Ernest Hemingway descubrió España en julio de 1923 después de participar como conductor de ambulancias en la I Guerra Mundial. El encuentro con el país que tanto amó se produjo en plenas fiestas de San Fermín. Y llegó el flechazo. Aquel viaje iniciático se vería reflejado en su libro ‘Fiesta’. No dejaba de ser un retrato fiel del periplo pamplonica del periodista veinteañero y su breve tropa pero también la radiografía de aquella “generación perdida” de entreguerras que encarnaron otros autores como Dos Passos, Scott Fitzgerald y el propio Hemingway.

Las visitas a España y su reencuentro con los sanfermines se prodigaron a través de aquella década prodigiosa pero hay que reseñar un encuentro crucial: la compleja amistad iniciada con Cayetano Ordóñez ‘Niño de la Palma’ en 1925. El torero de Ronda también se vería retratado literariamente en ‘Muerte en la tarde’ con el nombre de Pedro Romero. Y don Ernesto, así le llamaban los pamplonicas, nunca olvidó a España ni a los españoles. El estallido de la Guerra Civil marcó su retorno a la piel de toro como corresponsal bélico comprometido con la causa perdida de la segunda república. Y aquellas experiencias vitales, una vez más, se iban a ver reflejadas en otro libro: ‘Por quién doblan las campanas’.

Pero tuvieron que pasar casi tres lustros para que el escritor, en plena decadencia física y personal, volviera al país que tanto amó. Fue en 1953, año de su redescubrimiento de Pamplona y las fiestas de San Fermín. Antonio Ordóñez, que había tomado la alternativa sólo dos años antes, propició una cita entre ambos que culminó con una cena en el célebre restaurante Las Pocholas. El recuerdo del Niño de la Palma, padre del genial diestro rondeño, gravitaba en ese reencuentro personal que suponía el inicio de una peculiar amistad filial que sólo detendría un cartucho del 12 no muchos años después.

Ordóñez siempre llamó al escritor ‘Papá Ernesto’ y lo paseó de plaza en plaza formando parte de su séquito. El autor de ‘El viejo y el mar’ volvería por última vez a Pamplona en 1959 transformado en una auténtica celebridad gracias al premio Nobel que ganó en 1954 y, sobre todo, a la extraordinaria difusión de su libro ‘Fiesta’, convertido en el cuaderno de bitácora de los primeros visitantes extranjeros.

El verano peligroso

Aquel verano del 59 marcó el fin de muchas cosas. Hemingway había comprometido con la revista Life a reportajear el enfrentamiento en los ruedos de Luis Miguel Dominguín y Ordóñez que el escritor, de alguna manera, fabuló contribuyendo a la mitificación de aquella competencia que, en cualquier caso, fue real.

Ordóñez y Dominguín se encontraban en distintos puntos kilométricos de sus carreras mientras el toreo se preparaba para una nueva década, la llamada ‘Edad de Platino’, que vería emerger otros colosos. Pero los dioses se resistían a entregar sus cetros. Hay que recordar que el diestro rondeño había entrado en la órbita de la casa Dominguín por la vía del apoderamiento. Esa cercanía favoreció el noviazgo y posterior boda con Carmen, la hermana de Luis Miguel e hija del viejo Domingo Dominguín, el genial taurino de Quismondo que cimentó la saga. La relación entre los dos cuñados distaba de ser idílica -eran dos gallos imponentes en el mismo corral- y el apoderamiento se rompió en 1956, volviendo Ordóñez al redil de Camará.

Fue en ese caldo de cultivo cuando se gestó el brevísimo maridaje profesional que pudo comenzar en oportunismo y acabó en competencia. El viejo Dominguín, en su lecho de muerte, quiso arreglar el distanciamiento entre los cuñados e hizo prometer a su hijo Luis Miguel que volvería a alternar con Antonio. El patriarca falleció al declinar la temporada y al alborear la de 1959 se anunció que Ordóñez y Dominguín iban a torear juntos -de nuevo bajo el paraguas de la casa- aunque, muerto el padre, sería Dominguito hijo el encargado de organizar la temporada.

Un enfrentamiento real

El llamado “verano peligroso” en realidad se limitó a diez corridas de toros en las que Ordóñez y Dominguín alternaron con toreros como Pepe Luis Vázquez -que había reaparecido fugazmente ese mismo año-, Bienvenida, Ostos, Mondeño o Gregorio Sánchez. Pero las chispas saltaron especialmente en los mano a mano que se programaron en las plazas de Valencia, Málaga, Ciudad Real y Bayona. No hubo trampa ni cartón: Antonio cayó herido en Aranjuez, Palma de Mallorca y Dax. Su cuñado Luis Miguel recibiría las heridas más graves en Málaga y Bilbao.

Algunas firmas quisieron rebajar -y aún discuten- la verdadera tensión de aquel enfrentamiento entre cuñados queriendo ver un mero y rentable alarde publicitario urdido en los despachos de los dominguines. No fue así. Alfonso Ordóñez Araújo, testigo privilegiado de aquel tiempo irrepetible y hermano del genial rondeño, lo desmiente rotundamente: “el verano peligroso existió; prueba de ellos es que ambos cayeron heridos tres veces”.

Aquel periplo no estuvo exento de anécdotas. En el séquito particular de Hemingway figuraba un jugador de beísbol llamado Hotchner al que Ordóñez llegó a vestir de torero para hacer el paseíllo en Ciudad Real. El bateador yanky no osó salir del callejón aunque Juan de la Palma, hermano y banderillero del rondeño, le ofreció un par de banderillas que por poco le provoca un desmayo.

Después de torear en Ciudad Real, recuerda Alfonso Ordóñez, se disponían a cenar en el Rana Verde de Aranjuez. Luis Miguel, renqueante de una lesión, ya se encontraba allí y comentaba a los presentes sus dudas para viajar a Bilbao. Al ver entrar a su cuñado -que le había oído- tronó que estaría en el Bocho. “Ese día se llevó la cornada en el vientre llevando el toro al caballo”, evoca el veterano lidiador. Pero el Verano Peligroso no había acabado... Luis Miguel había cumplido su promesa y volvería a coincidir con Antonio en algunos carteles de la temporada del 60 pero con la muerte del viejo Dominguín aquello tenía los días contados. El apoderamiento se rompió y Luis Miguel se retiró del toreo aquel año. No volvieron a torear juntos..

La crónica de aquella temporada apasionante sobrepasó ampliamente los límites de espacio marcados por la revista norteamericana convirtiéndose, finalmente, en ‘El verano peligroso’. Para entonces, el viejo escritor ya había rebasado un punto de no retorno marcado por el alcohol y los delirios. Hemingway aún volvió a España -fugazmente- en 1960. Al año siguiente, a punto de cumplir los 62, se disparó en la cabeza con una escopeta en su casa de Ketchum, Idaho.