornada que le rompía el hueso sacro y le arrancaba el nervio ciático.
Curro Puya fue trasladado aquella misma noche al sanatorio del doctor Crespo que unos días después –el 3 de junio- amortiguaba las esperanzas hablando de “eliminación de líquido cefalorraquídeo” y “peligro de presentación de meningoencefalitis que ensombrecería totalmente el pronóstico”. No se equivocó. La agonía del diestro gitano fue lenta, brutal, interminable... ingresado dos meses y medio en el sanatorio en medio de dolores espantosos. Antonio Conde, su fiel mozo de espadas, no se movió de su lado en todo ese tiempo. El final era irremediable pero se hizo esperar. El penúltimo día fue presa de un gran nerviosismo. La madrugada del 14 de agosto perdió el habla y la vista. “No veo” fueron sus últimas palabras. Se le estaba apagando la vida hasta expirar plácidamente a las siete de la mañana acompañado de sus padres y hermanos, algunos amigos y el fiel Conde. En San Jacinto vistieron a la Estrella de luto en plena Pascua Florida. Había muerto un torero que engrosaba la larga lista de bajas de la fecunda y sangrienta Edad de Plata.
Gitanillo había nacido el 23 de diciembre de 1904 en la antigua calle de la Verbena, hoy Rodrigo de Triana. Los Vega –o los Puya- eran una familia vinculada secularmente a la fragua y el cante pero fue Curro el primer torero de esta fecunda y longeva saga de artistas. Cuentan que el primer novillo que toreó se había escapado de un cerrado de Los Gordales –junto a la actual Feria de Abril- y había llegado hasta Triana. Pero la cosa iba en serio: debutó en San Fernando el 18 de mayo de 1924 y tres años después –el 28 de agosto de 1927- se convertía en matador de toros de manos de Rafael El Gallo en la plaza del Puerto de Santa María. El Divino Calvo sería el encargado de confirmarle el doctorado en el ruedo de la corte en presencia del mismísimo Juan Belmonte.
Curro ya era una figura en ciernes que se consagra en la primera fila del toreo entre las temporadas del 29 –año de la célebre Exposición Iberoamericana de Sevilla- y 1930. Los aficionados se habían enamorado especialmente de su deslumbrante capote. El primer Gitanillo es, por derecho propio, uno de los grandes de la historia en el toreo con el percal. A su verónica vertical, natural, templada y elegante -ejecutada con manos bajísimas- se la llamó “del minuto de silencio”. Gitanillo de Triana fue también su hermano Rafael, que abría el cartel de otra tarde nefasta: la del 28 de agosto de 1947 en Linares en la que cayó Manolete. Se vistió de luces su hermano José y su sobrino Francisco Moreno Vega, hijo de su hermana Pastora, el último Curro Puya y uno de los grandes del toreo de plata, fallecido en 2013.
No se puede hablar de la Edad de Plata, escenario de la vida taurina de Gitanillo de Triana, sin seguir el trágico rastro que deja la sangre de algunos toreros. Los públicos se habían tornado muy exigentes con los sucesores de los colosos. Se trataba de poner en práctica la revolución gallista y belmontina a un animal duro de patas, pleno de rusticidad, que aún no había sido seleccionado para los condicionantes del nuevo toreo.
Uno de los primeros en caer –dos años después de José- fue Varelito, que se encaró con los espectadores de la plaza de la Maestranza mientras era conducido a la enfermería. Le seguiría Granero, aquel torero violinista en el que muchos habían visto al sucesor natural de Gallito. Pero ‘Pocapena’, un toro de Veragua, le destrozó el cráneo en Madrid el mismo día –un 7 de mayo de 1922- que confirmaba la alternativa Marcial.
No es casual que Chicuelo hubiera sido el padrino de la confirmación de alternativa del malogrado y joven diestro valenciano un año antes. El genial pero frágil diestro de la Alameda de Hércules se iba a convertir en el transmisor del nuevo legado taurino que él bebe directamente de José y traslada, en un tiempo y unas circunstancias muy diferentes, a las manos del mismísimo Manolete para inaugurar una nueva era taurina.
Pero hay que seguir el rastro doloroso de aquella revolución: El valentísimo Manolo Litri –hermano del Litri de los 50- cae en Málaga en 1926 víctima de un toro de Guadalest en presencia de los Reyes; se trató de salvarle amputándole la pierna herida pero el final fue irremediable. Curro Puya, ese artista precoz que paraba el tiempo con el capote, cayó ese 31 de mayo de 1931. Quedaban sólo 3 años para que las astas de ‘Granadino’, el fatídico toro de Ayala, pusiera fin a la vida de Sánchez Mejías y sellara, de alguna manera, la propia Edad de Plata. Era el fin de una época.