‘Avispado’ prendió a Paquirri; le había metido el pitón en el muslo derecho hasta la cepa. Al paso, dando lentos cabezazos, lo llevó hasta los medios. En su afán de zafarse de los pitones el torero se aferró a la cabeza del toro. La impresión en el tendido ya era de una cornada gravísima. “Todos llegamos a la vez y el toro no hacía por nosotros. Intenté tirar de él pero era imposible. Cuando lo soltó me llevé al toro de allí y me impresioné mucho al ver cómo le chorreaba la sangre por el pitón derecho. Me llevé a ‘Avispado’ a un extremo mientras trasladaban a Paquirri a la enfermería. Entonces se hizo presente la cuadrilla del Yiyo, al que le correspondía matar al toro, y me metí para adentro”, recordaba Rafael Torres, uno de los banderilleros del diestro de Barbate y testigo más cercano de la tremenda cornada.
El informador cordobés Pepe Toscano ya se encontraba allí: “Entró Paquirri y comenzaron los previos a la intervención. Vimos la herida y comenzaron los trámites necesarios. Apareció Salmoral y quisieron entrar más pero ya no les dejaron. Sí accedieron los médicos que habían venido de Córdoba para ver la corrida como aficionados. Taparon el cristal roto con una sábana y a raíz de ahí ya pidieron que desalojáramos la enfermería. Me salí y al poco lo hizo Salmoral. Antes había filmado lo que todos pudimos ver por televisión”.
El cirujano plástico José María Cabrera intentó taponar la herida con el puño mientras Ramón Alvarado, tío y mozo de espadas del torero, sostenía la cabeza del torero. Ruiz González cortó las taleguillas y los leotardos destrozados con unas tijeras. El muslo derecho, en su tercio superior, parecía partido por un inmenso hachazo y sangraba mansamente. Hubo algunas dudas con el grupo sanguíneo del torero y tuvieron que llamar al hotel para despejarlas. Paquirri pidió calma y se dirigió a Eliseo Morán, el cirujano que atendía la modesta enfermería de Pozoblanco: “Doctor, yo quiero hablar con usted porque si no, no me voy a quedar tranquilo. La cornada es fuerte. Tiene al menos dos trayectorias. Una para allá y otra para acá. Abra todo lo que tenga que abrir y lo demás está en sus manos”. El torero pidió agua, “sólo es para enjuagarme”, advierte. En el teléfono de la enfermería, Ramón Vila requería detalles de la cornada. En pocos minutos iba a empreder viaje a Córdoba.
Rafael Torres ya se encontraba junto a su maestro. “Cuando llegué a la enfermería estaba sobre la camilla y los médicos estaban ya liados con él, quitándole la ropa, comprobando la gravedad de la herida. La cornada era muy grande y era imposible que allí se hiciera nada, le cabía un puño. Lo que se intentó fue cortar la hemorragia ante todo. Aquello seguía sangrando y consiguieron ligar algunas venas pero no habían ligado la de arriba, la ilíaca. Era imposible. Había que abrirle y allí no había medios para operar con aquella gravedad y el médico le advirtió de que lo tendrían que trasladar a Córdoba”.
Toscano volvió al callejón de la plaza mientras la gente pedía noticias desde los tendidos. Yiyo cortó las orejas de ‘Avispado’ después de una larga faena y la lidia de los dos últimos toros, pese al triunfo de los toreros, se resolvió en medio de un clima extraño. Nadie se atrevió a sacarlos a hombros. En la enfermería se había luchado contrarreloj para ligar las arterias seccionadas. Todo el paquete vascular está destrozado y los médicos, después de hacer todo lo que estaba en su mano, tomaron la única decisión posible: “Paco tenemos que llevarte a Córdoba”. La ambulancia estaba dispuesta y se emprendió viaje rumbo al Hospital Reina Sofía en medio de un clima angustioso.
La corrida ya había terminado y Toscano volvió a la enfermería. Allí se encontró a Eliseo Morán, el médico, apoyado en el quicio de la puerta con la mirada ausente. Allí mismo, en el teléfono de aquel cuarto de curas, se improvisó la primera crónica para Radio Cadena Española. La noticia de la gravísima cornada empezaba a dar la vuelta a España...
“Aunque sepa los caminos, yo nunca llegaré a Córdoba...”
La ambulancia volaba por aquellas carreteras angostas camino de Córdoba. Según recogía el testimonio de Pepe Toscano, “en aquella ambulancia iban el chófer, Francisco Rossi; Ramón Alvarado, Paquirri y el anestesista Paco Funes. Detrás venían otros médicos y Juan Carlos Beca Belmonte”, que en aquella temporada representaba al diestro de Barbate. Habían convenido en que si la ambulancia paraba es que Paquirri había fallecido. Efectivamente, “la ambulancia paró en la Carrera del Caballo”.
A Paquirri aún le quedaba un hálito de vida, según supo Toscano por Paco Funes, el anestesista: “hubo un momento en el que el cuerpo reaccionó, tomó aire, y Funes ordenó al chófer que continuara. ¡Paco, cierra la puerta y tira para adelante! Ramón Alvarado, tío de Paquirri y su eterno mozo de espadas, había descendido a buscar al médico que venía detrás: ¡se muere!” Pero no había tiempo para llegar a Reina Sofía y la ambulancia paró en el antiguo Hospital Militar, a la entrada de Córdoba. Todo se había consumado.
“Nos marchamos al hotel –evocaba Torres- pensando que la cornada era fuerte pero no podíamos imaginar que pudiera ser mortal. Emprendimos el viaje a Córdoba y a mitad de camino nos encontramos con el coche de Isabel Pantoja que subía para Pozoblanco. Nos pitó, paramos y la vimos muy afectada. Como es natural tratamos de tranquilizarla. Le dijimos que era una cornada sin importancia. Fuimos al hospital Reina Sofía y desde allí nos dirigieron al Militar. Cuando llegamos allí, la mujer de Ramón Vila nos hizo ver lo que pasaba y una monjita se llevó a Isabel Pantoja a la capilla para prepararla de lo que se le venía encima”.
Toscano y Salmoral también habían emprendido el viaje de vuelta. Sabían que llevaban una bomba informativa entre las manos y lamentaban la mala suerte del torero. A la altura de Cerro Muriano advirtieron las señales de un coche y detuvieron la marcha. No podían dar crédito a lo que les estaban contando. Mientras, las gentes de Córdoba, como una masa silenciosa, se había ido congregando a las puertas del viejo Hospital Militar, cerrado a cal y canto y protegido por la Policía Militar. La tragedia era ya una certeza irremediable y Manuel Benítez El Cordobés se abrió paso entre el gentío.
Lejos de allí, en las curvas de Villanueva, El Yiyo viajaba en compañía de su padre y de Tomás Redondo, su apoderado, que se había empapado la guayabera con la sangre de Paquirri. Con el amargor reseco de la cornada sufrida por el maestro, desandabn el camino de Madrid escuchando con desgana un programa musical que se truncó de repente: “Interrumpimos el programa para comunicar a nuestros oyentes la muerte de Francisco Rivera ‘Paquirri’, cogido esta tarde por un toro en Pozoblanco”.