Espartaco: «El amor de mi vida ha sido el toro»
El veterano diestro sevillano fue la guinda de la segunda y última jornada de la V edición de la iniciativa ‘Letras en Sevilla’ que se ha celebrado en Cajasol
Álvaro R. del Moral
Nadie ha convencido a nadie pero sí se ha conseguido algo complejo: debatir en torno a la vigencia, legitimidad y el futuro de la fiesta de los toros con un clima de respeto difícil de encontrar en estos tipos de foros y desde posiciones tan encontradas. Esa circunstancia ya era en sí misma un objetivo cumplido por esta quinta edición de la iniciativa ‘Letras en Sevilla’ que comandan al alimón el académico y escritor Arturo Pérez Reverte y el comunicador Jesús Vigorra. Han dejado ganas de más.
El programa de la segunda y última sesión celebrada en el patio renacentista de la antigua Audiencia –actual sede de la Fundación Cajasol- era atractivo y apretado. Se había iniciado con un debate titulado 'Los toros desde la razón' protagonizado por el escritor, periodista e historiador Juan Ignacio Codina que tuvo la réplica –en el bando taurino- de la profesora Beatriz Badorrey. La escritora Espido Freire también dio sus particulares razones ‘anti’ para cerrar la mañana y por la tarde se produjo un interesante y dinámico duelo dialéctico entre Nuria Menéndez de Llano, abogada y directora del Observatorio de Justicia y Defensa Animal, y el letrado sevillano Joaquín Moeckel bajo el epígrafe de ‘Tauromaquia y derecho animal’
Pero la guinda, una vez más, la iba a poner el testimonio directo de un hombre, llamado Juan Antonio Ruiz Román, que se ha puesto delante de un toro. Espartaco marcó con su nombre la segunda mitad de los 80 y los primeros noventa del pasado siglo XX. Pero la relación del torero con Pérez Reverte era antigua. El escritor y el matador cruzaron sus vidas durante dos intensas semanas en medio de la vorágine de plazas, hoteles y miedos del que entonces era el número uno del toreo. El objetivo era escribir un reportaje que acabó titulándose ‘Los toreros creen en Dios’ que de alguna manera vinculó a dos hombres que, en el fondo, hablaban el mismo idioma. Ambos habían caminado en el filo de la navaja: delante del toro y en la línea de fuego.
Esas mismas vivencias acabarían dando forma, de alguna manera, al texto que el veterano reportero bélico pronunció en el teatro Lope de Vega el Domingo de Resurrección de 2008. Arturo Pérez-Reverte había sido requerido por la Real Maestranza de Sevilla para pronunciar el pregón taurino de aquel año que, más allá de lo artístico, pasaría a la historia por las reiteradas y polémicas suspensiones de varios de los festejos anunciados. El propio escritor se ha encargado de reconocer después –y en estos mismos días- su alejamiento de la fiesta sin declararse antitaurino. Pero la atracción por el hombre de luces era evidente. Ya lo había escrito el propio autor: “Fue una experiencia fascinante: penetrar en los motivos, los miedos, la entereza, el pundonor, del hombre de origen humilde, flaco, rubio, con cara, sonrisa y ojos de crío, con doce cicatrices de cornadas en el cuerpo...”
Valor y miedo
“Lo vi vestirse de luces y volver de la plaza, muchas veces victorioso y algunas veces derrotado y eso hace que nos acerquemos mucho al corazón de los seres humanos”, adelantó Pérez Reverte antes de adentrarse en la personalidad y los pensamientos de Juan Antonio Ruiz Román, Espartaco en los carteles de toros y hoy ganadero que cría toros bravos. “Yo transmitía valor en la plaza pero en la vida arrastraba miedos en otras situaciones”, reconoció el torero recordando “la tensión y la responsabilidad” de sus años en activo. El escritor evocó los avatares vividos junto al matador, “esas caras de tensión y las miradas perdidas” que Espartaco volvió a llevar al terreno de sus miedos “en las caras de los compañeros, los sonidos de la plaza y esos cinco minutos finales antes de hacer el paseíllo que no olvidaré nunca”.
“Teníamos quince o veinte minutos para resolver nuestro futuro; estaba allí, creía estar preparado y pensaba que había hecho todo lo posible por tener la posibilidad de demostrarlo ante el público pero era un examen que tenía que aprobar”, recordó el diestro de Espartinas. Pérez Reverte comparó esos momentos iniciales con los gladiadores antes de salir a la arena. “Esa manera de miraros unos a los otros, ese recogimiento, esa tensión, esa hombría de mantenerse entero me pareció admirable” argumentó el veterano reportero. Pero la charla acabaría adentrándose en un momento fundamental que marcó la atención, pro y anti, del público que llenaba el patio de la Fundación Cajasol.
“No se te ocurra beber agua después de hacer el paseíllo”. Fue la sentencia inapelable que el gran Luis Miguel Dominguín le espetó a un jovencísimo Espartaco. “Unos días lo podía aguantar y otros me bebía un litro entero”, bromeó el torero que también habló de la especial relación de los hombres de luces con un público que, siendo el mismo, podían enfadarse un día y sacarle a hombros el siguiente. Pérez-Reverte siguió ahondando en la intimidad profesional del matador evocando una frase que le había escuchado de sus labios: “por el conocimiento se te cuela el miedo”. “La agresividad o el comportamiento de un toro lo anticipas con la experiencia y tu cuerpo lo que te dice es que te quites pero tienes que hablar contigo mismo para quedarte quieto”, argumento Espartaco que se reconoció como un torero “de conocimiento” en contraposición al toreo artista.
“Vivo para el toro...”
“Siempre he respetado al toro, lo sigo respetando, lo he querido mucho y ha sido el amor de mi vida. Me ha dado satisfacciones personales, la posibilidad de hacer feliz a mucha gente” señaló Espartaco antes de iniciar un bellísimo soliloquio, casi un canto a la vida, la naturaleza y el verdadero sentido del toreo... “Por eso es el amor de mi vida. Vivo para el toro y mi ruina vendrá con el toro. Ocupa un lugar en mi casa y en mi familia fundamental”. Pero el matador de Espartinas fue más allá: “Para que salga un toro a la plaza tienes que mantener a la abuela, al abuelo, al padre, a la madre, a la hermana de un año, la de dos años, al hermano de un año... Cuando vuelves de la plaza de ver la lidia de un toro estás en contacto con su familia y gracias a eso la ganadería sigue hacia adelante”, añadió el veterano diestro.
“Los toreros estamos aquí porque nos han salvado la vida los médicos pero si no habríamos sido igual; habríamos dejado la vida por ayudar a los nuestros. Por eso el toro es el amor de mi vida. La vida también se la juega un señor que va a trabajar por la mañana pero lo que me mantiene vivo es el respeto al toro. Parte de nuestra vida se la hemos ofrecido y se la seguimos ofreciendo... firmaría un papel porque no muriera un toro pero si tienen que morir en alguna parte que sea en una plaza...” Aún quedaba la lectura de textos literarios a favor y en contra de la tauromaquia seleccionados por Carmen Camacho a cargo de Emilio Buale y Jesús Vigorra. Misión cumplida.
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