Diez minutos en el paraíso terrenal

Morante de la Puebla pulverizó cualquier quiniela cuajando la que ya es la faena de la Feria. El Juli, que resultó herido, y Roca Rey echaron toda la carne en el asador

15 abr 2016 / 23:33 h - Actualizado: 15 abr 2016 / 23:29 h.
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  • Morante de la Puebla torea con la izquierda al segundo de su lote. / Manuel Gómez
    Morante de la Puebla torea con la izquierda al segundo de su lote. / Manuel Gómez

Era la cuarta tarde, el octavo toro y ya no sé cuántas ferias. Pero Morante estaba a punto de marcharse de sus galas de abril sin conseguir pasar de las buenas sensaciones de las dos primeras funciones. En la tercera había sido imposible y, en honor a la verdad, tampoco le había embestido un toro para volver a enamorar a esa afición que le ha esperado dos largos años sin quebrar confianzas.

Y el milagro se produjo en forma de embestida dulce, enclasada, medida en el motor. La brindó el cuarto toro de Núñez del Cuvillo, un precioso ejemplar de pelo colorao con el que Morante no terminó de concretar algunos apuntes capoteros que sí remató con una preciosa media. No fue ni fú ni fá en el caballo pero la cosa se animó en las dos chicuelinas aladas que permitieron al diestro de la Puebla calibrar los bríos de su enemigo. Muy cerrado en tablas, inició la faena con el añejo cambio a muleta plegada -ecos de Antonio Bienvenida- antes de pasarlo por ayudados y romperse en dos o tres muletazos que parecían haber apurado toda la gasolina del animal...

Entonces surgió la obra con una serie excepcional que nos reconcilió con el toreo como caricia, expresión, delicadeza, sentido del ritmo, compás... podríamos seguir poniendo adjetivos al trasteo luminoso de Morante, que supo enhebrarse a la perfección a la dulce embestida del cuvillo para cincelar, una a una, las estrofas de su particular romance. Un farol sirvió de nexo con un mazo de naturales extraídos con el alma, sentidos con todo el cuerpo del diestro cigarrero que volvió a la mano derecha mientras la plaza rugía como una fiera despertada de un largo invierno. Un desarme fortuito rompió el palo de la muleta. Lejos de interrumpir el hilo de la faena, Morante tomó aquel trapo y se marcó una media verónica marchosa. Después llegaron naturales a pies juntos, la marimorena, la biblia en pasta, yo qué sé... José Antonio estaba sembrado y siguió expresándose, apurando la excelente clase de su enemigo al que mató, por fin, de una estocada entera de la que tardó en morir. Las dos orejas estaban cantadas antes de que tomara el acero. Con o sin la Puerta del Príncipe de las matemáticas -qué absurdo- se lo llevaron a hombros hasta el hotel arropado por el crepúsculo de abril.

Morante había tenido muy pocas opciones con el noble ejemplar melocotón que rompió plaza aunque sí le formó un lío -marca de la casa- manejando el percal. No tenía mala condición en la muleta pero después de sangrar mucho y mal en el caballo protestó en la muleta de puro flojo. Lo mejor, ya se lo hemos contado, estaba aún por llegar.

Pero la tarde, último cartel de auténticas campanillas de esta quincena de toros que mañana se clausura, tuvo otros argumentos de peso. En los corrillos se comentaba la tensión previa del festejo: el reto personal del propio Morante; el cetro de El Juli y el pronunciamiento juvenil de Roca Rey. Todos dieron lo mejor de sí mismos y Julián hasta recibió una cornada jugándose el tipo en una faena de gran maestro y torero valiente, extraña en el que ya nada tiene que demostrar. Nadie daba un duro por el quinto pero el diestro madrileño le hizo embestir a base de exposición, conocimiento y, sobre todo, sentido de la responsabilidad. Hizo ir al bicho por donde no quería ir y hasta le arrancó algunos naturales de bella factura apurando los terrenos hasta que el animal le echó mano corneándole en un glúteo y arrancándole el chaleco. La espada se atascó en los primeros viajes y voló la oreja maciza que se había ganado. También la había buscado con ahínco -algo acelerado- con el anovillado segundo, que metió una tremenda costalada al picador Diego Ortiz e hirió al caballo. El Juli no había venido de paseo.

Tampoco lo hizo el joven paladín de la terna. Que se apretó con sus dos enemigos en dos faenas de corte similar, algo desordenada la que instrumentó al noble tercero al que mató de forma muy fea empañando la oreja, generosa, que paseó. Pero el pretendiente peruano volvió a meterse entre los pitones del temperamental sexto, al que se enroscó en torno al cuerpo entre alardes, arrucinas, sorpresivos cambios de pitón y, siempre, a milímetros de sus puntas. Roca Rey quiere y puede. Cuidado.

FICHA TÉCNICA

Plaza de la Real Maestranza

Ganado: Se lidiaron seis toros de Núñez del Cuvillo, bonitos de estampa aunque un punto terciados que mantuvieron la nota común de la falta de fuerza. El primero resultó noble pero protestón de puro flojo; de más a muy menos el segundo; noble y de buen fondo el tercero; de excelente clase y calidad a pesar de su escaso motor el cuarto; difícil y reservón el quinto y temperamental el que saltó en sexto lugar.

Matadores: Morante de la Puebla, de pizarra y oro, silencio y dos orejas

Julián López ‘El Juli’, de púrpura y oro, ovación y gran ovación.

Roca Rey, de clorofila y oro, oreja y ovación.

Incidencias: La plaza se llenó hasta la bandera en tarde fresca y nublada. El Juli fue cogido durante la faena al cuarto de la tarde y pasó a la enfermería tras darle muerte. Fue atendido de “herida por asta de toro en región glútea derecha de 15 centímetros que lesiona músculo glúteo mayor” según rezaba el parte oficial firmado por el doctor Octavio Mulet.