La última vez que actuó en Sevilla se quitó el vestido de torear de madrugada. Aquella piel de luces le había acompañado en su luminosa faena a un ejemplar de El Pilar que le permitió revelarse, definitivamente, como el mejor intérprete de la Feria de Abril de 2017. Después llegaría la gran temporada y el reconocimiento unánime de los profesionales y el aficionado. La campaña 2018 ha comenzado en el mismo son.
—Todavía se habla de su faena en Valencia...
—Empezar la temporada en una feria de la importancia de la de las Fallas de Valencia y poder hacerlo materializando lo que quería expresar ha sido bonito y sentido.—Para llegar a ese punto es necesario alcanzar la libertad y la naturalidad.
—Lo importante es el tiempo; es el que te permite macerar tu interior. Si tu vocación personal pasa por el arte del toreo, el compromiso y la responsabilidad hacia ella te hace buscar en tus entresijos. También hay que darle valor a la imprevisibilidad o la incertidumbre. Hay partes del toreo en las que no sabes lo que va a ocurrir ni de qué manera va a pasar...—Ferrera no es un torero distinto del que era pero sí ha conseguido hacer fluir registros distintos.
—Sigo siendo el mismo pero el tiempo y esa maceración de la que hemos hablado también hacen su parte. Rebuscas en tu intimidad como torero y eso le da una consistencia a lo que haces sin necesidad de demostrar nada. Al final eres quien eres y lo expones de una manera muy sencilla, natural...—Hay que hablar de las dos faenas de 2014 y 2015 en Sevilla. Fueron un anticipo del torero que hoy disfrutamos.
—Volvemos a lo mismo. Siempre me he sentido el mismo torero pero a la hora de transmitirlo y expresarlo también te marca la vida. Tienes que escuchar a tus sentimientos y tu alma.—La primera de 2017 fue de Victorino Martín...
—Fue una de esas tardes que te marcan en tu carrera. Llevaba casi dos años sin torear y la de Sevilla era la tercera después de reaparecer en Olivenza y pasar por Málaga. Fue una tarde muy especial que se desarrolló como se desarrolló; que pasó lo que pasó... fue un paso importante en mi tauromaquia y en la manera de exponerla. Era un animal muy fiero, muy difícil y había que dominarlo exponiendo tu alma, tu vida y tu corazón.—Unos días después llegaron los toros de El Pilar. Allí se produjo una revelación...
—Ese fue un día único. No tiene parámetros y eso me motiva como torero: que las cosas no tengan límites y las propias circunstancias te vayan sorprendiendo. Todo eso pasó aquella tarde.—¿Esa podría ser la mejor faena de su vida?
—No, porque todavía no he llegado a la excelencia. No puedo decirlo y ojalá no pueda decirlo nunca. La perfección va en contra de la naturalidad. En el toreo más. Todo es incontrolable.—Cuando un torero está tan encajado con un toro, ¿se siente lo que pasa alrededor, se oye el eco del tendido?
—El alma de Sevilla se percibe por todos los poros. Cuando un artista llega a un templo del toreo como la plaza de la Maestranza, por sí sola te motiva. Sus olores, las sensaciones... si tienes el privilegio, la suerte y la capacidad de transmitir tu sentimiento como torero y emocionar a la gente no puedes pedir más. —Se ha escrito que su toreo ha tenido la virtud de convertirse en un tratado de armonía.
—El toreo al final tiene una parte esencial de espiritualidad. Hablamos también de cadencia, de compás, de ritmo y, sí, de armonía. Esas son las metas que quieres alcanzar como torero de una manera libre.—Eso nos lleva a otros aspectos de sus formas, como la recuperación del ritmo natural de la lidia o el rescate de los quites desde el peto.
—Pero lo hago porque me sale de dentro. No quiero hacerlo porque se haya hecho antes. Cuando un torero transmite sus sentimientos, como en el aspecto de los quites, retomando un palo que ya existe se suma a ese legado. Al final sólo estás creciendo más como artista.—Pero es importante recuperar el ritmo. Las tardes de toros se han llenado de pausas prescindibles.
—Esa es la palabra: el ritmo. Las reglas en el toreo no son sanas e impiden que esos ritmos sean libres. Y eso es lo que verdaderamente buscas: que el ritmo fluya dentro de una libertad; que las reglas no sean obstáculos para ello. —¿Hay un exceso de reglamentación en la lidia?
—Aparte del exceso, hay demasiadas diferencias entre los reglamentos regionales. Las reglas en el toreo son contraproducentes. Debe haber un orden pero las reglas siempre van en contra de la libertad artística. Los guiones deben dejarse abiertos para que uno pueda sorprenderse como torero.—Un emblema de su carrera han sido los palos. En 2018 no los ha cogido aún.
—De momento no. Es una decisión personal. He banderilleado desde niño pero es una etapa que quiero dejar ahí sin renunciar a momentos especiales. Siempre lo llevaré dentro. Es un tercio en el que me he sentido mucho pero busco otras facetas.—Se habla mucho de modernizar el espectáculo, de ocultar la sangre...
—El único camino que podemos emprender es ser fieles a la verdad. Esa es una de las esencias que tiene el toreo: la vida y la muerte; la sangre y el sufrimiento; las emociones... Hay más verdades como el dolor, el esfuerzo, la tragedia... esas son la auténticas bases del toreo.—Hay un concepto manido en el mundillo actual: el disfrute. ¿Realmente se disfruta tanto en la cara del toro?
—No... Yo creo que se siente. Disfrutar no es el verbo más correcto para describir lo que pasa ahí. A lo mejor ni existe la palabra apropiada para describir los sentimientos y las sensaciones que vive un torero en ese momento. Sentir las cosas es distinto a disfrutarlas.—¿Se puede llegar a torear sin tener miedo?
—El miedo siempre está ahí. Es parte de la vida del torero y el artista. Aparte de exponer tu vida, que lo haces de una manera real, expones muchas más cosas: tus sentimientos, tu corazón, tu alma... la pones delante de una plaza y se la ofreces a miles de personas.