Guernica: el otro ‘llanto’ por la muerte de Ignacio Sánchez Mejías

Lo que se acabó exhibiendo en la Exposición Universal de París como una alegoría del trágico bombardeo de la ciudad vasca pudo ser concebido como una elegía pictórica después del fallecimiento del polifacético matador sevillano

12 ene 2019 / 10:32 h - Actualizado: 12 ene 2019 / 10:36 h.
  • Guernica: el otro ‘llanto’ por la muerte de Ignacio Sánchez Mejías

La Edad de Plata se inició el año 1920 en la enfermería de Talavera de la Reina mientras Ignacio Sánchez Mejías sostenía la cabeza yerta de su cuñado Joselito. Pero aquellos tres lustros luminosos iban a concluir simbólicamente el 11 de agosto de 1934 en el traslado agónico del propio Ignacio desde Manzanares a Madrid, remontando aquella carretera polvorienta de Andalucía, arrasada de Sol y apestada de la misma gangrena que trepaba por los muslos del torero. Se estaba sentenciando toda una época mientras las medias rosas de Ignacio Sánchez Mejías se empapaban en su sangre derramada. En medio de aquellas dos muertes se dibuja la propia trayectoria del polifacético matador, una figura imprescindible sin la que no se pueden entender la efervescencia artística y cultural de la década fundamental de los años 20. Menos de dos días después de aquel viaje terrible llegaba el fin irremediable de aquel “andaluz tan claro, tan rico de aventura”, que quedaría inmortalizado en el poemario de García Lorca.

Hay que seguir haciendo un ejercicio de memoria. Ignacio Sánchez Mejías había vuelto a los ruedos con 43 años. Dicen que se aburría pero lo único cierto es que su destino estaba escrito. El matador ni siquiera estaba anunciado en Manzanares aquel 11 de agosto de 1934. Acudió a la carrera, sin su propia cuadrilla y después de un accidentado viaje desde Huesca. Había aceptado la sustitución de Domingo Ortega, que había sufrido un leve percance. Cuando iniciaba la faena al toro ‘Granadino’, marcado con el hierro de Ayala, sufrió una profunda cornada en el muslo de la que se negó a ser operado en la modesta enfermería del coso manchego, exigiendo su traslado a Madrid para ser intervenido por médicos de su confianza. Las circunstancias del penoso y largo viaje acabaron desatando la gangrena. No había vuelta atrás. Ignacio falleció el 13 de agosto, 14 años después de la muerte de su cuñado Joselito, al que sostuvo la cabeza yerta en la enfermería de Talavera de la Reina después de dar muerte a ‘Bailaor’, el torete burriciego de la Viuda de Ortega que había inmortalizado al rey de los toreros.

Guernica: el otro ‘llanto’ por la muerte de Ignacio Sánchez Mejías

La agonía y la muerte de Ignacio tuvieron su reflejo literario en el impresionante ‘Llanto’ de Federico García Lorca. Fue publicado un año después de la tragedia de Manzanares. Pero no fue la única pieza. Los poetas Rafael Alberti –al que llegó a vestir de torero en su cuadrilla- o Miguel Hernández también se unieron a ese coro de dolor pero los versos de Lorca, seguramente, componen la más estremecedora elegía literaria escrita en castellano. ¿Tuvo algo que ver ese texto con la inspiración pictórica de Pablo Ruiz Picasso? Podría ser... Y es que la verdadera historia del Guernica podría ser sustancialmente distinta a como se ha venido contando.

Después de la sangre de Ignacio vendría otra sangre. Es la que empieza a derramarse el 18 de julio de 1936, tras el alzamiento militar de las tropas africanas. La Guerra Civil había comenzado. Las primeras batallas de la contienda española coinciden con la convocatoria de la Exposición Universal de París, que comenzó el 25 de mayo de 1937. La ciudad vasca de Guernica había sido bombardeada sólo un mes antes, el 26 de abril. Para entonces ya se había verificado el encargo a Picasso de una obra monumental que denunciara los horrores de la guerra. Pero lo de Guernica, con toda su carga simbólica y propagandística, vendría después. Lo que está claro es que un mes un tiempo más que insuficiente para poner en pie una obra de esta magnitud, tamaño mural –mide más de siete metros de ancho- que va necesariamente precedida de un complejo y minucioso estudio y abocetado. A partir de aquí conviene formular un par preguntas ¿Estaba ya el cuadro pintado cuando se produjo el trágico bombardeo de la ciudad vasca? ¿Se le cambió el nombre tras la incursión aérea de la Legión Cóndor? Todo eso, a estas alturas parece irrefutable. Pero también podría serlo que el origen de la obra, en realidad, hay que enmarcarlo dentro de la ola de luto que siguió a la muerte de Ignacio, de la que –posiblemente- tampoco se escapó Pablo Picasso. El estallido de la guerra, el encargo del gobierno republicano –el pintor cobró la sustanciosa suma de 150.000 francos franceses- y la puerta que se abría a seguir aumentando su notoriedad internacional pudieron hacer el resto. ¿Oportunismo? ¿Afán de protagonismo? También podría ser...

Guernica: el otro ‘llanto’ por la muerte de Ignacio Sánchez Mejías

Podríamos sondear otras opiniones y versiones que apoyan la hipótesis de que la génesis del famoso cuadro no tendría nada que ver con la tragedia bélica. Picasso, en realidad, se habría sumado en un principio a la ola de lamento cultural que siguió a la trágica muerte de Ignacio, que se movió como pez en el agua en todos los estratos de la sociedad y la cultura de los años 20 y primeros 30. El escritor Aquilino Duque es uno de los que corroboran esta corriente de opinión al afirmar que la obra “no es más que una adaptación con ánimo de lucro del cuadro, collage, cartón, cartel o como quiera llamarse con el que el artista pretendió sumarse al luto nacional por Ignacio Sánchez Mejías”. Es la misma opinión que han ido apuntando otros escritores como Francisco Aguado, autorizado biógrafo de Joselito, o el tratadista e investigador malagueño José Morente, reafirmando la idea de que Picasso “habría aprovechado unos esbozos realizados tres años antes, en 1934, con motivo de la muerte en la plaza de toros de Manzanares de Ignacio Sánchez Mejías, el polifacético torero y referente de toda la generación del 27, para sobre la base de esos bocetos olvidados y arrinconados desarrollar el cuadro encargado por el Gobierno republicano”.

Morente, en un ejercicio de sensatez que desbroza las enrevesadas interpretaciones que suelen envolver el arte contemporáneo, renueva el papel de aquel niño del cuento que se atrevió a decirle al emperador que estaba desnudo. En el cuadro se ha querido ver el sufrimiento de la población civil; el dolor de la humanidad... hasta metáforas del fascismo. Pero las cosas podrían ser mucho más sencillas: “Creo que esas asociaciones están traídas por los pelos. Un bombardeo es un bombardeo y una guerra es una guerra y este cuadro no representa, se mire como se mire, ni una guerra ni, mucho menos, un bombardeo”, afirma el escritor malagueño que se decanta por pensar que “el toro representa a un toro y el caballo a un caballo; que la apenada madre con su hijo es una apenada madre con hijo y la dolida mujer de la derecha es simplemente una mujer dolida, por más señas, la amante. La bombilla es una bombilla (de enfermería) y el quinqué, un quinqué. Y el torero que yace en la arena con su estoque roto es el mismo diestro que murió en Manzanares porque no quería que su hijo José Ignacio fuese torero y partiese, una vez más, el ya cansado corazón de su madre, Lola Gómez Ortega”, hermana de Gallito, al que ya había despedido 14 años antes. José Morente también recuerda la habitual inspiración picassiana en el mundo de la Tauromaquia y en ese contexto, remacha el investigador, “resulta más lógico suponer que el Guernica es, no una denuncia de la guerra, sino, lisa y llanamente, una obra taurina pues taurino -y mucho- era su autor y taurinos son los elementos (toro, caballo de picador, torero muerto) que pueblan el cuadro”.

Se ha hablado de metáforas inspiradas por el poeta y escritor Juan Larrea que fueron trasladadas al lienzo por Picasso pero todas las certezas señalan que el definitivo nombre del cuadro se le ocurrió al delegado de Cultura de la Generalitat, algunas semanas después del bombardeo de Guernica y bastantes más desde que la obra fuera colgada en el Pabellón de España de la Exposición de París. Se trataba de convertir la obra en otro altavoz más para la causa republicana: a Picasso y al gobierno de aquella efímera República le interesó más rebautizar aquel cuadro que, realmente, había empezado a pintarse “a las cinco de la tarde...”