En la despedida de El Juli: el toreo como emoción

La retirada del maestro madrileño ha sido el hilo conductor de una tarde apasionada y denso argumento interior en la que ha vuelto a brillar el impresionante momento de Daniel Luque

Fotos Maestranza Pagés

Fotos Maestranza Pagés / Álvaro R. del Moral

Álvaro R. del Moral

La plaza se adentraba en ese momento mágico, casi onírico, que precede al crepúsculo mientras el sol de Poniente se escapa por las arcadas del reloj. En ese tiempo, a esas horas, sólo cabe una banda sonora: la que presta ‘Suspiros de España’. El maravilloso pasodoble de Álvarez Alonso –himno a la nostalgia, a la tierra perdida- servía para subrayar el cúmulo de emociones que se habían ido amontonando desde que tronó el cerrojo de la puerta de cuadrillas. Era el último toro, al menos por ahora, de una impresionante trayectoria que no tiene parangón. Y Julián, que ya había recibido el brindis de sus dos compañeros, cruzó el albero de la Maestranza para recibirlo a portagayola.

La larga salió limpia y los lances, ceñidos, dictados en los medios, fueron de lío gordo. La banda de Tejera se unió a la fiesta y Julián pidió a Barroso que le diera lo justo. Un ramillete de chicuelinas, una preciosista tijerilla y la mejor media de su vida precedieron al segundo tercio, resuelto con un gran par de Fernando Sánchez. Con la montera en la mano se marchó a los medios, brindó al público –la ovación fue de gran gala- y se puso a torear con sincera entrega, descarnado, casi abandonado ante un toro que no terminaba de romper por completo.

Pero la gente supo entrar, valorar y hasta interiorizar ese diálogo con el animal que iba mucho más allá de la mera geometría de los muletazos. El joven maestro –la espada de verdad en la mano- se permitió el lujo de explayarse al natural y después de cambiar al toro, dejar un espadazo en la suerte contraria que en realidad era una firma. La de una trayectoria impresionante, la de un cuarto de siglo de máxima figura del toreo sin apearse de la cumbre... Le pidieron dos orejas, le dieron una... La vuelta al ruedo fue un clamor, una nueva suma de emociones para una plaza, la de Sevilla, que volvía a parecerse a sí misma. Aplaudían los areneros, las cuadrillas, hasta el tío de las almendras. Era una cuestión de verdadera sensibilidad, la que nunca debe perder la Maestranza.

Todo había comenzado con el homenaje premilinar que ya anudó gargantas. El público sacó al torero a saludar tras el paseo, los toreros destocados, las palmas echando chispas y la gente entregada en un festejo que se vivió con un punto de desenfadada pasión. Pero ese primer ‘garcigrande’, un ejemplar feo y bastón que desentonaba del resto del conjunto, no iba a unirse a la fiesta. Brusco y bruto, pegando gañafones, salía distraído de los embroques... No era el mejor compañero para despedir tantas glorias. Al final dio igual. Cuando concluyó el festejo El Juli cruzó el ruedo con sencilla naturalidad, sin detenerse siquiera en los medios para recoger la impresionante ovación. Hubo algún desconcierto entre algunos toreros –poquísimos- que se habían confabulado para sacarlo a hombros. Pero ya era tarde por más que un orondo y voluntarioso costalero alcanzara al maestro en la puerta de cuadrillas. Se marchaba a pie, pero por la puerta grande del toreo.

Uno se iba y otro está. Hablamos de Daniel Luque que volvió a mostrar en Sevilla el impresionante nivel técnico, artístico y el grado de ambición que le hace encontrar toro en cualquier sitio, adivinar el rendimiento de cualquier embestida, llenar todos y cada uno de los momentos de la lidia con una impresionante torería que debería colocarle en la cima, redimirle de otras cuitas pasadas... Así lo demostró con el tercero, un astado que hizo cosas raras en los capotes y siempre quiso rajarse. Pero Luque había venido a torear y lo hizo desde el sensacional inicio de faena hasta que concluyó su labor por ceñidas luquecinas. En medio sembró una faena inteligente, bien administrada y de un sensacional envoltorio estético en la que hubo otra virtud fundamental: el valor. Valor para pasarse por la barriga a ese bicho que también tenía sus ideítas, que no regalaba nada. Fueron naturales de verdadera apuesta que dieron la medida, la importancia de un trasteo rematado con una estocada, que con algún defectillo, también fulminante. Y cayeron las orejas.

Le faltaba una para validar el paseo a hombros por ese célebre arco de piedra que se ha convertido en un fin en sí mismo. Pero qué más da... Luque, que brindó al gran Paco Ojeda, volvió a mostrarse pletórico y sinfónico con un sexto, manso absoluto, al que aplicó un toreo de alturas, toques y cites milimétricos. El torero de Gerena incluye varios matices en cada muletazo, resuelto con un leve codilleo –sujetando al toro- antes de despedirlo para llevarlo hasta donde no quiere ir. Daniel toreó relajado, descolgado de hombros, aplicando el temple exacto. La cosa no alcanzó el mismo tono por el izquierdo y la tensión argumental bajó un punto. Tomó la espada y se llevó al toro a los medios y allí cayó la estocada. A la petición le sobraron decibelios y le faltó algún pañuelo pero, más allá de la estadística, está la memoria del toreo. Enhorabuena.

En medio de ambos actuó Castella, que se había colado en la despedida gracias a la matizable Puerta del Príncipe que había logrado el día anterior. El aficionado demandaba otros nombres. Lo dejamos ahí... El caso es que salió arreado consigo mismo para torear al segundo, al que llegó a lancear de rodillas. Luque le enjaretó tres y media de otra galaxia en el quite y acabó con el cuadro y el francés, ésa es la verdad, no terminó de entenderse por completo con una embestida que, posiblemente, pedía otras distancias, que le abrieran otros caminos. El bicho acabó rajado y desentendido y la cosa, diluida. Pero mucho más desentendido iba a ser el quinto, también saludado a portagayola. Manso, a su aire, salía de los muletazos buscando a los parientes por el tendido. Castella insistió más de la cuenta. La tarde tenía otro argumento y ya figura en la historia.

FICHA DEL FESTEJO

Ganado: se lidiaron seis toros de Garcigrande –segundo, cuarto y sexto marcados con el hierro de Domingo Hernández- bien presentados en líneas generales aunque desentonó por completó el basto y feo ejemplar que hizo primero que además resultó brusco y manso. El segundo tuvo cosas buenas pero fue a menos. El tercero, de fondo más escondido, tuvo importancia pero también dificultades. Muy a medias el cuarto; manso y distraído el quinto y espesito aunque manejable el sexto.

Matadores: Julián López ‘El Juli’, de grana y oro, silencio y oreja con petición de la segunda

Sebastián Castella, de marino y oro, ovación y silencio

Daniel Luque, de verde botella y oro, dos orejas y ovación tras petición

Incidencias: La plaza se llenó hasta la bandera colgando el cartel de ‘no hay billetes’ en una tarde histórica en la que se despidió del toreo Julián López ‘El Juli’. Dentro de las cuadrillas destacaron Viotti, Chacón, Iván García y Fernando Sánchez.