Ya conocen los carteles, acompañados de las declaraciones de un orgulloso Ramón Valencia. Un año más presentó lo que ya se sabía –por más que los carteles dieran dos o tres vuelcos en los avances habituales- en la espera de conocer de su boca los vericuetos de las negociaciones de un ciclo basado en la excelencia en el que –ya lo dijimos- están casi todos los que son aunque tengamos más dudas si son todos lo que están. ¿Lo decimos de otra forma? Las ausencias más comentadas alternan con algunas presencias más que amortizadas que perpetúan –y hasta doblan- su nombre en los casilleros del abono sevillano gracias a los manejos de la fontanería taurina y sus artífices. Lo dejamos ahí...
Todo ello hay que ubicarlo; entenderlo dentro de una primera línea del escalafón de matadores de amplia veteranía y relevos circunstanciales. Esa realidad propicia que los carteles que se hacen en 2023 –en sus líneas maestras- se parezcan irremediablemente a los que se hacían hace dos o tres lustros, más allá de esas incorporaciones que, a cuenta gotas, han ido haciéndose su propio hueco en la ferias. Morante, erigido en la estrella indiscutible del abono después de su grandiosa temporada de 2022, ya ha rebasado los 25 años de alternativa, una marca que cumplirá El Juli –segunda pata del banco- en 2023. Roca Rey, el más joven del trío de estrellas, tampoco es ya ningún neófito. El tiempo pasa para todos y el propio astro peruano se asoma ya a los ocho años de doctorado. ¿Seguimos sumando trienios?
Una nueva clientela
A partir de ahí hay más factores que valorar, como la adaptación a los gustos de una clientela que hace tiempo que dejó ser ese abono estabilizado en poco más de dos mil localidades que quedan lejos, lejísimos de las cifras alcanzadas antes del derrumbe de aquella burbuja inmobiliaria que también sostenía los números del toreo. La empresa arma sus carteles –pueden ir pensando en seis o siete ternas de no hay billetes- para un cliente que escoge lo que quiere ver sin pasar otros fielatos. Ya hemos hablado en alguna ocasión de la principal consecuencia del cambio del antiguo senado social y taurino de la plaza por estos espectadores ocasionales: la despersonalización del propio recinto. No, no se trata de una concesión a la melancolía, tan frecuente al hablar de toros. Es una realidad objetiva. Una vez más hay que invocar al Gatopardo y hasta a Ortega: a veces hay que cambiarlo todo para que todo siga igual; la plaza no deja de ser el reflejo más válido de la sociedad en la que se mueve.
No renunciamos a hacer un repaso apresurado de los carteles: Poco hay que decir de los esplendores de Morante, de la inmarchitable solidez de El Juli o el deslumbrante estrellato de Roca Rey. A partir de ahí tiramos de orden de preferencias, comenzando por esperado el trío de capilla que conforman Urdiales, Ortega y Aguado; la insultante capacidad de Daniel Luque, el clasicismo de Emilio de Justo o la fresca novedad de Tomás Rufo y Francisco de Manuel echando de menos –ay- el nombre de Ángel Téllez entre los foráneos y el de Oliva Soto dentro del ámbito local. Debían estar. Y ojo, conviene subrayar como merece la vuelta de Diego Ventura para medirse con Guillermo Hermoso, el hijo aventajado de su más directo rival.
¿Se ha olvidado usted de Talavante? Vuelve a Sevilla eclipsado por las grisuras de su temporada de reaparición. ¿Y Castella? Llevaba algunos años sin estar; tampoco le esperaba nadie, ésa es la verdad. Pero hay otros toreros de la crema –póngase a Manzanares- que ya acusan el desgaste de tantos años en la primera línea. Metan en ese saco a Perera, Ferrera, Cayetano o el inevitable Fandi... La feria se completa con ese cartel dominical de oportunidades –don Ramón rechaza el término- a la sevillana y un miércoles de preferia y compromisos. Añadan la reaparición de El Cid, ligada a sus ‘victorinos’ y el doblete de Escribano, bien encajado con sus duras. También anda por ahí Marín. El guiso está más o menos completo...
A vueltas con la tele
Más allá de los habituales dimes y diretes que despiertan siempre los carteles hay que centrar el balón en los asuntos televisivos. A la irrupción de la nueva plataforma de streaming, con tantas dudas por despejar aún, se suman los lamentos por la difícil situación creada para la pervivencia del Canal Toros de Movistar. Se le llegó a dar por difunto, advirtiendo del óbito a sus propios trabajadores, pero las cosas podrían encajar para buscar otras salidas a un medio al que no hay que reprochar nada en su calidad pero sí se le podrían demandar algunos fallos de estrategia y atención a sus abonados derivados de su perdida situación de monopolio.
La agonía, por ahora se ha interrumpido. Canal Toros no cierra. Al menos de momento. One Toros ha sido abrazado sin rubor por las empresas de Sevilla y Madrid certificando que estaban esperando la mínima para plantar al tal Frauca. Pero la situación creada –y las dudas suscitadas- ha servido para llamar a rebato a los supertacañones del toreo. Está en juego la supervivencia de un sólido proyecto que debe aprender de sus errores pero que no puede ni debe fundirse a negro así como así. Esta misma semana podría celebrarse una reunión para reconducir la situación para la que habrían sido muñidos toreros y empresarios bajo el paraguas de la Fundación del Toro de Lidia, que tiene la oportunidad de mostrar músculo y capacidad de integración.
Recapitulando, que es gerundio: el señor Díez de la Cortina, flamante director general de OneToros –más conocido en la sociedad sevillana por su peculiar apodo- dejó perlas de todos los gustos al compañero Jesús Bayort tras la presentación de los carteles. Habló de una empresa “pequeña”; de estar abierto a la negociación con Movistar –llenar de cables y camiones la calle Antonia Díaz no está al alcance de cualquiera- y hasta coronó a José María Garzón como mejor empresario –“escríbelo así”- delante de las barbas del propio Valencia, que acababa de oficializar sus combinaciones. ¿Estaba pidiendo árnica? ¿Movistar puede seguir jugando otras cartas? Será la comidilla de los próximos meses. Todo es un melón por calar.