- El nuevo ministro de Cultura, Ernest Urtasun, un antitaurino declarado. Foto: Mundotoro
La actualidad del penúltimo lunes de noviembre la ha marcado el anuncio de la interminable lista de ministros del peor gobierno de nuestra imperfecta democracia. No hace falta incidir demasiado en todo lo que ya es sabido: el ocupante de la Moncloa ha logrado mantenerse en el machito gracias a la bendición de un delincuente que huyó como una gallina desplumada metido en un maletero. Es el mismo que ahora demanda escolta, tendrá pensión millonaria y vitalicia y volverá a Gerona como un héroe innecesario. A partir de ahí viene un país partido por la mitad, la etiqueta de buenos y malos y todo lo demás...
Pero ahora toca barrer para lo nuestro. Parafraseando a Juncal: la elección del ministro de Cultura, el tal Ernest Urtasun, produce temor, recelo, rescoldo, aprehensión, cuidado, sospecha, desconfianza, cerote, medrana, pánico, cangui, canguelo, julepe, jindama, pavor, mieditis, espanto, terror, susto, horror y repullo... Urtasun pertenece a la camarilla de la susurrante Yolanda Díaz y ha destacado en sus años de Bruselas por su militancia ecologista desde el papel de vicepresidente del grupo Los Verdes/Alianza Libre Europea. Toma ya...
Nos aterroriza más su opinión sobre el toreo, “una actividad, injusta, sádica y despreciable” según las palabras del flamante ministro que ya se distinguió en la declaración de rechazo a la decisión del Tribunal Constitucional que anuló de derecho la abolición catalana. Así está el patio: el mozo prometerá su cargo delante de un Rey al que desprecia y con la mano encima de la misma Constitución que se han saltado a piola.
Los toros en un gobierno a la desesperada
Habría que recordar al excelentísimo señor que la tauromaquia no sólo forma parte de las competencias más o menos simbólicas de su negociado sino que está declarada Patrimonio Cultural de España, tal y como figura –negro sobre blanco- en la ley 18/2023. En su momento ya proclamó que el toreo “no merece ser legal en el ordenamiento jurídico” pero ahora le toca defenderlo desde la mesa de su despacho o caería en la más flagrante prevaricación. Cualquier cosa es posible a estas alturas y tal y como está el patio –la más elemental honorabilidad tirada por la borda- no tardaremos en pronunciar las palabras del replicante de Blade Runner: “He visto cosas que vosotros no creeríais...”
No sabemos si nuestro llanto se perderá –siguiendo con la misma cita- como lágrimas en la lluvia pero una cosa es segura. Sánchez ya ha demostrado que le importa todo una higa para seguir acaparando ese poder que acabará devorándolo. Los que ahora se aprietan en las filas serán los mismos que le echarán a las brasas cuando llegue el momento pero, hasta entonces, tiene cuatro años para seguir segando España sin importarle el precio. Y ahí entran los toros... En este gobierno a la desesperada, tras el horrendo muro imaginario que ha tendido Sánchez para meter en un gueto a los que no se someten a su dictado –una inmensa mayoría de españoles- también se encuentra este mundo de las sedas y los oros y la sangre de los toros que debe mostrar su unión y fortaleza. Nos va mucho en el empeño aunque los presuntos ‘nuestros’ también se han olvidado de esta riqueza inmaterial y ancestral en el célebre spot promocional de Andalucía que locuta el célebre actor bajito de Juego de Tronos. Ya lo dijo Romanones: Joder, qué tropa...
De la vuelta de Enrique Ponce
Cambiamos de palo radicalmente. Ya les contamos que Enrique Ponce hará temporada en 2024, no sabemos si para marcharse definitivamente o para tomar contacto con el toro en una reaparición más formal que tampoco puede tener demasiado carrete. Ya lo escribimos cuando se fue y lo repetimos en su vuelta. Su mutis de 2021 coincidió con una nueva presencia en los medios a lomos de los vaivenes de su vida privada y hasta el uso y abuso de las redes sociales que le hicieron un flaco favor a sí mismo.
Es verdad que Enrique decidió echarse a las espaldas la compleja temporada de 2020 aceptando torear lo que fuera y donde fuera. Pero ese gesto, loable, ya no podía añadir nada a una carrera que ya había rebasado cualquier meta. Hay que reconocerlo pero también que se había pasado de rosca. Su gran reinado fue el de la capacidad, el de estar por encima de cualquier tipo de toros; el de tirar del carro adaptándose a todas la circunstancias; el de navegar sobre todas las aguas y ver pasar por delante de su puerta tantos toreros.
Pero Ponce –como el Ortega Cano de sus postrimerías- quería pasar a la historia como el artista que nunca fue. Ni falta que le hacía. En los últimos años, a la vez que renunciaba a la verdadera pelea, su tauromaquia viró hacia un presunto proceso creativo que quedaba demasiado lejos de sus verdaderas y antiguas fortalezas. Resumiendo: el maestro valenciano merece marcharse a la altura de su rango pero debería volver siendo fiel a su verdadera identidad: la del poder y la capacidad, pisando esas plazas grandes, esos compromisos trascendentales que le hicieron figura. Y la semana que viene, esperemos no hablar del gobierno.