Ya se comentaba antes de entrar en la plaza. El declinante poder de convocatoria de dos figuras como Morante y El Juli se iba a materializar en una entrada demasiado pobre para la categoría del cartel y la alcurnia del escenario. Son demasiados años en el candelero y, en el caso del cigarrero, ferias y más ferias demorando ese recital definitivo que empieza a convertirse en una quimera. Pero hay más cosas que anotar, como el indisimulado clima hostil que acompañó al propio Morante desde que se hizo presente en la plaza. Es verdad que dejó que Carretero le parara ambos toros. ¿Y por qué no? Pero también es cierto que había una predisposición para censurar cualquier gesto de Morante que, pese a todo, dejó algunos retazos de calidad inimitable...

Pero ya hemos dicho que la suerte fue para el que más la necesitaba. Morante y El Juli ya caminan de vuelta sin apearse de su condición de figuras indiscutibles aunque su cotización empieza a ser inversa a su actual tirón taquillero. Es la pura verdad. Jiménez, en cambio, es un torero que ayer abrió la primera página de un libro en blanco. El chaval, que deja atrás una larga y estrecha carrera como novillero, ha aprendido en estos años que las oportunidades no pueden desaprovecharse y dio lo mejor de sí mismo para lograr llevarse a Écija esa oreja que hay que entender como premio global a una tarde en la que su encomiable entrega se alió a un palco que sumó en positivo junto a un público elegante y entregado.

Para él fue el único lote potable del desigual y decepcionante envío de Daniel Ruiz, que no termina de dar con la tecla en la plaza de la Maestranza. El toro de la alternativa, llamado ‘Tirachinas II’, cantó su mansedumbre desde los primeros compases de la lidia pero también enseñó unas dosis de calidad que Jiménez supo aprovechar después de recibir los trastos del oficio de manos de Morante de la Puebla. El ecijano brindó a su padre y comenzó a torear espatarrado, conectando desde el primer instante con los tendidos aunque, ésa es la verdad, también con un punto de lógica precipitación.

Eran las ganas de reventar aquello. El nuevo matador, además, supo reponerse de un inoportuno desarme y cierto bajón argumental en su labor. Y echó toda la carne en el asador por los dos lados: hubo tanda muy trabajada de naturales; también una ronda de muletazos diestros más honda, definitivamente hundido y abandonado antes de cuajar un enorme natural ligado a un personalísimo pase de pecho. En ese instante –de una intensa torería y un enorme impacto- ya se había ganado la oreja que remachó con estéticos muletazos al natural dictados pies juntos.

Pero el trofeo acabó enfangando después de un pinchazo y una estocada muy baja que le hicieron conformarse con una vuelta al ruedo. Tuvo que esperar al sexto para demostrar sus ganas de ser, comenzando por la larga a porta gayola; siguiendo por los vibrantes lances en las rayas y el primer tramo de una faena que volvió a comenzar con desgarro -muy abierto el compás- y cosiendo serie a serie con sentido de la escena.

Hubo un nuevo parón argumental mientras el flamante matador no acertaba a encontrar la colocación. Se había perdido el hilo del trasteo y aunque la espada cayó algo trasera y tendida, la emocionante agonía del toro, el cariño del público, la nombrada bondad del palco y la valoración global de todo lo que había pasado en la tarde pusieron en sus manos una oreja que puede y debe rentabilizar.

Ése fue, en definitiva, el único suceso feliz de una tarde de la que no se puede contar mucho más. Morante remontó a duras penas ese nombrado ambiente hostil después de inhibirse en los primeros tercios de la lidia del segundo de la tarde, al que enjaretó una breve faena plagada de buen gusto que comenzó con un trincherazo monumental seguido de un sensacional pase de la firma y un kikirikí que no tuvieron continuidad. El torito, a medio gas, tampoco dio para más. Pero es que el cigarrero acabaría de estrellarse con todo el equipo con un cuarto de espantosas hechuras –tenía aire de ñu- y nulo fondo. Costó un mundo medio picarlo sin pasar el cuento chino de las rayas que fueron inventadas, no se olvide, para defender al picador, no al toro. Morante salió con la espada de verdad, le espantó alguna mosca y le acabó recetando un sablazo. No merecía más.

El lote de El Juli tampoco le iba a ir a la zaga. Fue un tercero que engañó por su obediencia en los capotes y acabó decepcionando en la muleta sin que pudiera darle ni un pase digno de tal nombre. Lo que no sabía el madrileño es que el quinto iba a resultar mucho peor. Pudo lancearlo con vistosidad pero alcanzó el último tercio con un molesto calamocheo y un peligro sordo que se acabó haciendo evidente en la aparatosa cogida que sufrió el madrileño –afortunadamente sin consecuencias- cuando le entró a matar.

Ganado: Se lidiaron seis toros de Daniel Ruiz, bien presentados. El mejor lote lo conformó el noble y mansito primero y el enclasado sexto. Se dejó muy a medio gas el segundo. El tercero fue deslucido y molesto pero el manso e intoreable cuarto y el molesto y agresivo quinto resultaron infumables.

Matadores: Morante de la Puebla, de aguamarina y azabache, silencio en ambos

Julián López ‘El Juli’, de hiedra y oro, silencio y ovación

Ángel Jiménez, que tomó la alternativa y salió vestido de crema y oro, vuelta tras aviso y oreja tras aviso

Incidencias: La plaza registró menos de tres cuartos de entrada en tarde espléndida y calurosa. Julián López ‘El Juli’ fue atendido en la enfermería después de resultar volteado por el quinto de una “herida inciso-contusa en región frontal derecha” de pronóstico leve que necesitó de varios puntos de sutura.