La temporada taurina de 1929 amaneció temprano, pendiente de aquella muestra que ya había cambiado tantas cosas. Fue un día de San José, anunciando a Chicuelo y Curro Puya –o Gitanillo de Triana- para despachar una corrida de Villamarta. No iba a ser una campaña como las demás: la promesa demorada de la Exposición Iberoamericana había transformado por completo la ciudad adentrándola, con casi tres décadas de retraso, en el siglo XX. Era el definitivo canto del cisne de una sociedad, también de una época que engalanaba su decadencia con la belleza arquitectónica y ornamental del arte del Regionalismo. Se había levantado la plaza de España, recreado el barrio de Santa Cruz y hasta se había mudado la piel de gran parte de la urbe bajo esos nuevos postulados estéticos que se miraban en los mejores espejos artísticos hispalenses a la vez que sublimaban la hegemonía de los oficios artísticos.
La ciudad vivía una efervescencia literaria, artística y cultural sin parangón. Lo hacía envolviéndose en esa piel regionalista. De muestra podemos poner algunos botones: el pintor Gustavo Bacarisas había ideado en 1919 la piedra angular de la estética de la Feria de Abril diseñando las clásicas pañoletas –este año ha hecho un siglo- que marcan desde entonces la impronta de la celebración. El propio Bacarisas fue el autor del fastuoso cartel de la muestra iberoamericana, adobado de la inconfundible atmósfera de esa época irrepetible. Dos años antes, el grupo de intelectuales del 27 tomó espíritu de generación literaria bajo los oficios de Ignacio Sánchez Mejías después del encuentro del Ateneo y la juerga cósmica de Pino Montano.
Pero aquella exposición –que cambió para siempre la historia y hasta el urbanismo de la ciudad- también sirvió de acicate para mudar la piel de las cofradías. Rodríguez Ojeda ya había alumbrado el fundamental palio rojo de la Macarena en 1908 creando la impronta de la cofradía moderna; Castillo Lastrucci tenía sublimado el ideal de dolorosa castiza y José Recio del Rivero había reinventado el universo ornamental de la Esperanza de Triana mirando en el pasado alfarero del arrabal. Era el cierre, en definitiva, de una larga década prodigiosa que también tuvo su reflejo en lo taurino. Fueron diez años abiertos por un suceso trágico que también iba a servir para cambiar de época: fue la muerte de Joselito El Gallo en Talavera de la Reina el 16 de mayo de 1920. Sólo unos meses antes –el 28 de septiembre de 1919- había tomado la alternativa el definitivo transmisor del legado gallista. Hablamos de Chicuelo, caja de cambios de una nueva manera de concebir el toreo -entendido como vehículo de expresión artística- que hará pagar un alto precio a los toreros de la llamada Edad de Plata...
Y el toreo, en aquel año irrepetible, también bullía... El Domingo de Resurrección de 1929 cayó el 31 de marzo, reuniendo en el cartel al Niño de la Palma junto a Enrique Torres y Mariano Rodríguez. Los toros eran de un tal Eduardo Pagés, que tanto tendría que ver en el futuro de la propia plaza de toros. Aún le quedaban tres años para comenzar el arriendo que mantienen vigente sus herederos en 2019. Es importante rescatar un dato: el coso del Baratillo había salido a arriendo. Pagés se había presentado a la oferta pero antes de la adjudicación envió una carta al teniente de la Maestranza dando por retirado su pliego. La plaza acabó siendo adjudicada por cinco años a un tal Abascal, que optó por rescindir su contrato en diciembre de 1932. El marqués de Nervión, teniente de la Real Maestranza, acabó entregando la gestión de la plaza a Eduardo Pagés por cuatro años... Ya suman 86.
Pero hay que volver a 1929. Antes del comienzo de la feria se programaron dos novilladas los domingos 7 y 14 de abril en las que Pagés vuelve a reincidir como ganadero acompañado del marqués de Villamarta en la segunda fecha. El ciclo ferial propiamente dicho comenzó el 18 de abril. Una corrida de Carmen de Federico –despachada por el Niño de la Palma, Félix Rodríguez y Curro Puya- fue el pistoletazo de salida de un serial taurino en el que repite el hierro de Villamarta, remendado con un ejemplar de Pagés, que siguió prodigándose como ganadero. El resto del elenco ganadero lo formaron los hierros de Graciliano Pérez Tabernero, Peñalver y Miura que, como sigue haciendo hoy en día, cerró aquella Feria de Abril en la que se sumaron otros matadores como El Algabeño o Cagancho. Mención especial merece este último: en la tarde del día 20 se dejó un toro vivo. La escandalera que se montó obligó al gobernador civil de la época a prohibir su actuación al día siguiente, siendo sustituido por Algabeño.
Se inaugura la muestra
Pero la temporada seguía y el 5 de mayo se celebró una nueva novillada. Fue de Flores Íñiguez. Quedaban sólo cuatro días para la ansiada inauguración de la muestra que iba a animar la organización de algunos festejos extra... Y el nueve de mayo se abrió por fin -envuelta en la pompa del momento y el deslumbrante esplendor decadente de la corona- la Exposición Iberoamericana. La plaza abrió sus puertas esa misma tarde para que Valencia II, el propio Algabeño y Mariano Rodríguez despacharan un envío de Santacoloma. No fue la mejor actuación del tercer espada del cartel, que volvió a escuchar los ignominiosos tres avisos sin ser capaz de despenar al sexto. El día 12 del mismo mes compareció el rejoneador Antonio Cañero para abrirle cartel a Valencia II, Marcial Lalanda –que cortó oreja- y Rayito. El 26 de mayo se despachó con una novillada de Santacoloma. Le seguirían otros encierros de Moreno Santamaría y Pérez de la Concha. Pero merece la pena hacer un inciso para recordar la identidad de los novilleros anunciados aquel año. Pocos alcanzaron la gloria... En la lista de los primeros festejos figuran los nombres de Gordillo, Andrés Mérida, Andrés Jiménez, Atarfeño, José María Calderón, Camará II o Reina Echevarría. Posteriormente iban a desfilar por la plaza de la Maestranza otros novilleros como Pepe Pineda, Juan Luis Ruiz, Cantimplas, Rebujina o Chalmeta. Pocos han dejado memoria... Pero uno de ellos, el onubense Pedro Carreño, merece mención aparte. Fue el único que cortó oreja en toda la campaña pero no le quedaba demasiado tiempo. El 21 de mayo del año siguiente resultó cogido por un novillo de Miura llamado ‘Cabañero’ en la plaza de Écija. Fue trasladado a Sevilla y de allí a Huelva, falleciendo por el camino de una copiosa hemorragia.
Retomando el hilo de los acontecimientos: Angelillo de Triana era el primer espada de la corrida organizada para la tarde del 30 de mayo. No pudo estoquear ni uno de los toros de Antonio Flores que se habían encerrado aquella tarde. Una gravísima lesión ocular le obligó a ingresar en la enfermería dejando los dos de su lote para Perlacia. El corajudo Palmeño, que completaba el cartel, cortó un rabo. El 2 de junio también hubo toros sin que Chicuelo, Marcial ni Curro Puya fueran capaces de llevarse ni un trofeo de la corrida de Coquilla que estoquearon. El 9 de junio hubo novillada de intermedio. Se anunciaba un exótico torero norteamericano llamado Sidney Franklin que llegó a repetir tres veces en la Sevilla del 29. Merecerá reportaje aparte...
Las tornas iban a cambiar en la tarde del 16 de junio. Rayito, que actuaba mano a mano con Palmeño, cortó un rabo de un toro de Sotomayor. Y un rabo más sumaría Antonio Márquez –primer suegro de Curro Romero- el día 23 del mismo mes alternando con Chicuelo y Rayito. El 30 de junio resultó herido el célebre Sidney Franklin aunque pudo repetir el día 7 de julio. Aún hubo una nueva novillada el día 21 antes de que las corridas de toros volvieran el día de la Virgen con un cartel de medio tono. Rayito, Palmeño y Heriberto García tumbaron el encierro de Moreno Santamaría. Pero el año no se iba a despedir sin su tragedia: Andrés Mérida, Pedro Carreño y Vaquerín hicieron el paseíllo para estoquear una novillada del marqués de Villamarta. El sexto iba a herir mortalmente al espontáneo Juan Trigo, conocido como el Niño de San Román. Era monaguillo de la parroquia en la que su padre oficiaba de sacristán. El pitón le caló en las tripas. Falleció al entrar en la enfermería...
La feria de San Miguel constó de tres festejos en los que se lidiaron, sucesivamente, reses de García Mateo, Pérez Angoso y Guadalest. Volvían a reincidir en los carteles los nombres de Antonio Márquez, Marcial Lalanda, Félix Rodríguez o Palmeño junto al de otros toreros del momento como Antonio Posada. De todos ellos, el más sobresaliente fue Marcial que cortó un rabo en la última tarde del serial otoñal.
Pero no pasaron demasiados días antes de que la plaza de la Maestranza volviera a abrir sus puertas. Fue el 6 de octubre para acoger una corrida hispano-portuguesa en la que se lidiaron seis toros lusitanos de Alves do Río y dos ejemplares patrios de Villamarta. Los lidiaron el mítico rejoneador portugués Branco Nuncio y los espadas españoles Pablo Lalanda, Antonio Posada y Martín Agüero. Sólo cuatro días después llegaba un nuevo acontecimiento –el carácter iberoamericano de la exposición volvía a mostrar su influencia- que merece mención especial: fue la primera corrida exclusivamente ecuestre de la historia de la plaza de la Maestranza. Se verificó a la usanza y con todo el ceremonial de las ‘touradas’ portuguesas, incluyendo la actuación de los forcados de Santarem. Los ‘cabaleiros’ fueron Casimiro de Almeida, Antonio Luis Lopes, Nuncio y Ruy da Camara. No concluyó ahí la temporada. En los días 12 y 31 de octubre aún se celebraron dos novilladas más en las que, con sendos encierros de Carmen de Federico y Alves do Río, reincidió Cantimplas. Revertito también actuó en ambas tardes, además del infortunado Pedro Carreño. Fue Revertito el que estoqueó la última res que se lidiaba en el coso maestrante en aquel año inolvidable. La temporada de 1929 acabó pero la muestra iberoamericana –como un canto del cisne de una España y una sociedad que se desmoronaba-se prolongó hasta el 21 de junio de 1930. Ya se lo contaremos.