Observatorio taurino

José Tomás: donde da la vuelta el aire...

La impresionante peregrinación de los fieles del tomasismo al coso de La Alameda de Jaén dejó un poso de desencanto y muchas preguntas que necesitan respuesta

14 jun 2022 / 12:46 h - Actualizado: 14 jun 2022 / 12:49 h.
"Observatorio taurino"
  • El diestro de Galapagar, antes de hacer el paseíllo en la plaza de toros de Jaén. Foto: José Manuel Pedrosa-EFE
    El diestro de Galapagar, antes de hacer el paseíllo en la plaza de toros de Jaén. Foto: José Manuel Pedrosa-EFE

Expectación defraudada

El desarrollo de la tarde ya se lo contamos, a pie de obra, en la crónica secuencial que publicamos en El Correo. Fue una tarde decepcionante en la que ni el juego del ganado ni el fondo del torero estuvieron a la altura de un acontecimiento premeditado en el que se experimentaban estrategias y planteamientos que convendría revisar en el futuro.

En el rendimiento de las reses escogidas siempre cabe en el azar, sea cual sea su reata. Otra cosa muy distinta es la presentación exigida para una convocatoria de estas características. Y estuvo muy por bajo de lo que habría cabido esperar para un meeting en la cumbre. A partir de ahí empezaban a desguarnecerse algunos flancos por más que la convocatoria hubiera puesto patas arriba la apacible capital del Santo Reino, sacada de su molde en una jornada de calor cósmico en la que hacerse fuerte en cualquier restaurante ya era una victoria.

Un público de fieles

Eso no importaba demasiado a la hora del paseíllo. El entusiasmo irreductible de los fieles del tomasismo ya había pasado por alto algunas incomodidades pero habría dado por bueno el termómetro, las colas y las carteritas tiritando si el ídolo hubiera pasado esa raya en la que sobran los análisis. La fórmula estrenada y experimentada el domingo aseguraba un público exclusivo de fieles que habría volcado la plaza al mínimo esbozo de algo importante.

No, no había lugar a abonados o aficionados más o menos ecuánimes. La venta por internet, la ausencia de un abono que amparara el evento y la condición de función única –doblando los precios- había excluido a la afición local apostando al todo o nada. Haciendo buena la sentencia ojedista: se iban a entregar por nada pero también se iban a enfadar por nada... o mucho. El público convocado estaba tan predispuesto al halago como a la tormenta, a sentirse despechado, a devolver el anillo de su madre. Hay que reincidir en el dato: se echó de menos una parroquia más templada, verdaderamente afín al escenario, que funcionó como casa prestada para un guateque que concluyó a gorrazos y antes del tiempo.

De la normalidad y la excepcionalidad

Y es que lo que se preveía como un acontecimiento inolvidable acabó siendo una corrida más, una función vulgar; como hay tantas en el largo metraje de la temporada o en la cuenta final de resultados de cualquier figura... normal. Y a José Tomás no se le puede juzgar ni exigir desde la normalidad. No, no lo es. Tampoco infalible. Pero escogió la excepcionalidad desde su reaparición de 2007 trazando un camino absolutamente singular, sin precedentes en la historia del toreo, en el que ha ido echando muescas a su propia leyenda mezclando sangre y sinfonías.

Pero las leyendas no entienden de elementos. Nunca se habría podido adivinar al diestro de Galapagar siendo uno más, abdicando de su aura, mostrándose como cualquier torero de la clase alta del escalafón. Daba la sensación de que le esperaba otra corrida, y otra más, que andaba metido en el viaje de la temporada... No, no fue así. Tampoco podía ser cuando se torea tan poco en público. Cortó dos orejas sin historia –una acabó en el albero para amainar los pitos- y se marchó con prisas de la plaza sin dar opción a echar un sobrero –eso nunca lo sabremos- que podría haber doblado la cuenta o invocado la gloria. Y es que cuatro toros fueron pocos, con Tomás o sin Tomás. Que ésa es otra...

El asunto de las imágenes

Al desencanto generalizado se unió el innecesario veto del vídeo que la empresa Tauroemoción debía haber distribuido entre los medios taurinos, hurtándoles un derecho incuestionable y, por qué no decirlo, unos miles de visitas que son agua de mayo. Pero el equipo del Divino estaba echando lágrimas en la lluvia en una era, la que vivimos, en la que cualquier móvil puede ser una cámara en directo. Juncal lo explicó un día al fiel limpiabotas, contándole la ‘faena’ que le había hecho su mujer, en los medios de la plaza de Los Califas. “¡Lo peor fueron los adornos, Búfalo!” Pues la verdad que el asunto de las imágenes pudo ser... mejorable.

Y si el entorno de Tomás hacía peripecias con la libertad de información en otra plaza, a la misma hora, se abrían las cámaras de las televisiones autonómicas para aventar urbi et orbe –por fin una retransmisión en abierto- esa tradicional corrida de Asprona que forma parte de la memoria sentimental y televisiva del aficionado que ya peina algunas canas. En Albacete no se llenó la plaza, es verdad. Pero cuando llegue el final de la temporada habrá que echar cuentas de los miles de espectadores que han podido contemplar la plenitud de Morante de la Puebla entre las cabañas y los palacios. El diestro cigarrero sigue navegando a todo trapo con más de un centenar de corridas firmadas. Son estrategias antagónicas. Que cada uno se haga sus componendas.

José Tomás: donde da la vuelta el aire...
Ramón Valencia y Pedro Rodríguez Tamayo en el Salón de los Carteles de la plaza de toros. Foto: Toromedia

Por el monte Baratillo

Hay que volver a Sevilla y su plaza de toros. Este jueves, día del Corpus, tendremos festejo picado sin poder sacudirnos aún de la insoportable y prematura ola de calor. Será el turno de tres sevillanos que estoquearán el encierro de Espartaco: Emilio Silvera, Daniel de la Fuente y en medio Calerito, que cumplirá su última novillada en el coso del Baratillo antes de volver en septiembre para convertirse en matador. Pero la noticia, de orden interno, es otra. La aventó ABC el pasado sábado mientras respirábamos fuego en Jaén. Pedro Rodríguez Tamayo, ‘conseller en cap’ de la empresa Pagés habría decidido abandonar su organigrama sin que el cisma goce aún de oficialidad.

La naturalidad y la socarronería de Rodríguez Tamayo, hombre curtido y hecho en batallas y negocios ajenos al toro, había ganado a la prensa y los círculos concéntricos que gravitan en torno al viejo monte Baratillo. Los motivos de su salida, si los hay, se quedan entre dos hombres de distinto carácter que habían formado la foto fija de la empresa desde que Eduardo Canorea Pagés pasó esa página de su vida. El foco vuelve a fijarse en Ramón Valencia, que empieza a foguear a su hijo Ramón Valencia Canorea en los entresijos de una firma que puso en pie su bisabuelo Eduardo Pagés hace 90 años. El futuro inmediato –con esas sentencias que no dejaron a nadie contento- no estará exento de vaivenes.