El periodista, novelista, ensayista y dramaturgo almeriense Juan López Núñez alcanzó la fama popular y el éxito económico con una novelita de corte melodramático y trasfondo taurino titulada ‘El Niño de las Monjas’. El libro fue publicado en 1922. Sólo un año antes había sido publicada una historia de corte muy similar, ‘Currito de la Cruz’, que constituyó uno de los grandes éxitos literarios del escritor gallego Alejandro Pérez Lugín. Las circunstancias de los protagonistas son parecidas y ambas, curiosamente, serían llevadas al celuloide hasta en cuatro ocasiones.
Nos interesa ahora la obra de Pérez Núñez que ya había adaptado su ‘Niño de las Monjas’ para teatro en 1923. José Calvache, apodado Walken y hermano del torero y actor jerezano Antonio Calvache, fue el encargado de filmar la primera versión cinematográfica de la novela en 1924. Pero antes de continuar conviene ubicar la historia, inspirada en una vida real: la del infortunado diestro maño Florentino Ballesteros. Nacido en un ambiente de auténtica miseria, su niñez transcurrió entre hospicios y orfanatos de Aragón encontrando la oportunidad de redimirse en la gloria del toreo. Ballesteros destacó como banderillero primero y como novillero después antes de llegar a tomar la alternativa en Madrid el 13 de abril de 1916. Ojo, el testigo de la ceremonia fue otro torero infortunado, el sevillano Curro Posada, que acabó sus días prematuramente, víctima de más completa locura, un año exacto después de la muerte de José en Talavera. Y con su padrino Joselito se volvió a anunciar Florentino en la plaza de Madrid el 22 de abril de 1917 para despachar una corrida de Benjumea sin estar recuperado de una anterior cogida en el pecho sufrida en Morón. El toro ‘Cocinero’ volvió a alcanzarle en la misma zona. A los dos días moría en la fonda a la que había sido trasladado casi en agonía.
En su primera versión cinematográfica, Walken encabezó el reparto con el torero Eladio Amorós y la bailarina Lolita Astolfi. Francisco Gallardo, en su valioso librito ‘Cine de luces’ recoge la sinopsis de la historia, que no es otra que la del niño abandonado a la puerta de un convento y criado por el jardinero del lugar, un hombre honrado que tiene una hija. El niño crecerá y con él, su pasión por los toros a pesar de la oposición de su padre adoptivo. Llegará a figura, viviendo una historia de amor con la hija de un ganadero sin reparar en que su hermana postiza –la hija del jardinero, a la que cree su hermana natural- está perdidamente enamorada de él. La historia traza nexos comunes con ‘Currito de la Cruz’ y, desde otra vertiente literaria, con el ‘Sangre y arena’ de Vicente Blasco Ibáñez. El terreno estaba abonado.
‘El Niño de las monjas’ volvió tres veces más al cine. La de 1935 fue dirigida por José Buch y contó con Luis Gómez ‘El Estudiante’ para las escenas taurinas. Nueve años después, en 1944, se rueda una versión mexicana, dirigida por Julio Villarreal y con el matador azteca Luis Procuna en papel protagonista. La definitiva versión, en 1958, fue rodada por Ignacio Fernández Iquino que contó con la participación del diestro Enrique Vera en el papel protagonista. Vera ya había participado en dos películas célebres que forman parte de la memoria doméstica de los años 50: ‘Tarde de toros’, junto a Antonio Bienvenida y Domingo Ortega; y ‘El último cuplé’, junto a una inolvidable y divina Sara Montiel.
Está anunciado este jueves. Es el quinto aspirante de un cartel que reúne a otros novilleros de Jerez, Sevilla, Écija, Los Barrios... Jordi Pérez viene de Valencia. Se anuncia como Niño de las Monjas y acude a la plaza de la Maestranza representando a la escuela taurina de la ciudad del Turia. Y su historia merece ser contada... El periodista Federico Arnás ya lo hizo en un reportaje tan veraz como emocionante emitido en el programa Tendido Cero de RTVE. Los asistentes sociales de la Generalitat valenciana rescataron a Jordi y a sus dos hermanos de un hogar desestructurado para reubicarlos en el Hogar de San José de la Montaña, un centro dependiente de la orden de la Madre de los Desamparados. Es la misma advocación mariana que adorna el corbatín del traje de este moderno Niño de las Monjas que aterrizó en la institución sin saber nada de toros. Su padre ya falleció y mantiene relación con su madre pero sabe que su casa y la de sus hermanos es la que le abrieron las monjas.
“Llegué al hogar de San José de la Montaña con 11 años, dejando atrás una infancia muy dura”, rememoraba el moderno Niño de las Monjas en el reportaje de Arnás. “Llegar al hogar nos cambió la vida a mis hermanos y a mí; nos dio otra oportunidad”. La madre Elisa Mateos es la directora del Hogar San José de la Montaña y evocaba las circunstancias en las que se produjo aquel ingreso. “Aparecieron como la mayoría de los niños que llegan aquí, saliendo de situaciones familiares muy difíciles pero no les costó tanto adaptarse a la casa”. El orden, las costumbres regladas y el sentido acogedor de las religiosas hicieron el resto.
¿Cómo surgió su vocación taurina haciendo vigente el mito literario? “No tenía ninguna vinculación con el toro”, recordaba Jordi: “Había visto alguna corrida por Televisión Española pero la afición nació con Fran, mi tutor legal. Tenía algunas amistades taurinas y a partir de ahí nació mi vocación de torero”. La cosa se puso seria. La madre Elisa evocaba en el mismo reportaje las primeras dudas de la comunidad religiosa en torno a las inquietudes del muchacho. “Repetía que quería ser torero pero por más que intentábamos quitárselo de la cabeza era imposible; como último recurso le apuntamos a rugby...”
Pero la vocación taurina se impuso y fue la propia madre Elisa, buceando por internet, la que descubrió la manera de canalizar aquella llamada a través de la Escuela de Tauromaquia de Valencia. La propia religiosa acompañó al incipiente torero hasta el centro para sorpresa de su director, el veterano diestro valenciano Juan Carlos Vera que le impartió la primera lección a ambos: “No sé si será o no será torero pero aquí nada malo va a aprender...”
Llegaron las primeras lecciones de salón, el diálogo con las becerras, los festejos de promoción, las novilladas sin picadores... la madre Elisa le remienda ahora los trajes de torear. Tiene dos: uno se lo regaló El Fandi y pero tiene otro que había vestido el mismísimo Enrique Ponce. El día que entró en la escuela empezó a sumar otros valores a los que ya había adquirido en el Hogar: disciplina, respeto, capacidad de superación... “Es que Jordi está mucho más educado y organizado desde que está en la Escuela”, reconocía la madre Elisa. Es de las primeras que, al frente de su comunidad, se marcha a la plaza –sus impolutos hábitos blancos destacan en medio del tendido- para animar a su torero. “Siempre que podemos lo acompañamos a la plaza para que sienta el cariño de todos los que nos consideramos su familia”. Jordi sabe todo lo que debe a ese Hogar, con mayúscula. Pero el joven lidiador también cuenta con otro apoyo férreo. Es el de Fran Durbá, su tutor legal y su padrino taurino, que ejerce como mozo de espadas pero, sobre todo, como Pigmalión humano para centrarlo en la vida.
Juan Carlos Vera, su maestro en la Escuela de Tauromaquia, es sobrino de Enrique Vera, aquel torero metido a actor que encarnó al Niño de las Monjas en la película de 1958. El maestro pronunciaba en el reportaje de Federico Arnás unas palabras que suenan antiguas pero que la vocación taurina de Jordi Pérez han hecho rabiosamente actuales: “Tiene ambición por algo que no ha tenido nunca; sale a ganar porque no tiene que perder. Es que no tiene nada...”. Posiblemente se equivoca en un único matiz: tiene a sus hermanos y el cariño indeclinable de las religiosas del Hogar de San José de la Montaña. Si un día toma la alternativa, el brindis del toro del doctorado será para ellos.