Observatorio taurino

De Andrés Vázquez, El Capea y las elecciones de allá y de acá

La muerte del Brujo de Villalpando y la reaparición puntual del maestro charro nos sirven para evocar el profundo cambio sociológico que experimentó el toreo hace medio siglo

20 jun 2022 / 13:02 h - Actualizado: 20 jun 2022 / 13:06 h.
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  • Los nietos del Niño de la Capea le cortaron la coleta en la plaza de Guijuelo a punto de cumplir 70 años. Foto: @InfoMAPerera
    Los nietos del Niño de la Capea le cortaron la coleta en la plaza de Guijuelo a punto de cumplir 70 años. Foto: @InfoMAPerera

Ha pasado una nueva semana de toros, mientras se suceden ferias al amparo de santos, devociones y ese solsticio que nos pondrá en la puerta de un nuevo verano bajo la bendición de San Juan. Del Corpus a San Pedro seguirán abriéndose las plazas de toros reflejando en sus tendidos la larga crisis económica, social, también taurina... Tampoco ha faltado alguna noticia triste para este planeta de las sedas y los oros. Andrés Vázquez falleció en Benavente a punto de cumplir los 90 años de vida. El llamado Brujo de Villalpando encarnaba esa figura legendaria del ‘capa’ –forma parte de la propia mitología ibérica- que se redime a sí mismo pasando del polvo y la sangre de las talanqueras a la gloria de las plazas con palcos.

En realidad no lo lograron muchos. Ese universo casi perdido está magistralmente retratado en una novela fundamental: ‘Los clarines del miedo’, de Angel María de Lera. Pero al antiguo Nono –era su nombre de guerra en las capeas- la vida sí le dio esa oportunidad cuando ya se acercaba a la treintena y parecía abocado a dejar su juventud entre la miseria de las plazas de carros.

Nos interesa aún más el encaje de su figura en el tiempo y el espacio que le tocó vivir. Andrés Vázquez acabaría siendo un estandarte del profundo cambio sociológico que se operó en la plaza de Las Ventas en la bisagra de los años 60 y 70. Dentro de esa marea hay que unir la irrupción de otro nombre, el de Victorino Martín Andrés, que se aprovechó hábilmente de la espuma más demagógica de aquel tsunami para poner en el mapa a los antiguos ‘albaserradas’ que había ido comprando a la familia Escudero Calvo. Pero Victorino, perro viejo y astuto, tenía entre manos una gran ganadería además de una nítida hoja de ruta que le convirtió en uno de los genios de la crianza del toro bravo. Andrés Vázquez y el mal llamado paleto de Galapagar caminaron juntos en ese viaje que tuvo algunos efectos colaterales. No es momento de meterse en esas honduras más allá de honrar la memoria de aquel torero honesto que hizo de la plaza de Las Ventas su mejor castillo. Descanse en paz.

Lección magistral

En cualquier caso, la evocación del maestro zamorano y aquella desquiciante metamorfosis del embudo venteño nos ponen en bandeja la siguiente reflexión. La implantación del llamado toro del guarismo fue una consecuencia de aquel proceso pretendidamente regenerador del mundo taurino que tuvo su epicentro en la plaza de Madrid, espoleado por cierta prensa que se rasgó las vestiduras después de que Palomo Linares cortara el último rabo concedido en el Foro, el 22 de mayo de 1972. Era el punto de inflexión de muchas cosas. Ya lo escribimos en un Observatorio anterior. Se iniciaba así, de una forma u otra, una dura transición taurina que sólo culminaría con una fecha trágica: el 26 de septiembre de 1984 en la plaza de Pozoblanco, que estremeció al país de arriba abajo y marcó a toda una generación.

Los primeros cuatreños, marcados con el 9, se lidiaron en la temporada de 1973, año en el que un torero joven, el Niño de la Capea, encabezó el escalafón de los matadores de toros. Este mismo domingo, a punto de cumplir 70 años y medio siglo después de su doctorado, tuvo arrestos para reaparecer por una tarde, volver a vestirse de luces y dictar la última lección de su vida antes de que sus nietos le cortaran la coleta. Capea, que había tomado la alternativa el año anterior, fue uno de los rostros más reconocibles de aquella década incierta que no se libró de los vaivenes que sacudieron al propio país. En esos años nace, crece y se multiplica una valerosa generación de toreros. Hablamos de la plenitud de Paquirri –de alternativa más temprana- pero también de nombres como los de Ruiz Miguel, Dámaso González, José María Manzanares, Julio Robles, los hermanos Campuzano, Esplá... cerrando con Ojeda y Espartaco. Gloria a todos ellos.

Cosas de política

Nos despedimos ya, mojándonos en el fango político. Más allá de la victoria de Juanma Moreno, el estancamiento de VOX o la derrota inapelable del socialismo hay que celebrar con pompa y alharacas el arrinconamiento de la funesta extrema izquierda, dividida entre dos siglas olvidables. Dentro de su larguísima lista de fobias sostenibles, ecologistas, feministas e inclusivas está el toreo y todo lo que representa. Por cierto a los amiguetes de PACMA –esos que llaman asesinos a los aficionados en las puertas de las plazas con autorización gubernativa- les invitamos a beber agua. Cada vez cacarean más y tienen menos votos.

Pero no conviene relajarse. La Tauromaquia sigue cercada. Si saltamos el charco nos encontramos con la delirante situación de la Monumental de México, inhabilitada para dar toros por un juez prevaricador sin que sepamos hasta qué punto apena el asunto a la propiedad. En Colombia ha ganado las elecciones un antiguo guerrillero, el tal Gustavo Petro, que va a ir a por los toros. La Fiesta y sus valores se han convertido en víctimas propiciatorias de este pos marxismo que ya tiene las horas contadas en España. Hasta la semana que viene.