El 1 de febrero de 1967 se produjo un breve cataclismo en el llamado ‘planeta’ de los toros. Manuel Benítez ‘El Cordobés’ había convocado a la prensa en sus oficinas de la capital cordobesa para anunciar su firme decisión de retirarse del toreo. El llamado ‘Ciclón’ de Palma del Río era en esos momentos la base indiscutible de las ferias y su nombre se bastaba para llenar las plazas. Benítez argumentaba que “había consultado con la almohada” para tomar esa drástica medida que puso en pie de guerra a todo el toreo. La reacción de los principales empresarios taurinos de la época no se hizo esperar. Cinco días después, el 6 de febrero, peregrinaron a la finca ‘Villalobillos’ para rogar a El Cordobés que reconsiderara su decisión.
El trasfondo del asunto no era otro que los altísimos honorarios del matador. La patronal se habían conjurado para poner un tope a esas aspiraciones dinerarias pero el anuncio de la retirada frustró sus planes. Se trató, en definitiva, de una auténtica bajada de pantalones que concluyó con la firma del torero y los empresarios –Balañá, Canorea, Livinio Stuyck o Andrés Gago entre otros- en la misma almohada que El Cordobés aseguraba haber consultado. Benítez había reconsiderado su postura pero las grandes empresas, a cambio, tuvieron que atenerse a su altísimo caché.
El famoso lance sirve para ubicar las circunstancias en las que se fraguó otro famoso pronunciamiento del famoso torero de Palma del Río que forma parte de la memoria doméstica de este país y del que ahora se cumple medio siglo. El empresariado había ‘tragado’ con las exigencias de El Cordobés en 1967 pero volvieron a conjurarse en 1969 para poner freno a las crecientes aspiraciones económicas de las figuras de la época. El objetivo, en realidad, volvía a pasar por poner coto a los honorarios de Benítez. Chopera, Balañá, Canorea, los Dominguín, Miranda y Stuick pretendían igualar en una cifra única el caché del califa cordobés, además de contratar el bloque al torero.
La respuesta de éste no se hizo esperar. Aliado con Palomo Linares, que gravitaba en la órbita de la poderosa casa empresarial de los Lozano, El Cordobés decretó su propio alzamiento en plazas ajenas al circuito oficial. Ese pronunciamiento, que pasaría a la historia con el nombre de ‘La Guerrilla’, contaría además con el altavoz que prestaba el periodista Emilio Romero desde su influyente tribuna del diario ‘Pueblo’. La estrategia proyectada era sencilla: llenar hasta los topes cosos de segunda y tercera y hasta montar un coso portátil dónde hiciera falta, evitando las plazas de los empresarios conjurados.
El conflicto estaba servido: El 28 de marzo de 1960, El Cordobés y Palomo Linares firmaron un comunicado que, en su trasfondo, sólo era una declaración de guerra al empresario Manuel Chopera. Se acusaba al empresario vasco de haberse enriquecido a costa de El Cordobés “sin ningún riesgo físico ni económico” además de denunciar que “los hombres del monopolio tienen previsto un notable aumento del precio de las localidades y exigen además a los toreros rebajen el treinta por cien de sus honorarios, concretamente en Madrid”. Benítez y Palomo remachaban ese documento –escrito bajo la inspiración de los Lozano- señalando que “lo único que pretenden estos señores es sostener un sesenta por cien de beneficios”. El comunicado finalizaba con la definitiva declaración de guerra: “Antes de someterse al exclusivismo del ‘trust’, El Cordobés y Palomo Linares están dispuestos a cobrar menos en plazas de menor aforo, lo que prueba que su firme postura ante el monopolio no tiene por objeto más que la independencia para contratarse”.
Y así lo hicieron, aunque El Cordobés y Palomo Linares estoquearon reses abusadamente disminuidas en esa ‘Guerrilla’ que les llevó por toda la geografía nacional, organizando las corridas por su cuenta y saliendo a hombros de las multitudes enardecidas. Emilio Romero usó las páginas de ‘Pueblo’ como un auténtico parte bélico. Otros medios se sumaron a esa guerra dialéctica como el semanario especializado ‘Ruedo’ que aseguraba que “no habrá paz en 1969”.
Benítez volvió a amagar con una nueva retirada en 1970 antes de que las aguas volvieran a su cauce. Fue un año en el que, paradójicamente, batió todos los ‘records’ habidos y por haber hasta entonces. Sumó 121 corridas de toros antes que en 1971, ahora sí, pusiera fin a su intensa y revolucionara primera etapa en los ruedos. Concluía una década esencial en un año, además, en el que Palomo cortó el último rabo concedido en la plaza de Las Ventas. Era la despedida de un tiempo y la llegada de otro. Se había acabado la década prodigiosa.