Observatorio taurino

La sangre de los toreros

Los percances consecutivos de Gonzalo Caballero y Mariano de la Viña –que entró en la enfermería en parada cardio-respiratoria- han ensombrecido la recta final de la temporada. En esta fiesta se puede morir de verdad

14 oct 2019 / 12:18 h - Actualizado: 14 oct 2019 / 12:20 h.
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La noche más larga

Con el anochecer llegaron las primeras noticias. A Mariano de la Viña, el hombre más veterano en las filas de Enrique Ponce, le habían pegado una cornada de caballo en la corrida que cerraba la feria del Pilar de Zaragoza. Era la última corrida de un año extraño y, además, el día de su cumpleaños. El subalterno albaceteño salió a parar al cuarto de la tarde, un ejemplar marcado con el hierro de Montalvo, que se había encampanado en los medios de la plaza. No le dio tiempo ni a marcar la salida. En el primer golpe quedó inconsciente y a partir de ahí, en medio de la tremenda paliza, recibió una cornada brutal en el temido triángulo de Scarpa y otra puñalada certera en los riñones. Cuando lo levantaron de la arena dejó un charco de sangre. Ponce se tapó la cara con las manos y Perera pidió un rastrillo para ocultar aquel rastro dramático. En la enfermería comenzaba una lucha contrarreloj para tirar del último hilo que le unía a la vida. ¡Ha entrado muerto! Llegó a exclamar su matador. Efectivamente, lucharon casi una hora para sacarlo de tres paradas cardio-respiratorias. Pero la vida seguía derramándose a chorros por las arterias seccionadas y necesitó de varias transfusiones para salir adelante. Después de estabilizarle, el equipo comandado por el prestigioso doctor Val Carreres tomó la decisión de trasladarlo a la clínica Quirón de la capital para continuar una intervención que se antojaba larga, muy larga. En la mañana de este lunes se supo que Mariano había estado en el quirófano hasta las dos y media de la madrugada. A falta de parte oficial trascendió que, además de los tremendos destrozos vasculares del muslo, la cornada de la espalda alcanzaba la cavidad abdominal. En otra plaza, con otras manos, estaríamos hablando de una tragedia irremediable...

La sangre de los toreros

Un tremendo parte de guerra

Los toreros saben que la función –o la batalla debe continuar- en la corrida de Zaragoza ya había resultado lesionado el banderillero José María Soler con sendas fracturas de menisco y escafoides al banderillear al segundo. Pero la tarde aún no había dictado veredicto. Después de restañar la sangre del compañero herido, Perera iba a ingresar en la misma enfermería en la que Mariano de la Viña se debatía entre la vida y la muerte. El sexto le alcanzó en la parte posterior del muslo propinándole una extensa cornada que, afortunadamente, no interesó órganos vitales. El propio diestro extremeño –que en la víspera había resultado triunfador del festival de la Esperanza de Triana y El Baratillo- rogó que siguieran con la operación de Mariano de la Viña. Lo suyo podía esperar, dijo. Finalmente, ambos fueron trasladados a la Quirón. Perera pudo dormir en planta. Mariano, estabilizado, siguió peleando en la UCI. Pero este retablo de percances no concluye aquí. Un día antes, en la plaza de Las Ventas, se había vivido otro milagro parecido. El matador madrileño Gonzalo Caballero entró en la enfermería del doctor Máximo García Padrós muriéndose a chorros. Literalmente. Un toro de Valdefresno le alcanzó en el embroque de la estocada y no le perdonó. Le seccionó por completo la femoral, derramando casi tres litros de su sangre. El joven diestro, que ya había recibido otra grave cornada en el mismo ruedo por San Isidro, ha tenido que ser operado dos veces y permanece ingresado en un centro madrileño, intubado, ventilado mecánicamente, en estado gravísimo... Hace justo un mes, el 15 de septiembre, el matador madrileño Javier Cortés sufría un tremendo pitonazo en la cara que le hizo estallar, literal y crudamente, su globo ocular derecho. Cortés ha perdido la visión de ese ojo; ya le pasó un año antes a Paco Ureña. El toreo es así y se alimenta de la sangre de sus héroes. Y hay que seguir adelante...

La sangre de los toreros

Pero la vida sigue...

Mientras se curan las heridas y secan algunas lágrimas este mundillo sigue moviendo sus propias cuerdas entrebastidores. El final de la campaña es también el escenario de no pocos cambios de apoderamientos y estrategias, dominados por un catalizador común: el maldito parné. Ya es sabido que Paco Ureña, uno de los grandes triunfadores de la temporada, dejará atrás el amparo de Simón Casas y su hasta ahora hombre de confianza, el matador retirado Juan Diego. ¿Quién escogerá el torero murciano para afrontar la temporada 2020? No tardaremos en saberlo. Por cierto, se le desea toda clase de venturas en su inminente boda, aplazada un año entero por ese tremendo accidente que le costó el ojo sin afectar al gran torero. Hay más rumores de rupturas que dejamos ahí por ahora, en ese terreno abonado que se espolea con la llegada del invierno taurino. Pero hay una noticia que, sin confirmación oficial, merece ser comentada: es la posibilidad de ver a Diego Ventura compartiendo apoderados con su rival más encarnizado: el jinete navarro Pablo Hermoso de Mendoza que, además de negarse sistemáticamente a alternar con él, lleva varios años vetándole directa o indirectamente en todas las plazas de su influencia. Ventura dejaría atrás su etapa con los hermanos Lozano para ponerse en manos de la casa Bailleres, colonizadora de los activos taurinos de los Chopera, a la sazón, apoderados del jinete navarro. La carambola es histórica y podría romper las barreras que aún separan a Ventura de un puñado de plazas, con Bilbao al frente. ¿Cuál será la estrategia del navarro? Ya tenemos la primera comidilla del invierno.